Luca



Una tarde de 1994, junto a Damián, El Colo y su hermana Bea, y tal vez algunos más, fuimos desde Bernal hasta Avellaneda a tratar de encontrar la tumba de Luca Prodan, en un nuevo aniversario de su nacimiento (o de su muerte). Luca había fallecido hacía seis años, así que yo no había escuchado Sumo en vida de su cantante. Ninguno de aquella pandilla escuchaba rock, a secas. Bea y yo escuchábamos más punk-rock y El Colo y Damíán eran devotos metaleros, seguidores de Hermética y creo que incluso habían llegado a ver en vivo a V8. Pero a todos nos gustaba Sumo, la banda que sin ser punk tenía a Luca Prodan como uno de los mayores exponentes locales y a una de las canciones más emblemáticas: “El ojo blindado”.


Luca era italiano de nacimiento, con una loca historia familiar (madre nacida en China; padre nacido en el imperio Austro-Húngaro). Había llegado a la Argentina en 1980, tras haber vivido en Escocia (donde estudió junto al Príncipe Carlos de Inglaterra). Luego vivió en Londres, donde formó su primera banda y escuchó los sonidos que dieron nacimiento al punk. Con Sumo debutó en diciembre de 1981, y se despidió en diciembre de 1987, junto a Los violadores, dos días antes de su muerte, producto de una cirrosis.

Por sobre todas las cosas, Luca dejó una leyenda: la de un auténtico artista de rock, promotor de una poderosa contracultura underground. Canciones como “Mañana en el Abasto” o “Fuck you” se tornarían himnos y llegarían a nosotros en los años noventa como parte del más poderoso legado del rock contestatario.

Aquella tarde en la que fuimos hasta la tumba de Luca me sentí realmente transitando los caminos de la libertad. La hermandad gestada entre amigos y el culto a quienes nos habían antecedido en nuestras rebeldías. El Colo y Bea discutían; él le decía a ella que parara un poco con la bebida, ella saboreaba un poco de esa bebida que tanto le gustaba al Pelado. Hasta que luego de dar mil vueltas por todo el cementerio dimos con el lugar: Bea roció con ginebra la tumba de Luca.

Nos agarró el anochecer junto con el cierre del cementerio. Bea, totalmente en pedo, vomitando cada algunos pasos. Tuvimos que saltar una reja para poder salir. Quizás Luca se hubiese reído de vernos allí, atrapados en esa reja que separaba a los vivos de los muertos. Fue realmente una odisea.

*Extracto de mi libro 2001. Odisea en el Conurbano. Historias de amor, amistad, rock y militancia.
(un texto de Mariano Pacheco)

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