Pensar la Dictadura, los negacionismos y las resistencias en clave temporal.
Pablo Scatizza
Pensando en qué traer a este conversatorio
para pensar colectivamente, sin aludir directamente a la cuestión de la
represión estatal y la violencia política, en especial a la que caracterizó a
la última dictadura militar (que, quizá, hubiera sido lo más esperable) decidí
apelar a una arista, si se quiere, más bien teórica, para intentar
reflexionar en torno a la temática específica que nos propusieron para este
conversatorio articulando la cuestión de la represión y la violencia
política desde una mirada de larga duración, que incluye a la última
dictadura militar, el negacionismo de ese fenómeno (y el amplio abanico de
crímenes cometidos en ese proceso), y las formas de resistencia que se
constituyeron. Entre estos tres problemas historiográficos (la represión
estatal, el negacionismo y las resistencias tanto a la represión como al
negacionismo) creo que hay un elemento que los atraviesa y los constituye
históricamente; una clave de bóvedad que les atribuye su cualidad de ser
fenómenos históricos y susceptibles de ser pensados como tales: el tiempo.
Solemos decir que el tiempo, en su
concepción más abstracta, nos atraviesa de diversas maneras. Es una experiencia
subjetiva de cambio (que sentimos y padecemos, y el aumento del número
de nuestras arrugas dan cuenta de ello) pero tamién una dimensión estructurante
de nuestra existencia. Casi intuitivamente (y sabemos que la intuición no
siempre es buena consejera), solemos
pensarlo como una línea que vincula (fusiona, incluso) unidireccionalmente
un pasado inalterable con un futuro desconocido, atravesándonos en el presente
de nuestra cotidianidad. Esta percepción profundamente arraigada en nuestra
cultura (aunque no necesariamente en otras), ha sido y es la matriz
dominante en la historiografía occidental, que ha tendido a concebir la
temporalidad en términos de un desarrollo progresivo, acumulativo y lineal. Una
concepción que, como decía es intuitiva y concebimos prácticamente como algo
dado, pero que en términos científicos,
cabe destacar, ha sido materia de fuertes debates y discusiones entre
historiadores y filósofos, que no vamos a detenernos a analizar acá.
Sin embargo, sabemos que la historia, la
realidad histórica, nuestra vida misma, lejos de ser un simple devenir de
hechos que se suceden unos a otros, se constituye en un campo de tensiones,
donde el pasado no siempre queda atrás, sino que persiste, regresa, se
reconfigura y exige ser confrontado. Justamente porque ese “pasado” está
configurado por un sinnúmero de fenómenos, acontecimientos y acciones que no
siempre “pasan”, simplemente, sino que en muchas ocasiones perduran o parecen
esfumarse hasta que emergen nuevamente.
La represión estatal, el negacionismo y las
resistencias a ambos fenómenos son manifestaciones concretas de esta dialéctica
temporal, y a ellas me voy a referir. La violencia política, en especial la que
caracterizó a la última dictadura militar, no es un episodio clausurado en los
archivos o un recuerdo inerte que reclama ser oído; sino un proceso cuyos
efectos se despliegan en el presente desafiando la noción que muchas veces se
le quiere otorgar de ser un pasado cerrado e inmutable. Por su parte, el
negacionismo de ese accionar estatal reconstituye ese pasado, sin dudas, pero
con el intento de performar el presente; ya sea relativizando los
crímenes cometidos desde el Estado, deslegitimando las memorias de las víctimas
o buscando habilitar nuevas formas de violencia política. Y frente a ello, las
resistencias —en sus diversas formas, desde la lucha por la memoria y la
justicia hasta las movilizaciones populares— no solo disputan esas
interpretaciones del pasado, sino que también intervienen activamente en el
presente para impedir que la impunidad y el olvido se impongan como norma.
