Pitanza Nocturna.

 Obsesión de la Luz

Borneando Pitanza Nocturna , novela de Gonzalo Marrón.
Humberto Bas.
Cuando ya no esté con vida, quisiera quedar
como una luz, aunque pálida e insignificante.
Wolfgang Borchert
Escurridiza y sugerente, mi lectura de Pitanza Nocturna concluye con un regurgite verbal que me hace pronunciar la palabra Borneo.
¿Por qué Borneo?
Pareciera un señuelo aromático que invita a seguir su estela. Y lo hago rebuscándome en las posibilidades expresivas y semánticas del término.
Borneo.
Me remite al título de una hermosa novela. ¿Qué será de la vida de Oliverio Coelho, su autor? ¿Acaso me sugiere soterradamente una filiación entre la escritura de Gonzalo Marrón y la de Oliverio Coelho? No lo sé. Habría que ver o buscar algún perito (o perita) en esos menesteres. De algo estoy seguro, por transitividad llegamos de Coelho a Chejfec. De esa adscripción, hasta alguien sin olfato como yo lo puede percibir.
¿Importan las filiaciones a la hora de leer? Importaría si Pitanza… no tuviera singularidad de espalderas como para buscarle un lugarcito en la rama de algún árbol genealógico.
Veamos otra sugerencia de la palabra Borneo.
Borneo, es el nombre de isla del Pacífico o del Índico. Allá por Bengala, Sumatra o Java; de los mares de las aventuras de Sandokan, donde soplan los monzones.
Los monzones son vientos estacionales que en verano aparejan cargados de lluvia y en invierno sopapean con sequía y frío. Cada estación implica cambio de dirección. Advierto que no es inocente la vecindad entre las palabras sopapear y monzones.
Pero sigamos.
En este caso, la isla de Borneo tributa su nombre a Varuna, dios hindú de la lluvia. Creo que por esta vía vamos hacia una teogonía inconducente. Estamos a tiempo para maniobrar, o contonear nuestra deriva.
Y la misma palabra contornear me sugiere otra acepción de la palabra Borneo. Contornear es también bornear, y viceversa. Una acepción más funcional.
Borneo de bornear. Bornear de contornear, desbastar los bordes o las aristas. Por ahí va la cosa.
Además de funcional, esta acepción resulta más bella y lúdica, pues juega con la otra palabra emergente en nuestra aventura verbal: los monzones.
Los monzones bornean la isla de Borneo, desbastan sus contornos para convertirla en atolón o coronada isla coralina. Uno supone que los cambios de dirección y los contrastes térmicos obran para que los materiales de la isla se resquebrajen con el frío y se pulan con las cálidas lluvias. Como si la naturaleza estuviera obrando para el pulimentado de una perla de gran tamaño.
Escribo al tun tun y encuentro que algo de esto hay en la prosa de Pitanza Nocturna. Una operación de contrastes para desbastar la materia inane; las cosas como están. Pero es prematura incursionar en esta veta.
Sigamos.
Borneo podría también provenir de bornes: extremos de una pila o batería, en donde las tensiones esperan el contacto para dar rienda suelta a la energía contenida.
Quizá la palabra tenga más acepciones, pero estas tres me sobran para intentar una aproximación a Pitanza…
Sigo entonces por los bornes del Borneo. Hay algo de extremos de tensión entre la voz narradora y la voz del personaje Bruno.
¿Quién es Bruno? Según la obsoleta taxonomía, sería el personaje principal. Si la trama es lo que traza este personaje en su peripecia, la de Bruno sería la de un globo lanzado con el cogote sin anudar. Un globo loco, puro impulso interior. Breve racconto de su peripecia: Bruno vuelve de una jipeada al depto. que comparte con su hermano en la capital. Sube y baja y recorre los aledaños, tiene hambre no tiene guita, se hace invitar una birra por una flaca que andaba por ahí, escucha una banda de Rock, cuyo nombre es inmejorable: Nicolasa Primitiva. Sube y baja otra vez, va y viene, entre tanto, bajo la puerta aparecen fotos extrañas, suyas, claro, con notas firmadas por una fotomaniaca o especie de James Stewart en versión femenina; sube y baja, va y viene, arroja el televisor desde el tercer o quinto piso; se baña, duerme, despierta, aparece su hermano, hablan lo necesario, la sombra de papá y mamá, de uno u otro amor, etc; repentino viaje a Mar del Plata, peregrinación-homenaje a esa deidad paterna que es la Casa del Puente, mítica construcción del arquitecto de Amancio Williams; fogón, vino barato y noche con un linyera, y en todo este transcurrir Bruno piensa, murmura, habla y piensa otra vez; entre otras cosas en su novela, que vaya casualidad, también se llama Pitanza Nocturna.
