De coger y plagiar

 De coger y plagiar

por Mario Castells

El calor en Jaguaracagmytá no aflojaba con nada. Pero, poniéndole onda al agobio, el patio de la casa de Don Salú nos permitió ensayar nuestros respectivos dones culinarios y habilidades críticas. Hablar de literatura era una repetición fogosa, como el vorí suculento, el chipaguasú y ciertos debates que nos hermanan. Una siesta en que el señor Bas admitía el castigo jesuítico bajo el aura del aguacate y se disponía a teclear un buen rato le conté del primer descubridor de Gil Wolf. Fue sin efusividad, aportándole acaso un vakarekaká al fuego de su meeting en favor del neobarroco y su amado Lezama Lima, flama azul. De allí habíamos saltado como tungusú a la cocina de su novela. Le dije que Charlie Feiling amaba el anagrama ese, Gil Wolf, y que su viuda Gabriela Esquivada y mi amigo Alfredo Grieco y Bavio, albaceas, responsables de la edición, lo habían acopiado en la colección de artículos Con toda intención. Para mi dúo fue como si Colón hubiera tenido noticias de Leif Ericson llegando a las costas de Terranova. No se esmeró en sorprenderse, solo me propinó un ¡E’á! Siempre hay un guéi corneta con ínfulas de Vespucio, me dije. Vespucio me suena a: piel movible que recubre la cabeza del bálano. Ergo sum.
Gil Wolf, vale decir, no es ese taquero de la literatura argentina que gustaba alardear su reaccionario ego en entrevistas y algún que otro buen texto, sino el leit motiv y el título de la novela de Humberto Bas. Nouvelle de poco más de cien páginas que se convirtió, y en esto de elogiar me encanta por supuesto pichar a los elogiados, en el mejor libro que ha editado mi amigo hasta hoy. Gil Wolf (de ahora en más GW) es otra ficción cuyo tema central es el tiempo, una obsesión técnica de Bas. Asistido por la melodía Schönberg, por el palafrén de la prosa narrativa de Lezama, Humberto supo construir un texto sin fallas. Una gema desde el arte de tapa, cuya imagen apenas intervenida homenajea al gran artista plástico jaguaracagmyteño Feliciano Centurión, hasta la referencia del sello editorial, AIK, iniciales de Alejandra Isabel Kurchan, extraordinaria poeta que conocí y sigo conociendo desde que Humberto me pasó su libro Bocetos sobre la praxis de una conjunción adversativa. Sarpados paratextos, zarpados artistas.
El relato es un monólogo, el suave discrepeo de un profesor de Letras que está recuperando su vida sexual después de un par de años de celibato y viudez. Pero antes que ese comienzo, desde el mojón cero, con los epígrafes, la novela combina en su tono el deleite pytajovái de lo solemne y lo gracioso, lo erudito y lo kachi’ái. (Me permito ser guarango, aunque la prosa de Humberto no esté embichada por nacionalismo alguno, por puro afán descriptivo, sabrán disculpar). Luego, con el relato inicial del encuentro del Profesor con Pía, la que estuvo con Gil Wolf, las secuencias de ese lapso magnífico, repleto de sinécdoques, de imágenes que narran y describen, de delirantes ocurrencias como la del insecto en que reencarna gua’ú la mujer del profesor, reflexiones cargadas de humor y erotismo que punzan como picanas de boyero la componenda, surge esa otra forma donde se problematiza el tiempo: el garche.
Sus dedos juegan con sus dedos; más precisamente el pulgar y el índice de la derecha con el anular de la izquierda donde gira en su ilimitada superficie una alianza.
¿Casada?;
…pregunto.
Quiero mucho a mi marido;
… responde y su respuesta me confirma que esa noche cogeríamos.
El profesor es todo lo pillo que puede ser un narrador participante.
Y pido perdón por el tono posesivo con el que mi relato cosifica a mi partenaire. No encuentro manera de dar cuenta de una posesión sino como se la siente; en mi caso, como cosa.
Pía, quizás sintieras lo mismo, y allá vos cómo contás esta historia.
Pero…, ésta es la mía.
Pía, y vaya que es oportuno el nombre propio, epíteto que deviene gracia, puesto que además le generará al Profe, interpósita persona, la promesa de culear con un diosito tutelar del canon, le abrirá una hendija al TodO. Ese todo se abre en un sinfín de gestos, de detalles trastornados, de teorías que se transfiguran, de situaciones que se restañan. La verdad es la restañadura, no la logorrea abominable de los dialecticos, decía, y lo parafraseo, Eugenio Montale. El delirio y el chascarrillo forman en conjunto un clima ficcional pertinente para la parodia. Porque en la parodia hay más verdad que en el idealismo tránsfuga.
Me veo volviendo al punto que alberga todos los puntos y los tiempos del universo, al mismísimo Aleph y, al cabo, las oscilaciones del TodO me revelan una perspectiva inquietante; Beatriz Viterbo, heroína de Borges está tan muerta como Elena, la Eterna de Macedonio, y comprendo que, si aún no tuviera una esposa muerta llamada Adelina, la inventaría y la llamaría Adelina para matarla ficcionalmente y hermanarla con Beatriz Viterbo y Elena la Eterna y hermanarme con Borges y Macedonio.
