INFANCIAS

 INFANCIAS



El cuerpo rompe su compacto, será que flota o se sienta, se hunde o se salva.
Algo de simulacro sobrevive a la pérdida.
Hilachas y cuervos verifican su condición.
Entre la falsificación y la carne, agazapado en la voluntad que injiere la mugre, regurgita la clandestinidad de un ojo, probablemente el del centro.
Voraces se adulteran; imprecisos e ingenuos se devoran. Reviven en la proliferación, en el ideario de la repetición, en la semblanza de la reproducción.
Caen al agua, desde allá abajo hacia la altura; suben perpendicular y se rebotan. Caen oblicuos y se dilatan. Andan horizontal y se transforman.
El resultado ha sido ambiguo…

El minuto
Los surrealistas han caído, todos, por el embudo; sobreviven los fantasmas y el efecto.
Efecto surrealista. Efecto de fantasma. Efecto de producción automática. Quedó atrás y presentizada, detenida en las orillas de lo posible, río manso que traga en remolinos: La hora.

La hora
No más real que la condición.
Afuera es sol. Imágenes de agua y una sombra pegada en la pared. La huella anda como de costumbre: perpendicular a la conciencia.

El silencio
Había una vez un surrealismo, lateral. No era el orden subversivo de las masas más que el orden subvertido de la conciencia.

La malla ha cedido.
De un lado el hombre henchido de vanidades, no menos ciertas que el ojal en la chaqueta, sólo un gesto y queda así: conforme y liviano, sutil y casi imperfecto.
Los humores lo circulan, un rayo esquelético y animal lo vértebra, se sacude y esperma; anda sudando por miedo a delatarse. Desde la bufanda al cuello no es más que sudor pegajoso y delator; no es y es más que el animal que no encuentra ni presa ni escondrijo. Expuesto totalmente ante sí se habla y no se escucha.
Dio vuelta la esquina, el perro le sostiene la mirada. Babean perro y hombre. Algo cae, probablemente una moneda. La baba llega al piso y aparece el brillo en la mirada, el hombre ataca: como las bestias: por miedo y sin razón.

En otro lado convulsiona; sabe que el perro le ha mordido más acá de la yugular que sangra.
No fue la guerra Duchamp-Bretón, ni Bretón-Artaud, fue la guerra no dada. Lo inmortal de la última mirada.

El funeral ha sido una fiesta, las moscas se pavonean. Con traje real lo husmean todo sin comer nada. Las liendres morirán en el cajón y algún sollozo recordará que se ha venido por un muerto. Alguna que otra anécdota será reconocida por una pequeña mayoría, y el muerto pasará, velado, sus últimas horas, que serán, al igual que su vida, extranjeras.
Así, con las corrientes y movimientos, como pequeños personajes de la historia nunca muertos, arrastrando las clavijas de lo sucedido, tironeados a seguir existiendo, sobornados por algún que otro alacrán, disfrazándose de zombies cuando el cajón yace mil metros bajo tierra. Así el mito, que como habla, es más un deseo que una historia.

por ALEJANDRA KURCHAN (en hipocuervo.com)

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