Memoria del Futuro. Sobre una ocupación estudiantil en octubre de 2002.

 Memoria del Futuro. Sobre una ocupación estudiantil en octubre de 2002


Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.

Rodolfo Walsh

 

No tememos a las ruinas. Estamos destinados a heredar la tierra, de ello no cabe la más mínima duda. La burguesía podrá hacer saltar en pedazos su mundo antes de abandonar el escenario de la historia. Pero nosotros llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, y ese mundo crece a cada instante. Está creciendo mientras hablo con usted.

Buenaventura Durruti


 

Mi saga menor del 2001. Hace 22 años, el 2 de octubre de 2002 un grupo de cincuenta militantes y activistas de la UNR entrábamos a un hospital desocupado en quiebra, la Clínica Rawson, pidiendo que se levantara allí una residencia estudiantil universitaria. La ocupación que tuvo en vilo a la ciudad por 24 días fue un ensayo “abortado” de propaganda política, tenía como fin primario abrir una residencia estudiantil pero como objetivo de fondo, poner en discusión el problema de la “propiedad privada”. Hoy que como sociedad estamos muy a la saga de la de entonces, y nos referimos a la conciencia política, están dadas las condiciones para que la maduración del conflicto social abra sus agujeros de gusano en la conciencia política de las masas. Los tiempos históricos y la maduración política del activismo no son lineales ni tampoco paralelos. El ser social determina la conciencia, sin duda, pero el ser social es un cúmulo de realidades, no sólo la realidad económica sino muchas otras y sobre todo la simbólica. Sobran casos de pobres y de jóvenes que apoyan al gobierno de Milei.

 

Todos tenemos una imagen presente de aquel momento histórico en que se condensó todo un año de nuestro país: hablo del escape en helicóptero por los techos de Casa Rosada del presidente De la Rúa a fines de diciembre de 2001. Es una imagen icónica ya, una de  esas imagenes que sirven para condensar todo un período bastante más complejo, heteróclito y sobre todo menos cúlmine y feliz de la lucha popular. Cada uno de los que fuimos parte de ese acontecimiento, que aunque masivo no dejó de ser asunto de vanguardias políticas y activismos, damos mayor preponderancia a uno u otro aspecto de aquella coyuntura: están los que recuerdan la lucha del movimiento de trabajadores desocupados (las ANT), la de las fábricas recuperadas, la de los estudiantes y hasta están los que recuerdan la radicalización de la clase media y la lucha de los ahorristas; es más, están los que toman como epicentro de ese magma que fueron los meses previos al estallido del 19 y 20 en la fusión de esos colectivos damnificados por la política económica de Cavallo-De la Rúa y en la consigna “piquete y cacerola / la lucha es una sola”. Está claro que el fenómeno asambleario fue posterior y de alguna manera reformuló la agenda del activismo en aquellos días. Lo cierto es que ese activismo era preponderantemente juvenil y que todos esos espacios, incluidos los más ciudadanos y pequeñoburgueses estaban liderados y encaminados etariamente por la juventud. Había una juventud obrera, estudiantil, piquetera, ciudadana y cultural fulgurante, que quería cambiar radicalmente la “cultura” en la que habíamos caído con el menemismo: la miseria, la marginalidad, el individualismo, el bizarro de las clases pudientes. La oposición a ese orden de cosas, al statuquo cultural venía desde mucho antes. Y lo juvenil en el 2001 era temido por rebelde, por disruptivo, por marginal y por violento: no hace falta más que recordar las ficciones que nos dejó la época: Okupas, Todos por 2 pesos y La Máquina de hacer paraguayitos hablaba más la época que los individuos. Y esa época, el 2001 se cerró con el kirchnerismo, 2 o 3 años después. Desde entonces se forjó una juventud adocenada y chupamedias, la juventud del relato.

