“Cultura política, militantes y movilización”
“Cultura política, militantes y movilización”
-Entrevista a Fernando Aiziczon- octubre 2018-
¿Hay acaso un concepto tan controversial y complejo
como el de campo? ¿Y si a este campo le endilgamos además la complejidad de
pensarlo desde una perspectiva geográfica a la vez que temporal? ¿Y si además
sugerimos para este campo un espacio tan complejo como Neuquén -la tierra de la
promesa de bienestar, el último bastión de una manera de entender las cosas del
Estado desde una suerte de ‘feudalismo estatal’, el Neuquén de la Resistencia?
Y junto a ese espacio, el campo pensado desde una temporalidad nostálgica en la
evocación de la lucha a la vez que siniestra en su amenaza de retorno: la década
del ’90, década heroica y evocable para algunos e infame y aborrecible para
otros, quizás por la misma razón. Habrá que intentar buscar algunas de esas
respuestas en Cultura política, militantes y movilización. Neuquén durante los
años ’90 de Fernando Aiziczon.
Tal vez, y ya que el autor de este trabajo que hoy nos
ocupa nos autoriza a metaforizar los conceptos o a pensar la conceptualización
como metáfora, uno podría pensar en los ’90 como una suerte de Espada de
Damocles. En una tradición política que suele pensar siempre en la vuelta de
algo, a veces promisorio y otras amenazante, los años duros de avance
neoliberal parecen pender sobre nuestras cabezas con el filo ominoso de la
amenaza de regreso. Pero con el regreso de lo aberrante, vuelven también las
historias de la resistencia. Y la posibilidad de pensarlas: si el campo es a la
vez lugar y momento, ¿por qué el tiempo no puede ser adamas arma, cargado se sí
mismo?
1- Cultura política, militantes y movilización es un
libro que se propone explicar una vigorosa cultura política de la protesta que
se expande hasta nuestro presente. ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
“Cultura política, militantes y movilización” es una
continuación de mi anterior libro “Zanón. Una experiencia de lucha obrera” (2009),
es decir una prolongación, a mayor escala y hacia atrás temporalmente, de una
misma pregunta: ¿por qué Neuquén despliega una intensidad de protestas sociales
incomparable con otras zonas del país?, ¿cómo se sostienen en el tiempo las
movilizaciones y experiencias de lucha?, ¿Quiénes las protagonizan, mediante
qué prácticas?, ¿cómo se transmiten generacionalmente? Cuando indagaba
previamente el caso de los obreros de Cerámica Zanón me resultaba imposible no
referir a las luchas pasadas desplegadas en los ’90, incluso más allá de la
espectacularidad de las puebladas cutralquenses que son algo así como el mito
de origen de Neuquén como territorio beligerante. En el año ‘95 por ejemplo, ya
tenemos la Coordinadora de Desocupados, en el año ’94 la pueblada de Senillosa,
entremezcladas a su vez con las acciones de ATE y ATEN; y si retrocedemos hasta
los ’80 encontramos la militancia de las organizaciones de DDHH, pero también
la desconocida experiencia de la Interbarrial neuquina, la impronta de la
comunidad chilena, las huelgas de la UOCRA, es decir, no es posible explicar ni
comprender la riqueza de las luchas sociales neuquinas actuales sin mirar hacia
atrás el desarrollo de una enorme historia previa que ha sabido constituirse en
tradición, en cultura política, en forma de hacer política de las clases
subalternas.
2- En Neuquén, usted sostiene que existe un proceso en
construcción de una cultura de la protesta durante los 90 ¿Cómo fue posible
este proceso?
Una cultura política de protesta refiere a un conjunto de
prácticas sociales mediante las cuales actores específicos se encargan no sólo
de resistir frente a situaciones que consideran injustas política y socialmente
(de allí que protesten), sino fundamentalmente a transmitir en el tiempo,
generacionalmente, valoraciones positivas respecto a esas prácticas. En otras
palabras: la construcción social del piquete o del corte de ruta y de calles,
la cotidianeidad de asambleas deliberativas, el recurso a la toma de edificios
públicos o privados, la movilización callejera, los rituales conmemorativos,
los cánticos en las movilizaciones, la escritura de volantes, balances o
publicaciones periódicas, las alianzas entre organizaciones y hasta el propio
modo de interpretar e investigar estas prácticas de resistencia específicas, es
decir, cierta reflexividad o “comprensión de sí” que elaboran los protagonistas
constituyen lo que denomino una cultura política de protesta. Gran parte de la
posibilidad de que exista está dada por la tarea no siempre visible y conciente
de eso que denominamos militantes o activistas. Son ellos, en principio, los
que hacen existir mediante la acción a una cultura política, cuya
particularidad es el ejercicio de la protesta.
3- Inés y Lolín son dos íconos inseparables en la lucha
por Verdad, Memoria y Justicia en el Alto Valle de Rio Negro y Neuquén. ¿Cuál
es la importancia de ellas en las múltiples historias que intenta contar a
través de sus testimonios?
