Pensar la Dictadura, los negacionismos y las resistencias en clave temporal.

 


Entre lo irreversible y lo irrevocable. Pensar la dictadura, los negacionismos y las resistencias en clave temporal[1]

                                                              Pablo Scatizza

Pensando en qué traer a este conversatorio para pensar colectivamente, sin aludir directamente a la cuestión de la represión estatal y la violencia política, en especial a la que caracterizó a la última dictadura militar (que, quizá, hubiera sido lo más esperable) decidí apelar a una arista, si se quiere, más bien teórica, para intentar reflexionar en torno a la temática específica que nos propusieron para este conversatorio articulando la cuestión de la represión y la violencia política desde una mirada de larga duración, que incluye a la última dictadura militar, el negacionismo de ese fenómeno (y el amplio abanico de crímenes cometidos en ese proceso), y las formas de resistencia que se constituyeron. Entre estos tres problemas historiográficos (la represión estatal, el negacionismo y las resistencias tanto a la represión como al negacionismo) creo que hay un elemento que los atraviesa y los constituye históricamente; una clave de bóvedad que les atribuye su cualidad de ser fenómenos históricos y susceptibles de ser pensados como tales: el tiempo.

Solemos decir que el tiempo, en su concepción más abstracta, nos atraviesa de diversas maneras. Es una experiencia subjetiva de cambio (que sentimos y padecemos, y el aumento del número de nuestras arrugas dan cuenta de ello) pero tamién una dimensión estructurante de nuestra existencia. Casi intuitivamente (y sabemos que la intuición no siempre es buena consejera),  solemos pensarlo como una línea que vincula (fusiona, incluso) unidireccionalmente un pasado inalterable con un futuro desconocido, atravesándonos en el presente de nuestra cotidianidad. Esta percepción profundamente arraigada en nuestra cultura (aunque no necesariamente en otras), ha sido y es la matriz dominante en la historiografía occidental, que ha tendido a concebir la temporalidad en términos de un desarrollo progresivo, acumulativo y lineal. Una concepción que, como decía es intuitiva y concebimos prácticamente como algo dado,  pero que en términos científicos, cabe destacar, ha sido materia de fuertes debates y discusiones entre historiadores y filósofos, que no vamos a detenernos a analizar acá.

Sin embargo, sabemos que la historia, la realidad histórica, nuestra vida misma, lejos de ser un simple devenir de hechos que se suceden unos a otros, se constituye en un campo de tensiones, donde el pasado no siempre queda atrás, sino que persiste, regresa, se reconfigura y exige ser confrontado. Justamente porque ese “pasado” está configurado por un sinnúmero de fenómenos, acontecimientos y acciones que no siempre “pasan”, simplemente, sino que en muchas ocasiones perduran o parecen esfumarse hasta que emergen nuevamente.

La represión estatal, el negacionismo y las resistencias a ambos fenómenos son manifestaciones concretas de esta dialéctica temporal, y a ellas me voy a referir. La violencia política, en especial la que caracterizó a la última dictadura militar, no es un episodio clausurado en los archivos o un recuerdo inerte que reclama ser oído; sino un proceso cuyos efectos se despliegan en el presente desafiando la noción que muchas veces se le quiere otorgar de ser un pasado cerrado e inmutable. Por su parte, el negacionismo de ese accionar estatal reconstituye ese pasado, sin dudas, pero con el intento de performar el presente; ya sea relativizando los crímenes cometidos desde el Estado, deslegitimando las memorias de las víctimas o buscando habilitar nuevas formas de violencia política. Y frente a ello, las resistencias —en sus diversas formas, desde la lucha por la memoria y la justicia hasta las movilizaciones populares— no solo disputan esas interpretaciones del pasado, sino que también intervienen activamente en el presente para impedir que la impunidad y el olvido se impongan como norma.