Yo en el 2001 tenía 26 años y era un estudiante reciente y tardío de la carrera de Letras. Obviamente, un militante estudiantil, un cuadrito de una organización mediana aunque muy activa y con militantes muy audaces, despolitizados y poco estudiosos pero muy audaces. Intelectualmente era mucho más curioso, lector y creyente que hoy. Escribo esto en homenaje a los compañeros Maxi Kosteki y Darío Santillán a quienes no conocí personalmente pero con quienes tengo un vínculo generacional pues nos templó el mismo fuego del 19 y 20 de diciembre de 2001. No sólo por haber compartido la coyuntura, segmento de tiempo prolífico en acciones heroicas, en creatividad artística y política para paliar y traspasar los dispositivos del hambre y la represión, sino porque sí pude conocer a la madre de uno de ellos, Maxi Kosteki, a Mabel, vindicadora plena de la juventud rebelde, de su rol y su destino. Hoy que el reflujo de la lucha y la doxa de la discursividad social nos ponen en un lugar muy distinto al de entonces (y que la imagen de una cultura juvenil se estipula individualista y retrógrada) es una tarea importante recordar, levantar la memoria del futuro. Más aún cuando el nuevo ascenso de la marea histórica nos compele a actuar apurados y sin maduracion política con cuadros signados por la decadencia cultural kirchnerista y el refrito del neofascismo liberal que empieza a aplicar la “ley del bombero loco”. 

Mi encuentro con Mabel Kosteki surgió de un evento en el que fui protagonista. Debido a la alta tasa de deserción estudiantil y a la carestía de los alquileres de aquellos años, que en nada se diferencian de estos, la mañana del 2 de octubre de 2002, a poco más de 3 meses de la masacre de Puente Pueyrredón, casi un centenar de estudiantes universitarios dirigidos por el MST y el centro de estudiantes de Humanidades y Artes de la UNR, en el que yo militaba, forzábamos la entrada del estacionamiento primero, luego el portón de ingreso y entrábamos al ex sanatorio Rawson, un  edificio de tres enormes pisos y dos subsuelos que ocupa un cuarto de manzana entre Sarmiento, 9 de Julio, Zeballos y San Martín en el centro de Rosario, y que conserva hasta la actualidad la huella de funciones que dejaron de cumplirse hace ya casi 30 años, en el año 97. El objetivo de esa ocupación era crear una residencia estudiantil universitaria. 

Por entonces, como en la actualidad, el predio del sanatorio estaba vacío y era una muestra impúdica de la absurdidad del sistema capitalista; mientras el deterioro de la salud pública sumaba víctimas (por entonces varios niños habían muerto en el Hospital Vilela por un virus intrahospitalario), un sanatorio de alta complejidad como ese, con camas, incubadoras, tomógrafos, mesas de operaciones, tecnología de punta lista para prestar servicio, juntaba mugre, polvo y abandono en espera de una resolución de la quiebra.

Esto lo puedo narrar desde el origen hasta el final, como dije, porque fui uno de los ejecutores y responsables de esa toma junto al entonces compañero Denis Vilardo, que era el presidente de Humanidades y Artes. Veníamos de un año 2001 sacudido por las luchas reivindicativas; en la UNR esto se había expresado con una impresionante movilización democrática precedente al sacudón del 19 y 20 de diciembre. Ese proceso inigualable, que pocos ya recuerdan, denominado con el nombre del organismo que había pergeñado, la Coordinadora de Luchas, fue la antesala de la recuperación de muchos centros de estudiantes y templó a cientos de cuadros políticos de la ciudad y la región, muchos que aún hoy activan en los espacios la ciencia, el sindicalismo y la cultura. Proceso que se fogueó en distintos planos: el gremial (con la formación de nuevos frentes y listas estudiantiles, docentes y no docentes) y el cultural (rápida enumeratio: el supermercado de “UNR Liquida”, la revista de la Coordinadora, la biblioteca popular en el Tigre recuperado por sus trabajadores, y las clases públicas que cimentaron la destitución estudiantil de la directora de la Escuela de Ciencias de la Educación, Susana Puebla, una soberbia y corrupta expresión de la burocracia enquistada en la universidad).

