A dieciocho años de su asesinato, Carlos Fuentealba PRESENTE!
A dieciocho años de su asesinato, Carlos Fuentealba PRESENTE!
Cuando desde el poder disfrutan de golpear jubilados y empobrecer trabajadores, de lacerar a las infancias a través del hambre, de castigar a la docencia mientras dicen premiarla, hieren a la educación pública y ensombrecen el porvenir. Es en ese caldo perverso y burbujeante, donde crece la pedagogía del olvido que pretende hacer de la escuela un sitio vacío y del pensamiento un fósil anquilosado.
Hoy más que nunca necesitamos no amedrentarnos, recuperar la palabra y construir memoria. En ese sentido, los meses de marzo y abril nos desafían a pensar nuestras propuestas pedagógicas sobre la historia reciente. El veinticuatro de marzo y el aniversario del golpe de estado; el dos de abril y la guerra de Malvinas; el cuatro de abril y el asesinato de Carlos Fuentealba. Como en una secuencia de muerte, se encadenan los hechos que ocurrieron en nuestro país y que todavía nos duelen.
Y aunque la pena es grande, no se puede mirar para otro lado, porque elegimos estar en éste, desde el que pensamos a la educación como una práctica social, histórica, situada. Ni neutral ni aséptica. Comprometida, y en este sentido, profundamente política.
Por eso elegimos volver a decir, volver a recordar y que la insistencia se haga memoria colectiva.
La tarde que llegó la noticia era lluviosa y gris. Habían reprimido en Neuquén, el saldo desgarrador era un compañero gravemente herido en la cabeza por una granada de gas lacrimógeno arrojada por la policía.
La espera se hacía larga, pero horas después las pantallas de los viejos celulares centelleaban indignados: mataron a un maestro, las tizas no se manchan de sangre.
De a poco fueron llegando las fotos, las anécdotas sobre su vida, los relatos de quienes tanto lo querían. Carlos el obrero, el militante, el compañero de Sandra, el padre amoroso, el defensor de la democracia sindical, el profesor del año, el que educaba en las calles y en las aulas. Neuquén estaba lejos, pero la sentíamos tan cerca.
Así también nos fuimos convocando unos a otros para salir a la calle a gritar el dolor y a bramar el pedido de justicia.
Recuerdo a los niños y a las niñas en las escuelas, regalándonos dibujos y cartas, cobijando nuestro dolor entre papelitos y abrazos.
Una herida profunda se abría por esos días sobre la docencia y la comunidad educativa de todo el país: sabíamos que detrás de la mano criminal que arrojó la granada, un gobernador dio la orden de reprimir la movilización. No es casual que esta historia se repita. Por eso, pasan los años y la herida, lejos de cerrarse, se agrava. Tampoco es casual la fecha de su muerte: marzo y abril son claves en la vida de la docencia porque año tras año, debemos salir a las calles a manifestar por el derecho al salario y por condiciones dignas para enseñar y aprender. En esa lucha que no cesa, volvemos a escribir el nombre de Fuentealba en las pancartas que sobrevuelan las plazas de todo el país.
También es por eso que cada cuatro de abril, abrimos las puertas de las escuelas para que el profe Carlos vuelva a entrar a las aulas y recrear esta historia para que no caiga en el abismo del olvido. Porque pasan los años pero su lucha sigue intacta, como siguen vigentes sus ideas y su compromiso por la defensa de la educación pública.