Ahora bien, es aquí donde me interesa
proponer una reflexión en torno a estos tres fenómenos y su relación con el
tiempo, a partir de una distinción que plantea el historiador belga Berber
Bevernage y que, cuando la leí por primera vez, me resultó muy sugerente. En su
libro Historia, memoria y violencia estatal. Tiempo y justicia,
Bevernage distingue entre el pasado irreversible y el pasado irrevocable
para ofrecer una clave conceptual que permita superar la tensión entre la
irreversibilidad del pasado (aquello de que lo hecho, hecho está y ya nada
se puede hacer) y la exigencia moral de justicia en el presente.
En este sentido, frente a la noción clásica
del tiempo lineal en la historiografía occidental donde el pasado
es irreversible, dado que los
eventos pasados no pueden cambiarse ni repetirse; están cerrados y pertenecen
al tiempo que ya pasó, Bevernage propone la ide del pasado
irrevocable: un concepto que enfatiza
que ciertos eventos del pasado —especialmente los crímenes de Estado, la
violencia política y las injusticias estructurales— siguen teniendo efectos en
el presente; que no se trata de eventos que ocurrieron y ya están cerrados,
sino que continúan afectando a las sociedades, a las víctimas y sus
descendientes en un presente continuo, y que no se “superan” simplemente con el
paso del tiempo porque siguen moldeando la realidad actual. Es decir, que hay
pasados que no pueden ser simplemente "cerrados" o "dejados
atrás". No se trata solo de que hayan ocurrido (como en la idea de
irreversibilidad), sino de que, además de haber ocurrido, siguen teniendo
efectos activos en el presente y no pueden ser deshechos o revocados por una
decisión política, jurídica o historiográfica.
El propio término "irrevocable"
significa que no se puede anular o revertir. En este
sentido, Bevernage lo usa para describir pasados que siguen vigentes en la vida
de las personas, en las instituciones y en la sociedad en general. Un crimen de
Estado, por ejemplo, no puede volverse inexistente solo porque un gobierno lo
declare "superado", o directamente lo niegue. Sus consecuencias
—dolor, trauma, impunidad, desigualdades estructurales— siguen operando y
exigiendo reparación o justicia.
En este sentido, creo que esta noción puede
ser muy operativa para nuestra reflexión. Si el tiempo fuera meramente irreversible,
bastaría con reconocer que los hechos han ocurrido y dar por concluida la
discusión. Es lo que nos quieren imponer aquellas voces que pretenden dar
vuelta la página y mirar hacia adelante. Pero la irrevocabilidad de
ciertos fenómenos nos obliga a enfrentar el peso de un pasado que no se
disuelve con la mera distancia temporal, sino que sigue actuando, estructurando
desigualdades, moldeando discursos y generando conflictos en el presente.
En esta misma línea, creo que la distinción
entre pasado irreversible e irrevocable
es clave para entender el negacionismo en Argentina (o los negacionsimos,
porque aquí nos estamos refiriendo exclusivamente a la última dictadura, pero
también podríamos pensar el genocidio mapuche, por ejemplo, y el permanente
discurso negacionista respecto el accionar estatal de entonces, a la
preexistencia de esta nación a los estados argentino y chileno, así como a su
actual y permanente existencia en este territorio, como parte de un pasado
que también es irrevocable).