Recuerdo aún el día en que fuimos a ocupar el Rawson. De rebote, ya que habíamos planeado entrar en otro inmueble, mucho más chico y "defendible" (un Banco Mayo, monumento a la corrupción menemista) y, al llegar, nos encontramos a un grupo de seguridad privada. El dato se había filtrado. Nos tuvimos que volver, deliberamos en nuestro local y salimos caminando, en contramarcha, desde la Plaza Sarmiento de Rosario, en malón hasta el ex sanatorio. Llevábamos las herramientas en la mano, a la vista. Si hubiera habido policía en las calles no habríamos llegado. Ya frente al sanatorio, abrimos un portón: le pegué con la maza de boleo a la puerta y terminé de abrirla con una patada. Había un sereno que, después del susto, se transformaría en un compañero más de la toma. Me miró aterrorizado y no se calmó hasta que supo que se trataba de una toma estudiantil. Así entramos e instalamos campamento en el edificio. Revisamos los pisos; unos compañeros empezaron a limpiar el hall de ingreso, otros fuimos a colgar una gran bandera que exhibía la consigna. “Nos ocupamos por estudiar” y también colgamos una bandera argentina para tratar de ganarnos la simpatía barrial (por entonces proliferaban las asambleas barriales y nosotros contábamos con la solidaridad de los vecinos); otros empezaron a organizar dónde sería el dormidero, dónde cocinaríamos y comeríamos, etc. Esta experiencia, que hoy parece inaceptable para la doxa fascistoide que gana en la discursividad social, entonces era una práctica muy extendida en todo el país, a raiz de la proliferación de las asambleas barriales. Debo decir que casi toda la logistica de la toma fue resuelta inmediatamente por el mobiliario y los recursos del sanatorio que se mantenían en el lugar: cientos de camas, frazadas, utensilios de cocina, espacio para todo tipo de actividades que, por supuesto, surgieron como hongos en la humedad. Las penurias económicas no habían afectado sino, al contrario, alimentaban la pulsión creativa y decenas de compañeros de teatro, de música, de bellas artes, se convocaron en el Rawson.

Pasamos un día sacando basura de la planta baja y acondicionamos el tercer piso como “dormidero”. Entre las primeras resoluciones de asamblea que hicimos fue nominar el espacio “Residencia Estudiantil Maximiliano Kosteki”. Y a la tercera noche más de ciento cincuenta estudiantes se quedaron a dormir. Y durante el día, al igual que en las jornadas siguientes, permanecerían en el vasto hall del acceso unos 50 estudiantes. Empezamos así a recibir las adhesiones de compañeros de carreras en las que no había militantes ni simpatizantes de izquierda, recibimos la adhesión incluso de algunos vecinos. Llegaron los medios y el conflicto tomó estado público. La medida estipulaba la conversión del sanatorio en un albergue estudiantil. Y nuestra lucha ganó el respaldo de muchísimos estudiantes oriundos de diversas localidades aledañas a Rosario que ya no podían seguir pagando un alquiler debido a la crisis económica.

El Rawson se convirtió también en un núcleo de organización de artistas, fundamentalmente de la escuela de Teatro. Clowns, actores, armamos lugares de ensayo de una murga uruguaya y un taller de baile de tango. Pero no todo fue tan sencillo. Tuvimos que hacer frente a dos enemigos. Por un lado, el frente de la derecha, que intentó desintegrar la organización y la lucha. Este frente lo dirigían el Rector, el juez que tomó la causa, el Ministro de Seguridad de Obeid, Esteban Borgonovo, la policía de la provincia y las Tropas de Operaciones Especiales (TOE), la FUR, los partidos patronales del movimiento estudiantil, la Franja Morada y sobre todo el MNR. Pero también tuvimos en contra a todas algunas fuerzas de “izquierda” que iban a las asambleas ordinarias para generar animadversión entre los estudiantes independientes que se acercaban a la toma. Nos acusaban de ultraizquierdismo y nos hacían vacío.

