Lectoras en Dictadura.


 Lectoras en dictadura*.

“Veo, veo””qué ves” “una cosa””qué cosa””maravillosa” y afuera la muerte, la tortura, los gritos, las amenazas, el miedo que apresa los pasos cotidianos, los embarra de llantos, les hurta la vida, y adentro, en casa, en los bordes difusos de una camalàgrima, una mujer canta la palabra, enjuaga a sus hijas de la espuma temible de” los malos” y llena la habitación de sílabas que provocan risa, que se meten en la panza, en los pies, en las manos…”En un convento borombombom , de San Francisco borombombom, había una negra borombombom y tres negritos borombombom…” Una mujer en el encierro obligado de su casa cocina panqueques y croquetas de acelga mientras desmigaja la tristeza y la tamiza en sus manos para aliviarla. Habla y juega, juega que juega, juega que habla… “Pisa pisuela, color de ciruela, vía, vía este pie…”

La palabra circula en el adentro, en los pasillos de la casa, baila en los rincones de una biblioteca arrasada a la que le crecen libros que se plantan, sigilosamente, página por página. La literatura es una mujer que juega con sus hijas en la orilla del día, y un papá que lame silencios en un resguardo de la casa, mientras escribe en los bordes domésticos de una clandestinidad árida.

En esa casa, donde nos refugiamos de un afuera peligroso, una mujer escribe en un papelito de sus cuadernos de aula: “No sé quién soy. Pasajera de años interminables de silencio, ecos de miradas, impulso sordo de alientos extrañados. No sé quién soy”. Y después, como si nada, nos cose la alegría de una palabra en el revés de nuestros vestidos, para que no se caiga. La literatura se sirve en la bandeja de las tostadas, a la hora de la leche mientras mi hermana y yo husmeamos las ventanas que se abren dentro del encierro de la casa.

Y en otro lugar, cercano en la herida, otra mujer se pone el sombrero de la palabra en medio de una celda con el olor a la escarcha de tanta lágrima encerrada. Apila la manta que la cubre apenas de las voces rancias, y en puntas de pie inicia el canto que dará comienzo a la radio. Radio inventada desde ese adentro, de un calabozo y de una mujer. Una mujer que interpreta colgada de la ventanita minúscula de la celda, los cuentos, la poesía, los relatos. Ella acude a su voz que remonta como barriletes la literatura que se le quedó pegada, y se las da a otras mujeres que, por un momento, pueden soñar otros mundos, habitar otros cuartos, salirse de ese tiempo que hiere, que lacera y estalla.

La voz de una mujer es, en medio de la cárcel, radio “La voz de la Gaviota” que desanuda las mordazas del encierro, que habilita el alivio entre tanta afonía de gritar en medio de la nada. Radio “La voz de la Gaviota” entreteje los cuerpos de mujeres sitiadas, las hace abrigo, manta.

Cada una desde la ventana de su celda, saborea los cuentos que les llegan, los desmenuzan de a poco para que dure, como se hace en la infancia con un caramelo para que dure mucho. Ellas los tragan para cuidarlos del oído carcelero, del voraz incendio de los guardias.

La contadora, la narradora, la locutora, la inventora de mundos, “la voz de la Gaviota” los recrea en su cabeza, los repasa, los vuelve a narrar en su cuerpo, los prepara.

Afuera los monstruos se agigantan, tiemblan las calles, se agazapan los cielos hasta quebrarse en pedazos, se espantan los encuentros, se recortan los besos, se destruye la palabra compartida y desmiembra el abrazo. Afuera habitan el Miedo de decir palabra andante, el miedo de dispersar deseos en las plazas, el miedo de llevar el cuerpo suelto y la cabeza alta. Los monstruos se regodean en la tortura silabeante del despojo, en las venenosas proclamas del orden y la buen venturanza, se persignan, se confiesan, se saludan, se felicitan por tanta muerte acumulada.

Adentro, en una celda, una mujer bosqueja un pájaro con las palabras…Quiroga, Cortázar, Carpentier… y sueña que tiene alas, garras, pico para comerlas una a una, como migajas.

Adentro, en su casa, una mujer esboza un río con las palabras…García Márquez, Cortázar, Benedetti….y sueña que tiene aletas, boca, branquias para nadarlas una a una, como oleadas.

Mujeres que leen, mujeres que hacen la palabra, aunque suceda el verdugo y desgarre las miradas, ellas sueñan que pueden y para eso, se sostienen con palabras:

“Veo, veo” ¿Qué ves?” “Una cosa” “¿Qué cosa?” “Maravillosa””Color, color…GAVIOTA!”

*Agradezco a los textos de mi mamá Ana Maria Bemón, y los relatos de Susana Barco, y las tantísimas contadas de mujeres que leen en diferentes encierros y la siguen peleando.

Gabriela Mendes.
Publicado el 24 marzo de 2013

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