(EL) MERCADO

 (EL) MERCADO

Hace un montón que no me siento a rezongar frente al teclado. No le estaba encontrando demasiado sentido. Sentía -aún lo siento, por desgracia- que le hablaba a otro montón de voluntades que más o menos piensan como uno. Y rezongan. Y mis rezongos, ya no generaban ni sorpresa, ni indignación, ni nada. Escribía de manera bastante apática hacia un montón de voluntades que también suponía apáticas. Mi silencio me valió disgustos quizás algo exagerados, aunque no tan injustificados de amigos queridos. Hasta que comienzo a sentir que el vacío, que el silencio blanco de la pantalla sin tipografía alguna me ardía en el pecho. Estoy torpe. Mis manos equivocan teclas. Mi cabeza también está torpe. Equivoco ideas. Pido perdón por ello. Hoy el rezongo es más un recurso de salvaguarda de esa cabeza torpe, que busca salir del calabozo ominoso de la apatía. Como si el mundo entero fuera -la realidad es bastante más triste por esos días- el desafío de un taller literario, una palabra demasiado escuchada me arrojo de una patada en el culo contra el teclado. La palabra es MERCADO.

A continuación, voy a hacer uso de algún comentario que posee una pequeña cuota de xenofobia. Prometo que es solo ilustrativa. En la esquina de la casa en la que vivo, que no es mía, hay un mercadito. Es más bien un mercado. Tiene hasta góndolas en el medio. Es propiedad de un familión boliviano. Cuando compro allí, digo “voy hasta lo de los bolivianos”. El caso es que por estos días estaba en lo de los bolivianos y en la tele alguien dice esta frase que es un lugar común de lo más berreta “La mano invisible del mercado…” Y yo le miré las manos al bolita. Sus manos eran por ese momento -me reí por dentro- “las manos del mercado”. Eran de todo menos “invisibles”. Manos cuarteadas, diligentes, de la balanza a la calculadora, de la calculadora a la bolsa de nylon… Sucias, porque van sin tiempo desde el mostrador a la tarea de volver a llenar la batea de las papas (verdura de guiso de la que abusamos por estos días). Esto pasó en la esquina de la casa en la que vivo, que no es mía. Antes vivía en otra casa que tampoco era mía. Y allí vi la mano invisible del mercado. Me dio una cachetada, bastante mas suave que la que le da a las miles de familias que viven en la calle, haciéndome comprender que de ser por esa mano invisible, jamás viviré en mi casa.

La verdad, hay que ser muy tarado para creer en la invisibilidad de la Mano del Mercado. Por estos días es más que evidente. Porque el Mercado es como esos seres mitológicos que se llaman “hecatónquiros”, cuyo nombre significa “cien manos”. Así las cosas, la mano del mercado no es invisible, es más bien un torbellino de garras. Muy vistas por estos días. Y cada garra tiene los piolines de marionetas bizarras que ocupan ministerios, bancas y bancos, patrulleros, primeras magistraturas. Usted me dirá con razón que si son manos que sostienen piolines de marionetas bizarras…bla ba bla… entonces sí son invisibles, como las manos de todo titiritero. Bueno sucede que las manos del marionetista son invisibles para el público. Y nosotros, nosotras, estamos todes en el escenario. Es más: la escena es el mundo. Y lo perverso es que el espectáculo tiene a un mismo ente como espectador y demiurgo. Ve… Es más desalentador de lo que parece.

Lo último que le voy a pedir es que se corra un cachito al costado y mire cómo es que la mano invisible no lo es tanto. Porque esa mano invisible es apenas la extremidad superior de un cuerpo que hace dos días mato a un pobre tipo de una patada en el pecho; es la misma mano que reventó a golpes a un pobre viejo que se robo “un aceite, un queso y un chocolate”. La mano del mercado no es invisible para nada, porque la sangre que chorrea nunca será invisible. Mire sino detrás de la antorcha que ha prendido fuego el Amazonas. Allí podrá ver “La mano visible del mercado”. Mire un poco. Porque si mira, tal vez se atreva -o nos atrevamos- a cortar el piolín.


por Seba Alegre (publicado originalmente en Viento del Sur 30/08/2019)




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