Las amenazas del frente patronal no se hicieron esperar: se lanzaron un par de provocaciones que supimos controlar y que no consiguieron meternos miedo ni bajarnos la moral. Los medios de prensa escribían aberraciones sobre nosotros, se nos calumniaba a diestra y siniestra. Nosotros respondimos haciendo festivales y marchas multitudinarias. Las fiestas en el estacionamiento del sanatorio convocaron a más de mil personas ambas dos; también les propusimos a compañeros que habían venido a un congreso nacional de Antropología y a otro de Historia usar la toma como alojamiento, sin negarles el peligro en que nos hallábamos, y ellos decidieron quedar allí. Tras eso, la provocación o más bien el tanteo de las TOE para ver como respondíamos, estuvo dado mediante el lanzamiento de un par de granadas lacrimógenas dentro del hall del ex sanatorio desde un vehículo en movimiento. La respuesta de los compañeros fue como la habíamos previsto y no tuvo mayores consecuencias. Ni el humo nos desalojó ni cundió el pánico. Tampoco perdimos la calma cuando el juez Benvenutto al que le hicimos llegar una presentación para obtener el predio y transformarlo en una residencia estudiantil y comedor escolar, decretó la orden de desalojo. Podemos decir que si bien no nos recibió en un primer momento luego sí lo tuvo forzosamente que hacer.

Las autoridades de la UNR, con el rector, Ricardo Suárez a la cabeza, operaban tratando de pisar por la vía legal nuestro reclamo y despegarlo del descontento general que reinaba en la universidad. Correa de transmisión de estos funcionarios, el presidente de la Federación Universitaria de Rosario (FUR), Ignacio Catena, de la misma corriente que el Rector, consideraba la medida "puro infantilismo". Y subrayó que era inorgánica porque no había sido discutida sino adoptada de hecho. Nuestra metodología de ampliación del polo democrático, por un lado, adoptando las resoluciones asamblearias como superiores, nos fortalecieron frente a las corrientes que venían a sembrar dudas e inocular derrotismo. La asamblea diaria repartía las tareas internas y externas, forjaba las comisiones para manguear guita y comida, trazaba los organigramas de talleres, marchas, jornadas de grafiteo, subida a los colectivos de pasajeros para vender el Boletín, y stenzileadas por la ciudad, y nos ordenaba en la labor de agitación sobre otras facultades en las que la izquierda no tenía llegada como eran Derecho y Cs. Económicas.

Así fue que la prensa nacional y varias visitas prestigiosas nos ayudaron a destruir el cerco mediático y las maniobras de la derecha. Y mientras las organizaciones centristas nos calumniaban y negaban, recibimos la visita de Hebe de Bonafini (antes de su cooptación por el kirchnerismo), Patricia Walsh, Miguel Bonasso, Osvaldo Bayer, docentes e investigadores de otras partes del mundo que andaban de congreso en la ciudad, etc. Por caso, el 12 de octubre Osvaldo Bayer se refería en la contratapa de Página / 12 a nuestra lucha:

"Y también estuvo la protesta en Rosario donde varios sectores de la población han resuelto tomar el protagonismo de la lucha por la dignidad. Tuve esa impresión al ir a visitar a los estudiantes ocupantes del sanatorio Rawson, edificio abandonado hace más de seis años. Los estudiantes quieren hacer de ese edificio, hoy inútil, el lugar de residencia de los estudiantes del interior y un lugar de encuentro para todos los universitarios. Un plan más que loable. ¿Qué mejor que la administración comunitaria y el beneficio para una tamaña fuerza del pueblo?" (http://www.pagina12.com.ar/…/contr…/13-11352-2002-10-12.html)

