Bolodo poro Coroloto

 Una carta de Cali para Boolodo…

                                                                                     de Cali Duarte[1]


Humber querido, Piglia decía que la utopía de la literatura está en esa lectura bovarista–de la que a veces renegamos- en donde la ficción encuentra la vida. No sé qué intuición hizo que me mandaras y me encontrara con Bolodo poro Corloto, que como un gancho de palabras me enganchó a punto de dejarme sin palabras, como Carlitos, o como ese título que como gesto anuncia una boca estrangulada de tan inarticulable y difícil de pronunciación que uno sólo puede rumiarlo, sin decirlo.

Sospecho que hay algunos atributos para los textos que no nos gustan, como “tremendo”; pero esta novela es tremendamente bella. “Tremenda” porque si hay escena lacerante en donde la mudez y la soledad acompañan como caricia está ahí, como un agujero en el lenguaje. Nietzsche, en una carta a un amigo, le decía que la filosofía era leer despacio; y leerte, amigo, es entrar en ese ritmo vertiginoso de la lentitud, que es una apuesta estética cuando nos acercás a una mirada que se desnaturaliza  y obliga a leer desde otra lógica a contrapelo del automatismo perceptivo –como dirían los formalistas rusos- para mirar las cosas como si fueran por primera vez a través de la mirada de un niño que se interroga el pecho que se le vuelve máquina de hacer significados. Escena tan simple, pero tan potente por filosa y filosófica; porque ser no es estar, porque el yo no es lo uno, porque también para interrogar al sujeto hay que interrogar la realidad. Y “la realidad es movimiento”, dice el narrador que le presta la voz al niño que mira a Lovera, como un gesto autorreferencial, en donde la novela se rasga las vestiduras para hacernos ver una composición en esa escena tan detenida, pero que insiste en el movimiento. ¿Hay algo que se mueve?


Hay un inicio que tensiona la geografía como piel, o la piel como territorio: “De ahí para afuera todo, para adentro nada.”; y uno empieza a preguntarse dónde se juega la subjetivación para este niño – ¿estático?- en donde pareciera que la naturaleza lo pone a hablar, o lo obliga a perderse, a riesgo de ese otro cultural que lo calla – ¿ruinas de la cultura o redención como el ángel de Peter Handke? ¿Cómo mirar como un niño? ¿O qué puede un niño solo o sólo mirando o solo escapado de la mirada que vigila y modela? ¿De qué modo se construye mundo?, ¿cómo componer una voz de quien no puede articular voz?

Cercanía en contexto para producir sentidos como ese hilo que conecta baño, níspero y mierda "¿Todas las cosas dulces vienen de la mierda?" Y siguiendo esa experiencia de lectura del niño que lee significantes en cadena de selección y asociación, en un repliegue y despliegue del lenguaje, se me ocurre leerte o encontrarte en un gesto político. Dice Tiqqun “Aquí prevalece la regla de no-actuar, que se expresa así: la fecundidad de la acción verdadera reside en el interior de ella misma; podría decirlo de otro modo, podría decir: la acción verdadera no es un proyecto que uno realiza, sino un proceso al cual uno se abandona. Quien actúa, actúa hoy como niño perdido. La errancia gobierna este abandono. Vagamos. Vagamos entre las ruinas de la civilización; y precisamente porque se encuentra en ruinas, no nos será dada la posibilidad de enfrentarla. Es una guerra bien curiosa esta en la que nos hallamos comprometidos. Una guerra que requiere que se creen mundos y lenguajes, que se abran y ofrezcan lugares, que se constituyan hogares, en medio del desastre”. Y sin embargo, ese narrador en segunda persona que se vuelve amorosamente comprensivo cubre la ausencia de esa casa. Narrador que acompaña y acaricia, y que, sin salamerías, puede leerlo y desatar una lengua ausente: “te da risa la ocurrencia de tu lengua”, “cuando vas a decir algo no te sale la voz”; pero ahí está esta suerte de traductor que a riesgo de traición (como toda traducción) escarba.

Arranqué hablando del bovarismo que es el derecho del lector a la lectura epidérmica, para intentar decir la experiencia de Bolodo poro Coroloto vuelta carne que "Empieza a sobarse. Hacia afuera, luego adentro, y la misma inercia le produce ganas. Le marca el ritmo y la forma"


Te agradezco este darme de leer, y quedo a la espera del papel para marcarlo, sobreescribirlo, dejar una huella de carne en el volverte a leer.

[1] Carlos Duarte. Poeta, autor de: La forma de lo lejos (Suri porfiado 2017); No escribirás el Paisaje (Rangun, 2019); No hay lugar a donde ir (Charco Editora 2022).

                                                                                                                                                                                                                             Cali


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