Ahora bien, es aquí donde me interesa proponer una reflexión en torno a estos tres fenómenos y su relación con el tiempo, a partir de una distinción que plantea el historiador belga Berber Bevernage y que, cuando la leí por primera vez, me resultó muy sugerente. En su libro Historia, memoria y violencia estatal. Tiempo y justicia, Bevernage distingue entre el pasado irreversible y el pasado irrevocable para ofrecer una clave conceptual que permita superar la tensión entre la irreversibilidad del pasado (aquello de que lo hecho, hecho está y ya nada se puede hacer) y la exigencia moral de justicia en el presente.

En este sentido, frente a la noción clásica del tiempo lineal en la historiografía occidental donde el pasado es irreversible, dado que los eventos pasados no pueden cambiarse ni repetirse; están cerrados y pertenecen al tiempo que ya pasó, Bevernage propone la ide del pasado irrevocable: un concepto que enfatiza que ciertos eventos del pasado —especialmente los crímenes de Estado, la violencia política y las injusticias estructurales— siguen teniendo efectos en el presente; que no se trata de eventos que ocurrieron y ya están cerrados, sino que continúan afectando a las sociedades, a las víctimas y sus descendientes en un presente continuo, y que no se “superan” simplemente con el paso del tiempo porque siguen moldeando la realidad actual. Es decir, que hay pasados que no pueden ser simplemente "cerrados" o "dejados atrás". No se trata solo de que hayan ocurrido (como en la idea de irreversibilidad), sino de que, además de haber ocurrido, siguen teniendo efectos activos en el presente y no pueden ser deshechos o revocados por una decisión política, jurídica o historiográfica.

El propio término "irrevocable" significa que no se puede anular o revertir. En este sentido, Bevernage lo usa para describir pasados que siguen vigentes en la vida de las personas, en las instituciones y en la sociedad en general. Un crimen de Estado, por ejemplo, no puede volverse inexistente solo porque un gobierno lo declare "superado", o directamente lo niegue. Sus consecuencias —dolor, trauma, impunidad, desigualdades estructurales— siguen operando y exigiendo reparación o justicia.

En este sentido, creo que esta noción puede ser muy operativa para nuestra reflexión. Si el tiempo fuera meramente irreversible, bastaría con reconocer que los hechos han ocurrido y dar por concluida la discusión. Es lo que nos quieren imponer aquellas voces que pretenden dar vuelta la página y mirar hacia adelante. Pero la irrevocabilidad de ciertos fenómenos nos obliga a enfrentar el peso de un pasado que no se disuelve con la mera distancia temporal, sino que sigue actuando, estructurando desigualdades, moldeando discursos y generando conflictos en el presente.

En esta misma línea, creo que la distinción entre pasado irreversible e irrevocable es clave para entender el negacionismo en Argentina (o los negacionsimos, porque aquí nos estamos refiriendo exclusivamente a la última dictadura, pero también podríamos pensar el genocidio mapuche, por ejemplo, y el permanente discurso negacionista respecto el accionar estatal de entonces, a la preexistencia de esta nación a los estados argentino y chileno, así como a su actual y permanente existencia en este territorio, como parte de un pasado que también es irrevocable).

