CIUDAD DE LA CORDIALIDAD

 

CIUDAD DE LA CORDIALIDAD


Éramos mi mama embarazada de mi hermano Luis, yo con 4 años y mi hermano Cristian tenia 2 años. Hacia un calor de 40 grados en medio del sol de agosto por Av. Irala de Pilar. Por ahí pasaba el camino que salía a Laureles. Hablamos de la ruta cuarta que saliendo de Pilar hacia Isla Umbú transformaba su nombre en caminos del sur. Promediaba 1979, año en que transcurre mi novela El mosto y la queresa... y la avenida era un tremendo arenal con lapachos y chivatos en una especie de cantero central. Por esa vía transitaban hombres a pie y caballerías, colectivos viejísimos, camiones kachakanes de la primera guerra mundial y las nuevas perlas del contrabando stronista, Toyotas y autos de lujo.

Con mi mamá esperábamos desde hacía más de una hora la llegada de Empresa del Sur, la línea de colectivos que nos llevaba hasta San Antonio, en el cruce Laureles-Cerrito, sitio de nuestro lote familiar. Este era un viaje de 100 km justos que se hacia normalmente en 5 horas pero que si llovía o estaba mal el camino se hacia en vaya saber cuanto. A veces el colectivo quedaba por el trayecto, varado en un estero, con el cardam roto en una huella de cliptodonte o asesinado por el sol, con el motor tirando humo como si fuera un vapor "paquete" de la Lynch. Esta imagen es sumamente pertinente y tomada de mis recuerdos por mis "actuales paseos" en bicicleta.
Lo cierto es que nosotros ahí, niños kurepi bajo el sol esterero del Ñeembucú, no dábamos más. China Riveros no quería dejar la posta para ir a buscarnos unas gaseosas porque temía perder el colectivo. La famosa ley. Este lugar no era en el centro sino en un barrio pobre y periférico de entonces, barrio San Lorenzo. Una señora salió de su ranchito kapi'i y le dijo a mi mami: Ay, señora. Cómo va a estar usted ahí en medio del sol. Venga para acá, cobíjese debajo de mi casa. Desde aquí va a ver venir su colectivo.
Mi mamá entró a su humilde hogar y la señora nos trajo agua fría para nosotros. Nos vio calzados y ya se dio cuenta de que éramos argentinos, los niños paraguayos andaban todos descalzos. Y le pasó a mi mamá su termolar y la guampa del tereré. Le pidió disculpas porque era pobre y su comida no tenía carne y nos sirvió un plato de vorí vorí a los tres, pese a las reticencias de Celeste. Le dijo que Empresa del Sur hacía lo que quería con sus horarios pero que los días anteriores había pasado por allí cerca de las 12. Con lo cual, con la ayuda de dios, palabras de la señora, que yo por influencia de mi padre era ateo y anticlerical desde muy niño, prontito estaríamos subiendo al colectivo rumbo a nuestra casa, rumbo a la casa de mi abuela.
Nada. Recuerdos del sol y de la Cordialidad. Poca gente conocí tan cordial como la pilarense, eh. Y eso que yo le escupí unas cuantas verdades por culpa de los plagas que gobiernan el departamento y el pueblo de mi mamá. Siempre la amé. ¡Extraño Pilar, sí, cómo no!

PS: Me había olvidado y quizás como que no podía ser de otra manera. Mi hermano chiquito, un par de años despues, en una de esas, apremiado por el calor y acostumbrado a consumir de más gaseosas y jugos tomó un trago de kerosene que había en una botellita de Coca. No era imprudente que hubiera kerosene en una botellita; se usaba para cargar los soles de noche en el campo paraguayo en el que, obviamente, hasta recientemente no había luz eléctrica.

-escribe Mario Castells

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