La Noche de los Lápices.

 Útiles escolares

De pibes seguramente nos ligábamos un reto –o más que eso- ante el extravío irresponsable que hacíamos de los útiles escolares. Principio de año, compra de cuadernos, de papel glasé, de brillantina. Todos estos elementos que duraban poco más que un suspiro y sobre los cuales nuestros padres no ejercían una vigilancia demasiado estricta. No debe haber padre que haya preguntado “¡¿Qué hiciste con el papel crêpe que te compré?!”. En momentos llegué a pensar que las vacaciones de invierno estaban destinadas al reaprovisionamiento de aquello que se había gastado, completado o perdido.
Gajes del oficio escolar: las cosas se gastan, los cuadernos se completan y el resto suele perderse. Sin embargo, sobre lo que sí se establecía un férreo sistema de control era sobre los lápices. Sobre todo con los lápices de color. Mi vieja, como la mayoría de las madres y padres de los otros pibes, ni bien me compraba una caja de lápices –como esos Faber Castell en caja de lata que una vez me compró y que de vez en cuando paso por alguna librería a consultar su precio: una fortuna inaccesible- tomaba una hoja de Gillette, establecía en la madera de cada uno de ellos un espacio despojado de pintura y con tinta azul escribía mi nombre y apellido.
Cada lápiz en mi cartuchera estaba marcado con mi identidad; 24 colores tan diferentes unos de otros pero signados por el nombre de un único dueño. “Para que no se pierdan” decía mi vieja, ante el reclamo mío por ver el lápiz herido en el lomo. Pero los lápices se perdían igual, a pesar del tiempo perdido de mi madre horadando la madera. Y la caladura de mi identidad sobre los lápices era profunda. Una vez vi a un compañero pintando con medio lápiz violeta. Me di cuenta de que el tamaño no había sido a causa del sacapuntas. El lápiz –mi lápiz- se había partido cuando se quiso borrar la identidad de su verdadero dueño.
Hoy pienso en lápices que aun perdidos, conservan una identidad indeleble, porque todavía hay quien los empuña. Y son lápices de colores esos que todavía siguen escribiendo.

Sebastián Alegre -Viento del Sur-
(publicado originalmente en septiembre de 2016)



Entradas populares