Pero la presencia más importante estuvo dada por la visita de la mamá de Maximiliano Kosteki, que vino con el Gringo Giordano (hoy IS-FIT), y en charla íntima nos contó de su hijo, estudiante de Bellas Artes, de lo que había significado para él el arte y la militancia social. Fue una jornada tan hermosa. Mabel se emocionó hasta las lágrimas y nosotros nos comprometimos en no dejar de pelear. Algo que algunos de los que estuvimos allí, seguimos cumpliendo, más allá de los hematomas que burocracias usurpadoras y negadoras nos hicieron en todos estos años.

Por esos días, el juez Horacio Benvenutto dictó la orden de desalojo. El subcomisario de las TOE, Hugo Miñez, se hizo presente frente al inmueble de Sarmiento 1421 y notificó a nuestros abogados y a Denis Vilardo la resolución judicial donde se instruía a la policía para que desocupe el inmueble. Los agentes policiales fueron abucheados por casi un centenar de estudiantes que durante el trámite cortaron el tránsito. "Hasta tener una respuesta del Rectorado no nos vamos", dijo Vilardo a los medios, delante de la policía, y responsabilizó al propio Suárez ante un posible desalojo por la fuerza. "Esta es la respuesta que tenemos, en vez de venir a dialogar con nosotros nos mandan las TOE y la orden de desalojo”. Luego de recibir la notificación judicial, nuestros abogados se dirigieron hacia Tribunales para hacer su descargo.

"Hay jurisprudencia que indica que si los propietarios no se han ocupado del inmueble y han demostrado abandono del mismo no se puede hablar de usurpación si alguien lo ocupa", afirmó el letrado. Sin embargo, admitió que el caso se dirimirá en la Justicia y también reconoció el derecho de los propietarios a pedir que se les restituya el inmueble. "Ellos piden por sus derechos, y nosotros invocamos los nuestros", apuntó.

En tanto yo declaré ante un diario de la ciudad de Santa Fe:

"Seguiremos aquí pacíficamente. Los que viven en el interior necesitan una residencia universitaria porque ya no podemos seguir solventando nuestros estudios". [Planteaba] que para al menos 50 de los ocupantes, la opción era la permanencia allí o la deserción de sus carreras. "No queremos problemas con la Justicia. Si nos piden que nos vayamos lo haremos. Sólo queremos que la Universidad escuche nuestro reclamo”. (Rosario: un ex sanatorio convertido a la fuerza en hospedaje universitario, Diario El litoral, 20 de octubre de 2002, www.ellitoral.com/…/…/2002/10/20/metropolitanas/AREA-03.html).

Durante ese tiempo fuimos beneficiados por las desavenencias entre las autoridades provinciales (que no querían pagar el costo de reprimir a estudiantes) y las autoridades de la universidad (del mismo signo político que las de la Municipalidad) que pedían que fuéramos desalojados de cualquier manera. Nuestro enfrentamiento con el MNR llegó al límite de la agresión física y tuvimos varias escaramuzas menores. Los denunciábamos en todas partes y hacíamos que fueran repudiados en todas las asambleas. La cuestión era que, en medio de una oleada represiva nacional que venía atacando a diversas organizaciones sociales, manifestantes y militantes sociales y políticos, a un mes de los tristes sucesos de Puente Pueyrredón, en Rosario estos muchachos pedían un operativo monstruoso para desalojarnos. Pedrana, su dirigente máximo (que sería recaudador del narco para el PS, asesinado y hecho pasar por muerto en accidente de tránsito por su partido) era el portavoz preclaro de ese mensaje que los hundía ante el estudiantado.