El negacionismo, sin embargo, no se detiene
en la idea del pasado irreversible. Y esto creo que es fundamental: Porque no
considera simplemente (y como si fuera poco) que “lo hecho hecho está”, y que
ya pasó, sino que intenta ir más allá: busca especialmente revocar
la verdad histórica y la memoria. Y ello queda claro cuando se relativizan o
directamente se niegan los crímenes de Estado, se niega sin más la cifra de
30.000 desaparecidos (porque una cosa es querer problematizar esa cifra y
analizar su origen, su alcance y significación, y otra cosa es negarla lisa y
llanamente), o se intenta equiparar a las víctimas del terrorismo de Estado con
las acciones de la guerrilla promoviendo la teoría de los "dos
demonios". (Estrategia, esta última, particularmente insidiosa porque no
solo distorsiona la magnitud del terrorismo de Estado, sino que además diluye
su especificidad al presentar la represión como parte de un
"enfrentamiento entre extremos", al tiempo que invisibiliza el
carácter planificado, sistemático y unilateral de la violencia estatal, y niega
así su condición de crimen de lesa humanidad). En este sentido, el negacionismo
no es solo una disputa sobre el pasado, sino un intento de transformar un pasado
irrevocable en un pasado maleable, que se puede
reinterpretar al antojo de los intereses de turno, relativizar o incluso borrar
según la conveniencia política. Tanto la negación directa del pasado
dictatorial como la teoría de los dos demonios (en sus diversas expresiones)
son formas de intervenir en el presente para condicionar el futuro, ya que
deslegitiman las luchas por la memoria, la verdad y la justicia, y busca
reinstalar un relato que justifique la impunidad.
Pero frente a ello, tenemos las resistencias
(un término que sin dudas podríamos o deberíamos problematizar si consideramos
que, más allá de los matices impuestos por cada presente, las militancias y los
organismos de derechos humanos no solo resisten sino que también
despliegan estrategias de lucha activas, tanto en el plano discursivo como en
el territorio concreto). Y en este caso, no se trata solo de enfrentar los
embates del poder, sino de disputar el sentido de la historia, de impedir que
el negacionismo y la impunidad definan los límites de lo pensable y de lo
posible. Las luchas por la memoria, la verdad y la justicia se sostienen en
la certeza de que el pasado de la dictadura es irrevocable: de que sus
efectos siguen operando, de que aquellos crímenes cometidos no prescriben, y en
que como sociedad tenemos la responsabilidad de garantizar que no se repitan.
(Lo mismo ocurre, cabe incluir en la reflexión, con la irrevocabilidad del
pasado mapuche en este territorio y sus demandas, que, precisamente por su
persistencia en el tiempo, siguen siendo actuales y urgentes). En ambos casos,
como en tantos otros donde la represión estatal avanzó sobre trabajadores,
estudiantes, jubilados, desocupados y campesinos, la irreversibilidad del
pasado —su condición de haber sucedido y “ya pasaron”— se enfrenta a su
irrevocabilidad, es decir, a su permanencia como deuda, como herida
abierta y como motor de lucha.
En síntesis, entonces, me parece que esta mirada teórica sobre estos fenómenos desde una perspectiva temporal, nos permite explicar (o nos da alguna herramienta más para explicar) esta tensión entre la represión estatal, el negacionismo y sus resistencias. Nos permite comprender, quizá, por qué hay pasados que persisten y se niegan a ser revocables, y revocados. Por qué hay pasados que no pasan; pasados que siguen vigentes, vivos, no solo en los recuerdos y en las memorias colectivas, sino en las luchas que dan cuenta de su vigencia. Y en este sentido, resulta interesante, creo, pensar que su irrevocabilidad no es una condena, sino una responsabilidad: la de impedir que el olvido y la impunidad dicten nuestro futuro.
[1] Este texto es una exposición
brindada por el autor en un conversatorio organizado por el IPECHS y la APDH en
la Facultad de Humanidades el 25 de marzo de 2025. El tema del encuentro fue
“Dictadura y neoliberalismo. La lucha por los derechos humanos en tiempos de
negacionismo”.
Pablo Scatizza (La Plata, 1970) es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Comahue y Doctor en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella. Su campo de investigación es la violencia política y las formas de represión en la historia reciente, con énfasis en las décadas del ’60 y ’70. Entre 2008 y 2014 trabajó como investigador en la Fiscalía Federal de Neuquén, en las causas por delitos de lesa humanidad contra los represores de la región. Ha publicado numerosos artículos -en revistas científicas y de divulgación- referidos a las modalidades represivas que caracterizaron a la década del setenta, así como sobre la violencia política y sus representaciones. También publicó en el año 2016 el libro Un Comahue violento, en editorial Prometeo Libros.