El negacionismo, sin embargo, no se detiene en la idea del pasado irreversible. Y esto creo que es fundamental: Porque no considera simplemente (y como si fuera poco) que “lo hecho hecho está”, y que ya pasó, sino que intenta ir más allá: busca especialmente revocar la verdad histórica y la memoria. Y ello queda claro cuando se relativizan o directamente se niegan los crímenes de Estado, se niega sin más la cifra de 30.000 desaparecidos (porque una cosa es querer problematizar esa cifra y analizar su origen, su alcance y significación, y otra cosa es negarla lisa y llanamente), o se intenta equiparar a las víctimas del terrorismo de Estado con las acciones de la guerrilla promoviendo la teoría de los "dos demonios". (Estrategia, esta última, particularmente insidiosa porque no solo distorsiona la magnitud del terrorismo de Estado, sino que además diluye su especificidad al presentar la represión como parte de un "enfrentamiento entre extremos", al tiempo que invisibiliza el carácter planificado, sistemático y unilateral de la violencia estatal, y niega así su condición de crimen de lesa humanidad). En este sentido, el negacionismo no es solo una disputa sobre el pasado, sino un intento de transformar un pasado irrevocable en un pasado maleable, que se puede reinterpretar al antojo de los intereses de turno, relativizar o incluso borrar según la conveniencia política. Tanto la negación directa del pasado dictatorial como la teoría de los dos demonios (en sus diversas expresiones) son formas de intervenir en el presente para condicionar el futuro, ya que deslegitiman las luchas por la memoria, la verdad y la justicia, y busca reinstalar un relato que justifique la impunidad.

Pero frente a ello, tenemos las resistencias (un término que sin dudas podríamos o deberíamos problematizar si consideramos que, más allá de los matices impuestos por cada presente, las militancias y los organismos de derechos humanos no solo resisten sino que también despliegan estrategias de lucha activas, tanto en el plano discursivo como en el territorio concreto). Y en este caso, no se trata solo de enfrentar los embates del poder, sino de disputar el sentido de la historia, de impedir que el negacionismo y la impunidad definan los límites de lo pensable y de lo posible. Las luchas por la memoria, la verdad y la justicia se sostienen en la certeza de que el pasado de la dictadura es irrevocable: de que sus efectos siguen operando, de que aquellos crímenes cometidos no prescriben, y en que como sociedad tenemos la responsabilidad de garantizar que no se repitan. (Lo mismo ocurre, cabe incluir en la reflexión, con la irrevocabilidad del pasado mapuche en este territorio y sus demandas, que, precisamente por su persistencia en el tiempo, siguen siendo actuales y urgentes). En ambos casos, como en tantos otros donde la represión estatal avanzó sobre trabajadores, estudiantes, jubilados, desocupados y campesinos, la irreversibilidad del pasado —su condición de haber sucedido y “ya pasaron”— se enfrenta a su irrevocabilidad, es decir, a su permanencia como deuda, como herida abierta y como motor de lucha.

En síntesis, entonces, me parece que esta mirada teórica sobre estos fenómenos desde una perspectiva temporal, nos permite explicar (o nos da alguna herramienta más para explicar) esta tensión entre la represión estatal, el negacionismo y sus resistencias. Nos permite comprender, quizá, por qué hay pasados que persisten y se niegan a ser revocables, y revocados. Por qué hay pasados que no pasan; pasados que siguen vigentes, vivos, no solo en los recuerdos y en las memorias colectivas, sino en las luchas que dan cuenta de su vigencia. Y en este sentido, resulta interesante, creo, pensar que su irrevocabilidad no es una condena, sino una responsabilidad: la de impedir que el olvido y la impunidad dicten nuestro futuro.



[1]      Este texto es una exposición brindada por el autor en un conversatorio organizado por el IPECHS y la APDH en la Facultad de Humanidades el 25 de marzo de 2025. El tema del encuentro fue “Dictadura y neoliberalismo. La lucha por los derechos humanos en tiempos de negacionismo”.

Pablo Scatizza (La Plata, 1970) es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Comahue  y Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella. Su campo de investigación es la violencia política y las formas de represión en la historia reciente, con énfasis en las décadas del ’60 y ’70. Entre 2008 y 2014 trabajó como investigador en la Fiscalía Federal de Neuquén, en las causas por delitos de lesa humanidad contra los represores de la región. Ha publicado numerosos artículos -en revistas científicas y de divulgación- referidos a las modalidades represivas que caracterizaron a la década del setenta, así como sobre la violencia política y sus representaciones. También publicó en el año 2016 el libro Un Comahue violento, en editorial Prometeo Libros.

pscatizza@gmail.com

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