El domingo 28, a eso de las 6:30 de la mañana, cerca de un centenar de milicos de las TOE, cerraron la calle Sarmiento desde 9 de Julio hasta Zeballos, impidiendo la circulación de cualquier persona, incluyendo a la prensa. Las TOE entraron y persiguieron por todo el edificio a los 42 compañeros que nos encontrábamos en el lugar. El ingreso al ex sanatorio estuvo vedado para el periodismo mientras transcurrió el operativo, que se prolongó durante tres horas. Según fuentes policiales, durante el procedimiento "no hubo disparos de balas de goma, gases lacrimógenos ni golpes". Sin embargo, hubo cuatro heridos como consecuencia de los empujones y forcejeos: dos estudiantes y dos policías.

La verdad es que sabíamos que no había posibilidades de resistir por la fuerza el desalojo; veníamos debatiendo el problema de resistirlo sin poner en riesgo las vidas de los compañeros. Pero el problema era difícil de resolver sin tomar medidas técnicas para retrasar el desalojo. El debate que habíamos establecido en la dirección era que nuestra resistencia iba a ser de carrera de obstáculos y no violenta. No obstante, puesto que ya teníamos una grieta fraccional en el seno de la dirección del partido, fue tarea de una parte de la dirección de nuestra corriente, de la que no jugaba rol dirigente alguno en la toma, instar a varios militantes en la línea errónea de forjar una resistencia violenta al desalojo. Y se prepararon, de espaldas a mí, el dirigente interno de la toma, dispositivos para contradecir lo estipulado en asamblea, dispositivos del tipo motín, que podrían habernos costado vidas de compañeros.

Uno de los militantes del partido, a instancia de un dirigente de otro frente, un burócrata analfabeto de esos que sobran en la izquierda, armó un par de decenas de bombas molotov, juntó colchones y los mojó con kerosene y metió un revólver en la toma. Cuando supe esto lo llamé aparte y lo mandé destruir las molotov y hacer desaparecer esa evidencia. Así mismo hicimos que se fuera el compañero armado. Por el contrario definimos dejar una pequeña guardia en el primer piso, que no ofrecería resistencia a los policías. Una compañera que al ver venir a las TOE dijo estar embarazada formaba parte de esta dotación. Pero al tomar una foto de uno de ellos, recibió un palazo que le produjo una fractura en el omoplato y en el codo. También fue lastimado en el mismo instante otro compañero. En el operativo de vallado que hicimos al interior del edificio habíamos tapiado las escaleras con muebles. A su vez, la mayoría de los compañeros se fue a refugiar a la terraza y había llevado los ascensores hasta allí dejando las puertas abiertas para que permanecieran trabados. Cuando las TOE alcanzaron, pese a ello, llegar a la terraza, la táctica de defensa fue subirnos a las cornisas y llamar a la gente usando los megáfonos.

En el transcurso de tiempo en que esto acontecía se empezaron a hacer presentes organizaciones de todo tipo, estudiantes, vecinos, la prensa local y nacional, diarios, radios y canales de televisión que aparecieron hasta en helicópteros, y concejales y diputados de la ciudad, pero no se los dejaba pasar de la esquina, donde estaba el vallado. En las dos esquinas de Sarmiento al 1400 la Guardia de Infantería y personal de la Comisaría 2º apostaron vallados para impedir el paso de la gente. Estos efectivos, que totalizaban unos 60 y portaban escudos antimotines, eran los encargados de "la seguridad externa", según explicó el Jefe de la Unidad Regional II, Jorge Pupulín. Los hechos de violencia se sucedieron más que nada en la esquina de Sarmiento y Zeballos. Luego de que algunos compañeros intentaron derribar las rejas, concejales y diputados que trataban de acercarse a las puertas del ex sanatorio fueron reprimidos con gas por la policía; al concejal Javkin (ARI), hoy intendente de la ciudad de Rosario, le arrojaron gas pimienta en los ojos y al concejal y docente de la UNR, Cortés (PSA), lo detuvieron por más de 9 horas, llevándolo primero a la comisaría 2º, luego a la Jefatura, y más tarde a los tribunales donde declaró por casi 4 horas, siendo liberado a las 10 de la noche en la sede de Gobierno.

