Osvaldo Bayer (por otras voces)
Osvaldo Bayer (Pepe» Soriano*)
Es una persona a la quiero muchísimo. Con Héctor Olivera me tocó hacer La Patagonia Rebelde, enorme película del cine político argentino. Me puse a ver nuevamente unas fotos de Osvaldo con su hija y su esposa, allá en la Patagonia.
Qué bellas.
Resulta que Osvaldo nos acompañó totalmente durante la filmación, y a mí me quedó una relación muy entrañable. Anécdotas, recuerdo el tiempo que estuvimos en la Patagonia y las dificultades. Inclusive la hija del personaje que hacía Luis Brandoni (el anarquista Gallego Soto, líder de las huelgas) le regaló un cráneo que tenía un agujero. Habían fusilado gente. La historia de Osvaldo no es inventada, está basada en una realidad absoluta y total. Esto a muchas personas les duele, a otras les pesa porque son culpables también o heredan la culpa.
Encontrarme con él es un verdadero placer. Por su rectitud, por su honestidad,por su entrega y por su dignidad. Yo de él aprendo la dignidad y la ética. Entonces, para mí, Osvaldo Bayer tiene un lugarcito muy importante como marca en mi vida. Después hay otros autores que uno respeta porque escriben bien. Pero acá, en Osvaldo, eso está acompañado de una condición ética que en la Argentina no se ve todos los días. Y Osvaldo Bayer es un referente sin ninguna duda en ese sentido.
* Actor, intérprete, dramaturgo, director; trabajó tanto en Argentina como en España. En teatro lo hizo en Gris de Ausencia (actor), Visitando al Sr. Green (actor), El Loro Calabrés (autor, actor, director; desde 1975). En cine: Una sombra ya pronto serás (1994), Asesinato en el Senado de la Nación (1984), Lisandro de la Torre Los enemigos (1983), Él mismo, La invitación (1982), Pubis angelical (1982), Sentimental (1980), Piatti, La nona (1979), Carmen Racazzi, «La Nona», Netri, el mártir de Alcorta (inconclusa- 1977), No toquen a la nena (1976), Los gauchos judíos (1974), La Patagonia rebelde (1974), Schultz, «El alemán», Las venganzas de Beto Sánchez (1973), Beto Sánchez, Heroína (1972), entre otras.
Osvaldo Bayer (Roberto «Tito» Cossa*)
Le decíamos, con toda lógica, el Alemán. Éramos veinteañeros. Vivíamos tiempos confusos, revisábamos al peronismo y, unos más otros menos, depositábamos alguna esperanza en el Frondizi que llegaba. Compartíamos los sueños de la izquierda que iba a cambiar el mundo. Y desgranábamos nuestros incipientes oficios de escritores creando revistas literarias. Algunos nos amuchábamos, casi diariamente, en bares, alguna casa, cenas esporádicas y mucha charla y mucho café. Estaban Juan Carlos Portantiero, Andrés Rivera, Juan Gelman, Jorge Onetti (hijo de Juan Carlos, escritor de obra breve, muerto tempranamente), Roberto Hosne y Marcelo Ravoni, periodistas y muchos otros que entraban y salían del grupo.
El Alemán, por lo que recuerdo, no era un asiduo concurrente. Tenía su propia trayectoria. Seguramente la investigación, su vida aventurera lo alejaban cada tanto de las luces del centro. Pero estaba siempre. Vino la Revolución Cubana, las certezas del socialismo al alcance de la mano, Perón y la guerrillera, el tiempo de las derrotadas, la noche de las sombras siniestras. Y el Alemán estaba allí. Cada vez más convertido en un ejemplo. Su exilio y su lucha en el exilio. Su estilo militante y combativo.
La vida nos fue alejando desde aquellos tiempos veinteañeros. Mi dedicación al teatro me alejó en parte de aquella barra amasada a fines del los cincuenta. La militancia y las clandestinidades terminaron de separarnos. Pero el Alemán estaba allí. Tuvimos encuentros esporádicos a lo largo de todos estos años. Y cada vez que lo veía no tenía la sensación de un reencuentro. Porque el Alemán nunca había dejado de estar en mi vida. Tipos como el Alemán entran en el alma y de quedan para siempre.
Es Osvaldo Bayer, uno de los imprescindibles. Coherente, como hubo y hay otros. Pero el más empecinado de todos en la lucha por un mundo mejor.
