Nuevamente la Represión...


Sábado 12 de abril. A las 5:35 los gendarmes, que avanzaban “peinando” el terreno circundante a la ruta con poderosas linternas, apoyados por un carro hidrante y una topadora, pertrechados con los habituales cascos, escudos, bastones, lanza-gases y balas de goma, llegaron al piquete número uno e intimaron a los manifestantes a despejar la ruta. Por toda respuesta recibieron una salva de insultos. Los fogoneros estaban convencidos de la justeza de sus reclamos, y consciente o inconscientemente esperaban que si ellos lograban resistir unas horas, la comunidad en su conjunto habría de volcarse a la ruta para apoyarlos. Habían ideado una sencilla estrategia defensiva: “resistir de piquete en piquete –entre el piquete número uno y la torre había tres barricadas más– y después retirarnos hacia la ruta provincial, por la que supuestamente los gendarmes no podían avanzar”.[1]

Quince minutos después de la intimación al desalojo, a las 5:50, los gendarmes se lanzaron al asalto del piquete número uno. Una lluvia de gases lacrimógenos y balas de goma cayó sobre los rebeldes. Los fogoneros respondieron arrojando piedras y unas pocas bombas molotov, pero sobrepasados ampliamente en número e imposibilitados de desplegarse a los costados de la cinta asfáltica –puesto que por allí también avanzaban efectivos de gendarmería y, presumiblemente, de la policía[2]– no tuvieron más remedio que replegarse.

Resulta curioso, o quizás patético, pero estas escenas guardan una asombrosa semejanza con las de Mad Max. La ruta interminable atravesando la meseta desértica. Soldados pertrechados con futuristas equipos bélicos –las tortugas ninjas, los apodaron los fogoneros– avanzando sobre el asfalto cubierto de piedras y escombros hasta llegar a las barricadas ocupadas por rebeldes harapientos armados como el bíblico David. Lo más moderno y lo más vetusto de la civilización mezclado en un mundo de violencia desatada por el petróleo: por su escasez en el film; por su abundancia privatizada en la realidad patagónica.

Alrededor de las 6:30 (cuarenta minutos después de iniciadas las acciones) la columna de gendarmería arribó a la Torre, en el acceso a Plaza Huincul, y terminó con las barricadas allí apostadas. A la salida del sol el operativo represivo parecía marchar sobre ruedas. Los piquetes principales habían sido desalojados y comenzaban a ser desmantelados. Sin embargo, la ruta no lograba ser controlada plenamente por las tropas: los fogoneros en retirada volvía a reagruparse y montaban nuevos piquetes, tanto sobre la ruta nacional Nº 22 como sobre la provincial Nº 17, por la que se replegó un grupo numeroso. “La idea –recuerda una protagonista– era llegar hasta la ruta provincial, porque sabíamos que ahí la gendarmería se tenía que frenar, no podía avanzar. Y lo que hicimos fue eso, y una vez ahí les volvimos a cortar, pero pensando que ellos no iban a avanzar. Gendarmería esperó 10 ó 15 minutos... y avanzó por la provincial”.[3] En consecuencia, los enfrentamientos no culminaron, a pesar del rápido desalojo de los piquetes originales. Según un periódico local, “a las ocho de la mañana la situación parecía controlada: los piqueteros se habían dispersado y sobre la ruta sólo permanecían algunos curiosos. Pero Gendarmería, para demostrar que lo hecho hasta allí no bastaba, avanzó aún más hasta Cutral Có”.[4] Esta versión coincide con la de varios protagonistas. Según uno de ellos: “Al llegar los gendarmes a la rotonda de Plaza Huincul ya se había exterminado, o sea la gran barricada ya la habían limpiado. Gendarmería hasta ahí había logrado su propósito, porque si empezaba a circular el tránsito se acababa todo. Pero resulta que hacia al aeropuerto quedaban prendidas cuatro gomas locas. ¿Qué hicieron los gendarmes? Para mí estaban un poquito agrandados ¿viste?, y dijeron: «vamos a apagar aquello». Y nosotros que le seguíamos la bronca porque no les dábamos la ruta ¿viste?, y al no entregarles la ruta ellos nos seguían sacudiendo, con gases, palos, todo... y al no darles la ruta es que comenzó a actuar la policía y a pegarle al que agarraban al costado de la ruta... y le sacudían, y agarraban pibes y le daban”.[5] Otro fogonero declaró a la prensa: “la gendarmería se equivocó muy feo cuando se metió al pueblo a reprimir. Acá la gente no se banca estas giladas, acá hay gente con huevos. Si ellos se quedaban en la torre no pasaba nada, nos corrieron como quisieron, pero cuando se metieron con la gente se pudrió todo”.[6]


La gendarmería sin dudas se equivocó cuando ingresó al pueblo a reprimir, pero no ingresó por ingenuidad: fue llevada por los fogoneros, quienes deliberadamente se replegaron por la ruta provincial Nº 17 y continuaron incendiando cubiertas sobre la Nº 22, para “no entregarles la ruta”.[7] Esto obligó a las tropas a continuar avanzando, persiguiendo a los jóvenes que se replegaban, sí, pero no se dispersaban ni desistían de armar nuevos piquetes. Mientras los efectivos se desplazaban los manifestantes continuaban la apedreada, a la que poco a poco se sumaban nuevos vecinos.