Como desarrollo en el primer capítulo del libro, Inés y
Lolín cumplen una tarea simbólica insoslayable de legitimación de luchas, de
transmisión de historias en ese hilo común que las unifica y que arranca en la
demanda de Verdad, Memoria y Justicia, se continúa en los ’90 con las
resistencias al “Neoliberalismo” y persiste en el nuevo siglo denunciando
nuevas formas de opresión. Pero resulta que esa conexión entre luchas sociales
no se realiza “en el aire”, espontáneamente, sino que hay que practicarla
continuamente; esto significa que sin ellas probablemente las experiencias de
lucha carezcan de una interpretación, de un sentido histórico que las incorpore
en la historia social neuquina y argentina. Y es precisamente la incorporación
de un sentido a las acciones lo que permite, entre otros factores, que las
luchas se sostengan. Yo recuerdo en especial 2 momentos durante mi
investigación: cuando Madres de Plaza de Mayo le entregan el pañuelo a Raúl
Godoy, en un acto de impresionante valor simbólico realizado en la fábrica
Zanón; y cuando las visité para entrevistarlas: resulta que antes de comenzar
nuestra charla me pidieron que exprese mi opinión sobre el polémico vínculo que
venían desarrollando precisamente Madres de Plaza de Mayo con el gobierno de
Néstor Kirchner. Este pedido de posicionamiento previo, que podría ser
considerado como imprudente para un investigador porque condiciona el
despliegue posterior de la entrevista (en el caso de no coincidir), es también
parte de esa práctica militante permanente. De igual modo, me interesa ir más
allá y desatacar que Inés y Lolín no son únicamente figuras militantes
destacadas, sino principalmente modos en los que se construye una cultura
política, en el sentido de la necesidad de crear personificaciones vivas de la
historia reciente de luchas sin las cuales sería muy difícil establecer
sentidos a más largo plazo…En otras palabras, Inés y Lolín son “historia hecha
cuerpo”.
4- Los “legados” son una marca social inasible, compleja
y difícil de indagar, como seguramente ha sido la figura del obispo De Nevares.
Entonces, siendo más directos y para quienes no conocen al Obispo… ¿Quién fue
Don Jaime?
Bueno… “Don Jaime”, como es nombrado por la militancia
neuquina, además de ser el primer Obispo neuquino, uno de los fundadores de la
APDH, famoso por su acompañamiento a los obreros en huelga durante el Choconazo,
entre tantísimas acciones y anécdotas que pueblan su vida pública, diría que
cumplió un rol similar al que desplegaron después las Madres de Plaza de Mayo,
que a su vez lo reconocen como la gran figura, tan icónica como ecuménica, de
la militancia neuquina. “Don Jaime” es lo que yo llamo un clásico “actor-red”,
con una disposición a la acción (ir a las huelgas, comprometerse en las
movilizaciones de modo expeditivo, etc.) que incomoda a sus legatarios, y que
cobija en su historia no sólo a las organizaciones de DDHH locales sino que
hasta “empuja”, en términos de la jerga militante, a la conformación de ATEN en
los tempranos ‘80s, es decir…nada más y nada menos que al gran sindicato que
condensa casi toda la cultura política de protesta neuquina. Varios testimonios
me indicaron ese momento preciso en el cual Don Jaime dice explícitamente:
“bueno…¡hagan el sindicato, qué esperan!”. Y yo no dejaba de preguntarme ¿dónde
se ha visto semejante determinación militante? Sin embargo, por enorme que sea,
no hay que sacralizar su figura…los “ruidos” que ha generado tras su muerte
pueden encontrarse tanto en un reacomodo conservador de la Iglesia neuquina
como en la posibilidad de emergencia de una crítica desde los sectores más
subalternos y que han “sufrido” ciertamente la acción militante de la Iglesia:
los mapuches… Lamentablemente, no he logrado profundizar en lo que denominaría
la historia militante de las comunidades mapuches críticas hacia todo el
espectro de protesta neuquino, desde la Iglesia hasta la izquierda. Pero sin
dudas son ellas las que delimitan la frontera de lo que ha sido posible, en
términos de construcción de una cultura política no solo de protesta sino
fundamentalmente un proyecto radical de emancipación. Volviendo a Don Jaime, y
siguiendo con la interpretación que propongo, quisiera sugerir que el obispo no
es una figura militante exclusiva ni que carezca de comparación: su gran otro
especular es nada menos que “Don Felipe”… Sapag. Esto nos invita a pensar sobre
los tipos o modos de compromiso político que fueron omnipresentes de una época
determinada, independientemente de la identidad política en la que se
inscriben.
5- ¿Cómo define usted (si es que existe una definición
posible) a un activista o militante teniendo en cuenta tus investigaciones
realizadas en las organizaciones sociales y sindicales de Neuquén. Está claro
que ser militante o formar de un colectivo militante no es poseer la acción por
naturaleza, pero, sin militantes… ¿Hay acción?