* Nació el 30 de noviembre de 1934 en el barrio de Villa del Parque, Ciudad Buenos Aires. Es uno de los dramaturgos clave de la literatura argentina. Se describe como actor frustrado. Comenzó a actuar a los diecisiete años en un teatro de barrio de San Isidro, pero pronto abandonó para escribir. Como periodista pasó por Clarín, La Opinión, el Cronista Comercial y –en sus comienzos–diez años como corresponsal «clandestino» de Prensa Latina, la agencia cubana de noticias. Se autodefine como socialista y admirador de la Revolución Cubana. La realidad social y la historia política de la Argentina circulan a menudo por sus obras. Cossa es autor de obras de gran éxito como La Nona, Yepeto, Gris de ausencia y Tute cabrero, varias de ellas llevadas al cine.
La noble igualdad (Marcelo Valko*)
Como tantos de nosotros, en numerosas oportunidades había asistido a sus conferencias y me había enriquecido con sus libros y artículos periodísticos, pero, hasta hace un año y medio, nunca había hablado con él. Al final de sus charlas, observaba cómo era rodeado por el cariño de la gente que le daba la mano, le pedía autógrafos o le solicitaba posar para una foto, requerimientos a los que Osvaldo Bayer accedía con una enorme cordialidad y una simpatía militante que muchos intelectuales deberían imitar. Más de una vez estuve a punto de decirle algo, cualquier cosa, podía haberle dicho simplemente: ¡gracias Maestro!, pero el pudor pudo más y no lo hice.
Cuando terminé de escribir Los indios invisibles del Malón de la Paz, pensé en un prólogo de Bayer, porque de esa manera las aspiraciones de los kollas del norte por habitar las tierras donde estaban enterrados sus abuelos, se unirían a los reclamos de dignidad de los huelguistas patagónicos que fueron fusilados por solicitar, no la expropiación de estancias y ovejas, sino un atado de velas para iluminar la fría noche patagónica. Un prólogo del Maestro en un libro sobre los kollas, uniría las miserias, crueldades y luchas de nuestra querida patria.
Entonces me puse en campaña para hablar con Osvaldo. Sabía que vivía por mi barrio, de hecho más de una vez me lo había cruzado por la plaza Alberti, caminando lentamente, las manos tomadas a la espalda sumido en profundas reflexiones. Finalmente, me armé de valor y fui a llevarle el manuscrito. Me intranquilizaba la posibilidad de un rechazo, ya fuera en virtud de la falta de tiempo a raíz de sus múltiples ocupaciones, como también (temible posibilidad), que Bayer dijera que la investigación todavía estaba cruda o poco documentada. En fin, un rechazo que implicaba la desaprobación ante el examen más difícil.
Ubiqué la inconfundible puerta de su casa con el letrero «El Tugurio», nombre con la que fue bautizada por su entrañable amigo Osvaldo Soriano. Antes de tocar el timbre, lo ví en la vereda de enfrente, haciendo la cola de la verdulería. Crucé y me puse a su lado. Ante una situación y un ámbito que no había imaginado, lo que tenía planeado decirle se desvaneció. Apenas murmuré que había terminado una investigación sobre el Malón de la Paz para la cual le pedía un «prologuito». Incluso le hice un gesto con la mano indicando un pequeño párrafo. Me miró con sus ojos brillantes, se acarició la barba y con esa simpleza que tienen los grandes, respondió: «¡Qué tema interesante! Tráigame hoy el manuscrito en un disquete, porque mañana viajo a Alemania». En ese momento, la providencial intervención del verdulero: «¿Qué va a llevar, don Bayer?», ocultó la emoción que me había dejado definitivamente sin habla. Regresé corriendo a mi casa. Grabé el libro y volví al «Tugurio». Me recibió en el living frente a su biblioteca, que toca el techo de la casa y en cuyos estantes asoman retratos de su familia, de Marlene Dietrich y hasta un azulejo que dice: «Cutral-Có 2, Gendarmería 0» en alusión a las dos veces que la gente de Cutral-Có corrió a la Gendarmería. Las mesas, sillas y el sofá estaban repletos de libros y más libros y papeles. Allí le conté que una tarde con mi hermano Alejandro, en la parrilla del fondo de nuestra casa de Florida, quemamos, entre otros libros, a La Patagonia Rebelde. Eran tiempos del Proceso Militar y toda precaución era poca. Osvaldo me miró entre cómplice y divertido, y respondió «lo bien que hicieron».