Debo admitir que ya llevo varias lecturas y de diversos tipos de este libro. La primera fue para notificarme del texto. La segunda fue más argel y cuatrera. Esta es devolutiva, angá Humberto. Conservo conmigo la fascinación por el uso de las metáforas. Creo que es lo que más me fascina de esta novela. Lustre poético que no quiere proliferar entre nosotros, como una planta ecuatorial que no soporta el frío de nuestras aversiones. Y se nos niega. En el caso de GW las metáforas brotan innumerables posibilidades asociativas. Gotitas ambarinas que drenan resina de un árbol herido, escribe y describe el flujo de una conchita excitada. La metáfora del árbol me traslada, por ejemplo, al ywyra ñe’ēry, el árbol del que fluye la palabra… Imposible para mí soslayar los parecidos entre alocuciones metafóricas de GW con las usuales del acervo guaraní, y no porque sean guaraníticas, sino por sus huellas procedimentales y porque se me antojan. En el lenguaje sacro del Ayvu Rapyta, encontramos que el “esqueleto de la bruma” es la pipa de arcilla con la que el ñanderú fuma ritualmente; que la “flor del arco” designa a la flecha; que bóveda celeste es la nominación sagrada del cielo; que “lecho de tinieblas” designa a la noche, y que el engendramiento de un niño se dice “Se provee asiento a un ser para alegría de los bien amados”. Ok, soy un fanático. Pero esa es la magia que se busca de un libro que es ínfimo y puede ser, al mismo tiempo, insondable. El lenguaje poético como negación de la lógica, como destrucción y negación del espacio lógico; cuestionando el código, la ley y a sí mismo.
Veo el todo. Y son muchos, y reformulo mi expresión. Veo Los Todos. Y reparo en uno. Un TodO que se abre y se cierra con mayúscula, porque solo el transcurrir es llanura. Es el TodO donde está también la palabra TodO, y también tODo, y todas sus declinaciones; veo el estado que es TODO los EstadoS, y no encuentro ningún punto como simiente inicial del TodO, sino las mismas banditas o cuerdas que vibran u oscilan alrededor de la forma irredenta que tiene la curva de la abertura de Coubert y veo que la cuerda vibra en todas las frecuencias conocidas y por conocer, hasta que una vibración impropia surge de su propia NadA, y la bandita se adhiere a una nueva frecuencia, pero la perturbación vuelve contra sí misma y se suelta…
Dos relatos cuando menos se sostienen en el transcurrir de un cunnilingus. La lengua metafórica arremete como un ariete no contra la puerta (no hay origen sino trashumancia detrás, el origen siempre está en otra parte) sino contra los dinteles del mito de origen. Phela Le, exhorto a chupársela, es un labio de la trama. Todo el trazo que nos lleva a una Asunción libidinal y periférica donde un gran coito prospera meridional entre Lorenzo y la mismísima Señora AmadoKodamA. ¡Ijaguá lo perro!
¡Phela Le es anagrama de El Aleph!
Triquiñuela efectista con la que Gil Wolf parodia a JLB.
El juego prosigue con el recurso de anagramar los personajes borgianos; Beatriz Viterbo deviene Trizta Bi Verbo y Carlos Argentino Daneri, Craso Toni Dinera Legran. Los escenarios de El Aleph sufren una operación de revelado fotográfico; a una escena matinal en Borges, le corresponde una vespertina en Gil Wolf; la angustia se vuelve alegría, y así.
El otro labio cuelga como un sobrado lleno de alusiones a hechos histórico-políticos: la marcha del 24 de marzo en Neuquén; la parodia de Kirchner haciéndole descolgar el retrato de los represores a un General, al que conmina luego a que le haga una felatio; relatos de la camarilla universitaria y la relación que imbrica poder y deseo entre profesores y estudiantes. El pastiche del “movimiento nacional y popular”, con la refritada aluvional de Jauretche, Marechal y todo el peronismo posmo de los claustros universitarios. Maravillosas marionetas que se queman como Judaskái en la descansada son Von Bello y Almino. Y los entretelones de la pasión que despierta Pía en el Profesor.
“La única posibilidad que tenemos para negar es asimilar los discursos, es decir citarlos, repetirlos; para corregir un texto debemos transcribirlo. Y como la palabra es irreversible, no la podemos corregir sin decir explícitamente que vamos a hacerlo, por lo cual tachar es añadir” (Estética del plagio y crítica política de la cultura en Yo el Supremo). Así describe Nora Bouvet el procedimiento de plagiar y subvertir los textos canónicos. Humberto Bas, al igual que el Gran Carpincho, pone a funcionar el aclamado procedimiento de producir enunciados contradiciendo otros enunciados. “Hace del plagio su método creativo; de la copia, su técnica artística. La negación funciona como motor de la narración; es el dispositivo con el que trabaja para desarticular discursos”. Pero la sátira y la parodia no se facilitan a ellas mismas su labor, sino que se la fagocitan a través de múltiples triquiñuelas, so called, lúdicas.
Al fin y al cabo, toda la escritura juega sus lindes en el gradiente de conocimientos de la tradición; en el límite mínimo está el analfabetismo, y la escritura no tiene como recomponer esa injusticia. Concluyo que la escritura es un diálogo de entrecasa, y que, de cualquier tradición, por más pequeña que sea, existen textos parásitos, sin autonomía. Textos cuya significación estriba en las espaldas de otros textos.
No es GW un zapallazo certero, es el resultado de un batallar permanente de Humberto Bas con la lengua. Me la levanta que El Aleph sea una concha, L’origine du Monde. Para hacer literatura no es necesario crear personajes fuertes, sino transformar los “acontecimientos” en palabras. Me encanta la reformulación lautremoniana de la parodia del viejo misógino. Y me preocupa la razón por la cual, después de leer este libro y pasar a otra festejada novela actual, de cuyo nombre no quiero acordarme, uno concluya con la horrenda frase de Fogwill: ¡Qué manera de no cogerse a nadie!
Gil Wolf (2019)
Autor: Humberto Bas
Editorial: AIK
Género: novela
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