Nuestro abogado, el Beto Olivares dijo a los medios: "Entré detrás de las TOE y me encontré con algunos chicos que habían recibido golpes en el primer piso, otros estaban en la terraza” y calificó al operativo policial como muy violento. Las negociaciones con las TOE que tenían comunicación directa con Borgonovo y no querían hacerse cargo del costo político de la represión, permanecieron inactivas hasta que Suárez redactó de puño y letra la resolución por la cual se nos otorgaba unas 50 becas hasta abril del 2003 con las que costearíamos el alquiler de una residencia estudiantil. Victoria pírrica, sin duda, y una derrota cultural luego cuando la gestión partidaria de esa conquista se dilapidó. Para entonces ya la mitad de los militantes de esa organización estabamos afuera: yo, el primero, apenas terminó fui degradado en la organización. También fueron judicializados varios compañeros. Cuento esto para que veamos que no hay ánimo de hacer autobombo ni ocultar la basura debajo de la alfombra. Los errores y vicios se deben erradicar de nuestros espacios y no cimentar la mentira. 

Durante 26 días, un centenar de estudiantes fundamentalmente de tres facultades rosarinas protagonizamos un episodio inédito y de profunda complejidad política. La razón primaria era reclamar que la Universidad Nacional de Rosario (UNR) nos brindara un albergue estudiantil pero la razón mayor era denunciar de manera concreta y nítida la violenta arbitrariedad de la propiedad privada. Este fenómeno inusual puso en jaque a las autoridades de la universidad que consideraron la ocupación coactiva y violatoria de la ley, pero, a la vez, percibieron los elevadísimos costos que pagarían si el desalojo por la fuerza ordenado por la Justicia se concretaba con violencia. Los ocupantes del ex sanatorio Rawson, la mayoría del interior santafesino, aseguraban que la medida era la única alternativa para no verse obligados a desertar de sus estudios por imposibilidad de sostener un techo. Los propietarios del inmueble denunciaron como usurpadores a los estudiantes y exigieron judicialmente su expulsión del edificio de tres pisos cerrado desde hacía cinco años. Cerrado desde diciembre de 1997, las instalaciones del Rawson habían ido deteriorándose, siendo ganadas progresivamente por el abandono. Pero cuando la toma del edificio se hizo pública, los propietarios del inmueble presentaron un escrito ante la Justicia reclamando el desalojo. Y también exigieron que se identificara a los moradores porque ellos, aseguraban, deberían responder patrimonialmente por el daño eventual causado dentro de la antigua clínica. La verdad, no tan nítida hoy cuando otra es la dinámica de la lucha de clases y la correlación de fuerzas, es que a 18 años el predio del ex sanatorio sigue en el mismo estado de abandono con una quiebra que no se ha ejecutado.

Dejo para otro texto el balance político de la organización que dirigió la toma, debido a que en ese balance hay otras razones de fuste, no solo la ocupación y permanencia en el ex sanatorio, que debe ser puesto a revisión. La acción en sí y la actuación de mis compañeros es algo que me llena de orgullo personal y grupal y no dejo de reivindicar. Creo que fuimos una generación valiente, pese a todo, y que lo que aconteció con Maxi Kosteki y Darío Santillán y con tantos otros desde las jornadas de lucha en Cutral-có y Plaza Huincul hasta los sucesos de Puente Puyerredón podía haber pasado con cualquiera de nosotros. De allí que el homenaje a Maxi y Darío sea, para mí, una conmemoración de la militancia social y política que se distancia de las fabulaciones y apropiaciones del peronismo. Si recuperáramos la memoria de nuestros compañeros no en un sentido limitado, de realpolitik, sino en su ejemplo utópico, en el sentido pleno de la palabra, de amor a la vida y de construcción de memoria y futuro, les haríamos justicia.

 

Mario Castells

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