Con la Torre ya en manos de gendarmería y la ruta prácticamente despejada en su totalidad de barricadas, la violencia, pues, lejos de disminuir, se acrecentó. Pasadas las 7:30 se registró un duro ataque sobre un grupo de manifestantes y curiosos, entre los que había mujeres y niños. Para los agentes de la represión “la orden era simple. Había que repartir como para que a nadie le queden ganas de cortar una ruta”.[8] Esta extrema violencia represiva, lejos de cumplir su cometido (dar un escarmiento), encendió la mecha de la rebelión.

Así estaban las cosas cuando la policía provincial intervino colaborando en la represión. El accionar de la policía –según la interpretación de algunos testigos– intentaba impedir que nuevos grupos de manifestantes arribaran a la ruta 22, así como detener a los jóvenes que habían buscado refugio en los barrios colindantes.[9] De esta manera la represión continuó la tendencia a trascender el ámbito legalmente fijado (que estipulaba únicamente desalojar la ruta nacional Nº 22, y que fuera inicialmente violado por el avance de las tropas de gendarmería sobre la ruta provincial Nº 17), para involucrar a los barrios de ambas localidades. Con la intervención de la policía la violencia aumentó aún más. Los efectivos policiales estaban exaltadísimos y golpeaban sin miramiento a todo lo que se les pusiera por delante. Entre tanto los vecinos – muchos de los cuales permanecían despiertos y seguían las alternativas por la radio– comenzaron a salir de sus casas, en parte por verse afectados directamente por los gases que comenzaban a filtrarse en sus viviendas, en parte por solidaridad con los jóvenes fogoneros, y en parte por mera curiosidad. “Los medios –relata un testigo– empiezan a transmitir con desesperación como pegaban los milicos de la Provincia. Los milicos empiezan a pegar más que los gendarmes. Al costado de la ruta al que agarraban de los pelos te lo arrastraban y le metían palos y te lo metían en la camioneta”.[10] Poco a poco, pues, los pobladores, que en buen número hasta ese momento no habían apoyado activamente la protesta, comenzaron a sumarse a los manifestantes, indignados por la ferocidad con que actuaban gendarmes y policías. En pocos minutos minaron las rutas de nuevas barricadas. “Cuando los gendarmes pasaban –relata un participante– nosotros les hacíamos un fogón atrás. Y cuando ya el pueblo se sumó los seguimos de atrás: ya no era un fogón, eran cien...”.[11]

En Huincul la policía intervino con ferocidad. “Nos vinieron a sacar a los chicos de adentro de las casas, nos atropellaron y avasallaron”, relató a la prensa una joven mujer.[12] Y la ferocidad policíaca cobraría una víctima fatal. A las 9:20, en las inmediaciones del barrio Otaño, sobre la ruta provincial 17, una bala calibre nueve milímetros disparada por un policía impactó en el cuello de una mujer, Teresa Rodríguez, quien moriría horas después. Teresa tenía 25 años de edad, era empleada doméstica y madre de tres hijos. Ya herida, fue trasladada al hospital de Cutral Có y luego derivada a Neuquén, donde fallecería.

[1] Entrevista con Mariela.

[2] “Entre nosotros mismos habíamos dicho de no ir para el campo (yo fui una de las encargadas de avisar), porque en el campo había milicos, el campo estaba lleno de policías. Había una camioneta de la policía. Esa noche, como dos o tres horas antes de que llegara la gendarmería, habían luces en el campo: los policías se hacían señas de luces entre ellos”. Entrevista con Mariela.

[3] Entrevista con Mariela.

[4] Diario La mañana del sur, domingo 13 de abril de 1997, pág. 9.

[5] «Testimonio de un fogonero», Pido la palabra, Nº 4, Neuquén, otoño 1997. Esta entrevista fue realizada personalmente por el autor.

[6] Testimonio de un fogonero recogido por Rodolfo Chávez para Río Negro, publicado el 15 de abril de 1997. La apreciación de este participante coincide con la de los periodistas: “hasta ese momento la ciudad permanecía ajena a los acontecimientos, pero el dominio de Gendarmería provocó la reacción espontánea de la población en defensa de los reprimidos”. La mañana del sur, 13 de abril de 1997.

[7] Cabe señalar que la ruta Nº 17 atraviesa el populoso barrio Otaño de Plaza Huincul, y que también la ruta Nº 22 se encuentra en la cercanía de barrios populares.

[8] Diario Río Negro, domingo 13 de abril de 1997, 7 de septiembre de1997..

[9] Entrevista con Javier, militante del MST.

[10] «Testimonio de un fogonero», Pido la palabra, Nº 4, Neuquén, otoño 1997.

[11] «Testimonio de un fogonero», Pido la palabra, Nº 4, Neuquén, otoño 1997.

[12] Diario Río Negro, domingo 13 de abril de 1997.

Docentes y Piqueteros. De la huelga de aten a la pueblada de Cutral-Có (Ariel Petruccelli) Ediciones El Cielo por Asalto. 2005




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