Finalmente Bayer viajó con el disquete hacia el verano alemán y en Buenos Aires comenzó mi tiempo de espera y desespera. En aquellos días, advierto que, en el apuro, no le había grabado la copia definitiva, sino una de las numerosas versiones previas. No sabía qué hacer. En eso estaba cuando llega una comunicación de Osvaldo diciendo que no puede abrir el disquete, que cuando lo intenta «aparecen cuadraditos y signos raros». Me solicita que le envié el libro vía mail. Esta vez, los misterios de la informática habían jugado a mi favor. Después todo se aceleró. Llegó su hermoso prólogo y posteriormente su decisión de seleccionar al libro como el tomo inicial de la Colección Bayer, que sería editado por Madres de Plaza de Mayo. A partir de ese momento, muchas veces retorné a su casa y las conversaciones se dejaron fluir. Me contó de su medida de whisky cuando se sentaba a escribir La Patagonia: «¿O cómo te pensas que salieron tantas páginas?». Me relató con lujo de detalles cuando un ministro del Interior, pariente de Rauch, lo metió preso en una cárcel de mujeres precisamente por querer cambiar el nombre de la localidad Rauch «por el hermoso nombre de Arbolito», el indígena que mandó a mejor vida al mercenario prusiano. Recordó con tristeza, una ocasión cuando tuvo que abandonar precipitadamente su casa a raíz de las amenazas de la triple A. En aquella terrible encrucijada ningún vecino se arriesgó a cuidarle el perro para que no lo relacionaran con él: «el miedo era tanto que ni se animaban a tenerme el perro un par de días». Me contó de la comprensible opción de su familia por quedarse en Europa. De cuando gestionó el viaje de Hebe a Alemania, y de cuando intentó convencer a Cortázar para que viniera a la Argentina en un avión repleto de escritores e intelectuales, para denunciar a la Dictadura. Hablamos de la enorme decepción que le produjo la claudicación del gobierno de Raúl Alfonsín y de su entrañable amistad con Osvaldo Soriano, alguien a quien sigue sintiendo muy próximo. Con mucho humor me relató cómo los médicos lo habían desahuciado cuando le diagnosticaron su enfermedad: «me daban tres meses y yo tenía infinidad de cosas en la cabeza, por eso en el hospital no paraba de escribir, porque tenía que terminar tantas notas y proyectos». Pero Osvaldo le ganó al cáncer y le hizo un corte de manga a la enfermedad, a los médicos, a los remedios y al hospital. También hablamos de cómo su propuesta inicial por trasladar el monumento de Roca a la estancia La Larga, propiedad de la familia Roca, comenzó a prender, y hoy en día, por todo el país se presentan propuestas en concejos deliberantes y municipalidades, para sustituir el nombre del genocida en plazas, calles, escuelas y avenidas. Escuchándolo, comprendí la profundidad del verso del Himno: «ved en trono a la noble igualdad». Muchas veces, cuando intentamos diagramar una fecha juntos, nos reímos de su increíble agenda que, constantemente lo lleva de un lado al otro. En la misma semana puede estar en Esquel, Los Toldos y terminar como invitado especial de la Feria del Libro en Venezuela.
Osvaldo Bayer, es el ejemplo de vida de un intelectual íntegro que en medio de tantos «progresistas» que hicieron malabares y volteretas ideológicas, nunca claudicó de sus ideales libertarios. Su pasión por la verdad, la justicia y la ética es una auténtica luz que ilumina el camino de quienes, modestamente, seguimos tras sus valerosos pasos.
* Es psicólogo egresado de la UBA y dedicado a la investigación antropológica. Especializado en Etnoliteratura, y Memoria y Resistencia. Dirige un proyecto de investigación sobre el imaginario andino. Ha dictado seminarios y conferencias en universidades de Latinoamericana y EE. UU. Realizó investigaciones en el noroeste argentino, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y México. Su dos libros Los indios invisibles del Malón de la Paz y Pedagogía de la Desmemoria fueron editados por la Editorial Madres de Plaza de Mayo (Colección Osvaldo Bayer).