Cuando el fuego ardió, estuvimos allí.

                                                                                               

Cuando el fuego ardió, estuvimos allí.

Cuando decidimos ir a Olavarría a presenciar un nuevo recital del Indio Solari, nos pasó por el cuerpo esa ansiedad de “volver a verte” y esa expectativa de “verte por primera vez”. Este escriba sacó sus entradas por internet en la fecha en que la página web que informa sobre las actividades del Indio lo dijo. Este mismo escriba también intentó infructuosamente conseguir alojamiento en la cuidad del recital y sus alrededores: en dos días se acabó la capacidad de alojamiento de la cuidad del recital. Amigos/as -ya neuquinos/as- venidos hace años de Olavarría se ofrecieron a conseguir entre familiares y amigos alojamiento en la cuidad. Llamativamente todas/os nos daban la misma respuesta, “discúlpame pero no...” Tienen miedo.

Ante ese panorama este escriba decidió ir a la fuente y alojarse en Tandíl. Y allá fuimos con la emoción de todos y cada uno de los recitales que ya tenemos en la mochila y con la expectativa de la Sole de participar en la primera Misa India. Debo confesar que desde hace algunos años la ceremonia india no sólo se reduce al recital -a su previa y a su salida- sino en desconectar tres días y disfrutar de todo el entorno.

La llegada a Olavarría fue tranquila. El viernes a las cinco de la tarde y en menos de tres minutos de espera, las entradas fueron objeto de una primera foto que registrara nuestra presencia: el infierno empezaba a ponerse encantador; la ciudad ya empezaba a tener mística y rock; la zona de la terminal era el lugar obligado de reunión india.

La mañana del recital nos encontró en Tandil. Una amiga de la cuidad nos recomendó que saliéramos con mucho tiempo, que la ruta iba a ponerse pesada y, no se equivocó. Tres horas y media para hacer 120 km. A las tres de la tarde ya estábamos en la lluviosa Olavarría intentando encontrar un lugar en el centro que nos permitiera tomar un café. Todo lleno y lo que no estaba lleno, aplicacaba la regla de la portación de rostro como tamiz del “derecho de ingreso y permanencia”.

Para las cinco de la tarde emprendimos la caravana hacia “La Colmena”. Como siempre, una fiesta. Las calles del barrio mostraban a sus habitantes en medio de un mercado Persa del cual ellos mismos, desde las puertas de sus casas y negocios, eran protagonistas. Y todas y cada uno de nosotros y nosotras disfrutábamos.

La entrada no fue distinta a la de Tandil 2016. De hecho, un año atrás entrábamos con mi hija Malena mucho más apretados que en Olavarría. Tuvimos dos controles en los que nos pedían las entradas y, en el segundo nos cortaron el ticket y nos revisaron todas las pertenencias.

Acá va a haber mucho rock y mucha gente. Esas fueron las palabras que se nos vinieron a la cabeza cuando vimos que había quince columnas de sonido, el doble que en Tandil 2016 y, si en Tandil había habido 200 mil personas, acá claramente se esperaban más.

Nos ubicamos entre la columna 3 y 4 a unos doscientos metros del escenario. Estuvimos sentados en el piso hasta una hora y media antes de que empezara el show. La gente pasaba en fila india incesantemente hacia adelante, nadie que estuviera en buen estado se perdería el primer tema del recital, allí donde el fuego arde.



Se apagaron las luces y, Los Fundamentalistas y el Indio aparecieron a todo rock con “Barba Azul y el amor letal”. Este escriba y su compañera vibraron, saltaron y cantaron con la multitud india. Nada hacía suponer que ese inicio a puro rock terminaría con dos personas fallecidas. Cuando el Indio paró el recital por veinte minutos, tratando de organizar a las bandas que se encontraban frente al escenario se escuchó una voz muy firme a través de un micrófono que estaba abierto: “...listo, basta: así seguramente no vamos a tocar más” y, tras esa frase continuó: “les pido a todos que se corran dos metros para atrás así descongestionamos esta zona”. En ese momento sentimos dos cosas, la primera fue que se terminaba ahí mismo el recital, pero eso implicaría algo mucho más grave de lo que sucedió. La segunda es que son pocas las personas que pueden decirle a tamaña multitud que retroceda dos metros y todos/as lo hagan ordenadamente.

Para nosotros el recital transcurrió normalmente, sintiendo que la intensidad de los temas no era la misma después del prolongado corte. El final con JIJIJI y Mí Perro Dinamita nos hicieron abrir el pogo y bailar rocandroll a más no poder. Terminaba una nueva misa, una experiencia que no se puede entender si no estás ahí.

La salida del predio fue muy desordenada y apretujada. Este escriba tiene muchas horas de marchas y amontonamientos producto de los reclamos en los que participa desde muy joven, eso le permite tener una mirada panorámica que puede anticipar algunas situaciones (algunas y sólo algunas); pero al salir del predio sentí/sentimos algo que se puede denominar desamparo. Salimos a la nada. Nada ni nadie podía indicarnos para dónde ir. Una masa humana caminaba por una calle y se encontraba en la esquina con otro masa humana y así todas las esquinas del barrio en el que se llevó acabo el recital.

Tardamos dos horas en llegar al lugar en el que estaba el auto y, recién a las ocho de la mañana pudimos salir para Tandíl acompañados por la luz del día.

Nos fuimos enterando. Dos, Siete, Diez, Once muertos por la avalancha. La avalancha como la ola de un Tsunami que no para y se lleva todo lo que hay en el camino. Dicho así parecía una catástrofe. Parecía que el recital había sido un todo vale y ni ninguno/na de los que estuvimos allí supimos cuidarnos.

El 90% de lo que aparecía en los medios no era verdad. Operaron sobre el sentido común de la gente. Si hay medio millón de personas, ¿cómo no va a haber muertos por avalancha? Si no te pedían entradas, ¿cómo no va a hacer muertos por avalancha? Si “los Chacales” de la entrada no te revisaban, ¿cómo no va a haber muertos por avalancha? Si los y las jóvenes van a ver al Indio tan masivamente y tan drogados, ¿cómo no va a haber muertos por avalancha? Si el Indio es millonario, ¿cómo no va a haber muertos por avalancha?

Lo que nadie puede explicar todavía es por qué la clase política Olavarriense y de la provincia de Buenos Aires y de la argentina, no le pregunta al intendente Galli quién gano la apuesta que realizaban él y sus funcionarios sobre la cantidad de gente que iríamos. ¿Por qué un día antes salía en los medios diciendo que tenía todo, absolutamente todo bajo control? ¿Por qué los medios de comunicación como TELAM, sin cobertura periodística en el recital ni la cuidad fueron los primeros en tirar muertos sobre la mesa? ¿Por qué en la ciudad no había instalaciones preparadas para la llegada de semejante multitud? ¿Por qué todas y todos los que hace años venimos girando por distintos lugares de la argentina sentimos el desamparo, algo que en otras oportunidades no sentimos?

Me dirán – o le dirán a este escriba-“el Indio tiene responsabilidad” y mi respuesta será, seguramente que sí; pero sepan los nacidos y los que están por nacer que nadie podrá matarte en mí alma.

por Diego Arangue -nota publicada originalmente en marzo de -

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