¡Claro que hay sin militantes hay acción!, es más, a veces
la presencia de un determinado tipo de militante u organización obstaculiza la
acción, ya sea porque la intimida, ya sea porque le señala cómo actuar,
produciendo el efecto inverso, no deseado por el militante. Pero eso ya es un
“problema de mecánica”, como se sugiere en el libro. Más que responder a la
pregunta sobre qué es un militante yo me interrogaría por la existencia de
militantes. ¿Por qué existen?, ¿qué nos dice su función sobre los modos en que
las sociedades occidentales contemporáneas despliegan la decisión-acción? Mi
respuesta al respecto es entre realista y pesimista: nuestras sociedades
obturan la autonomía de los sujetos, reprimen la expresión (la acción), sino
sería incomprensible que existan sujetos con una función específica: movilizar.
Retomando el tema del libro, Neuquén tiene una condensación única de
militancias. En las primeras páginas reflexiono sobre cuál es la finalidad de
un obrero que le lee a sus compañeros unas frases de los mártires de Chicago;
más adelante reconstruyo el sentido del velatorio de un militante en una sede
sindical, mientras trabajo las figuras de las Madres, de Don Jaime, de
exiliados políticos chilenos, etc. De algún modo los militantes en el caso
neuquino han sido el reservorio práctico de la acción, los sujetos de la
transmisión del valor positivo de la movilización. Sin acción no hay
posibilidad de subjetivación política. He intentado plasmar estos dilemas
teórico-prácticos en los 3 “excursus” que contiene mi libro: ahí aprovecho para
profundizar los grises en la construcción de la acción. ¿Cómo? A través de las
biografías, buscando la respuesta al por qué alguien se convierte en militante,
a los mecanismos y técnicas para definir una situación, para ganar debates,
escribir, etc., y que incluyen, por supuesto, el desencanto total con ese
universo. Siempre me ha fascinado el micromundo militante, porque además han
sido los militantes los que me han proporcionado (y a veces escamoteado) los
materiales más valiosos para comprender el background de la acción:
minutas, circulares internas, cartas personales, fotos, colecciones de volantes
y boletines, hasta confesiones de relaciones amorosas increíbles. Lo político,
la política, y la acción, están muy lejos de ser algo racional y consiente.
6- Para finalizar, quisiéramos hacerle dos preguntas en
relación a su oficio de investigador: a)¿Cuáles son por estos días sus
preocupaciones en materia de investigación y lecturas? y por ultimo b-¿Por qué
hay que tener y recomendar en nuestras bibliotecas a Cultura política,
militantes y movilización, Neuquén durante los años 90.
Actualmente estoy comenzando a indagar en el período de la
post dictadura en los sindicatos cordobeses, enfocando en las redes militantes,
las organizaciones políticas, los exilios, reconstruyendo cómo el activismo
sindical se reorganizó a la salida de la dictadura en Córdoba, cuáles fueron
sus características y explicar su devenir posterior. En particular comencé a
trabajar con el gremio de los Gráficos, que tiene una rica tradición
inexplorada en Córdoba, además de poseer uno de los archivos sindicales más
frondosos y mejor cuidados. Leo en general artículos académicos que se vienen
publicando en el ámbito de las ciencias sociales en torno a sindicalismo y
militancia, y en particular los años ’80, que están comenzando a revisitarse
luego de que se los consideró como un mero momento transicional.
En términos teóricos, no hay grandes novedades después de
cierto boom a fines de los ’90 de la sociología de la acción colectiva, la
teoría de los nuevos movimientos sociales, la sociología del activismo, y algún
tibio avance en el campo del marxismo crítico. Leo y releo desordenadamente
clásicos y alguna que otra novedad que ahora me resulta interesante, como los
textos de Mark Fisher, que cruzan política, filosofía y música en el
capitalismo actual. No soy de cultivar autores, leo buscando el método o la
idea, por eso disfruto y recomiendo las clases editadas de Deleuze, en especial
las que se encuentran en la compilación titulada “En el medio de Spinoza”. Supongo
(o quisiera) que algo de su noción de sujeto, de la acción, de la vida, del
devenir histórico, aparece en mi escritura. Pero es solo un deseo.
Por otra parte, hasta ahora curiosamente Neuquén sigue careciendo de libros de historia social que integren o reconstruyan períodos cronológicos más o menos extensos. Ni los 60-70s, ni los años ’80, ni qué hablar de la historia reciente, han sido objeto de estudios de largo aliento o de investigaciones históricas densas. Sí hay varias compilaciones, claro, pero desintegradas, desconexas. En ese sentido, creo que mi libro brinda una reconstrucción de las principales luchas que se dieron entre fines de los ’80 y principios del siglo XXI, que son años decisivos en la historia reciente neuquina. Contiene un método y una explicación que discute con otros estudios al respecto, y abre el campo a nuevas indagaciones sobre el período. La forma en que está escrito supongo que lo hace accesible al público en general, y al lector académico y militante en especial. Eso es todo.
Por Seba Alegre y Hugo Alvarez
Viento del Sur