En verdad la descripción última importa nada, al menos para un modo desnetflixado de lectura.
Tributado nuestro óbolo al imperativo descriptivo, sigamos con nuestro Borneo.
Bornes como extremos de tensión. Casi que el motor de la acción de Bruno es esa tensión interna. Tensión que busca la manera de descargar lo acumulado. Ningún cablecito que se le aproxime, y mucho menos, que haga contacto con una polaridad diferente, salvo lo que ya están en los modos del recuerdo; pero el/ los recuerdos aquí, son como las pilas agotadas, que, aun desechas, siguen perturbando. ¿Dónde depositarlas? En esta metáfora, el trasiego de Bruno es el reencuentro con un espacio habitado por fantasmas. Lo mueve menos una atracción o una tensión externa, y sí una incomodidad intrínseca, un resquemor existencial, como si algo de la carga residual no se hubiera agotado, y el andar es la búsqueda de agotarse hasta agotarla.
Pasemos a la acepción borneana de desbastación. No confundirla con su vecina devastación.
Pitanza no presenta conflictos, pero es inquietante. Lo inquietante no es evidente. Las andanzas de Bruno no arrojan más inquietud que la curiosidad de conocer su móvil de andanzas. Sin embargo… algo circula y corroe, y es quizá donde aparece como clave la palabra borneo.
Donde sucede la novela no es en la trama sino en la prosa. Aunque la mencione, no voy a usar la palabra intersticios. Basta de abuso. Denunciar ante la Defensoría de la Palabra. Pero en en sus aledaños pasa la cosa.
Hay algo peculiarísimo ahí, en la prosa, donde todo sucede. Sucede de suceso no de sucesión. Algo así como la imposibilidad de nombrar o mencionar sin quebrantar la inanidad de las cosas; una valoración perturbadora que siempre contornea a los objetos, un empecinamiento digno de una arremetida incesante.
Quien nombra y menciona es la voz narradora. No es la única. También está la voz de Bruno. Una voz que cada tanto emerge con sentencias, como si procurara asir con vocablos el sentido de algo, y el algo recurrente en toda la novela es la luz. Y he aquí cuando la palabra borneo, en su acepción de isla y su juego con los monzones empieza a rebelarnos sus intenciones. Tomáramos a ambas voces como el soplo de los cíclicos monzones; a la narradora, estival y lluviosa; a la de Bruno, cristalizadora; y encontramos que este contrapunto es el que opera desbastando rispideces, aristas, y todo lo que se resiste a ingresar al flujo plástico de un registro luminoso.
Registro Luminoso. Acá, creo, el asunto de Pitanza. La luz. Borneando llegamos hasta su núcleo. Y de puro entusiasmo me permito parangonar. Tal como el espacio obsesionara a Zelarayán, diría que a Marrón le obsesiona la luz; no tanto en su manifestación fenoménica, ya que no se trata de describir sus andanzas, sino sus modos de ser o sustanciarse –No somos todos iguales ante la luz-; y hay en esto algo de ese borneo sugestivo que enunciara al principio, el juego de curvatura que sigue entornándose alrededor de los obstáculos en su envolvente silueteo. Y es que la luz, en su difracción, también besa y abraza a todo cuanto se le interpone a su libre travesía. Entonces se nos revela las cosas sin líneas, ni límites, sino con umbrales; es decir, regiones de fusión entre la luz y la sombra, entre una cosa y su otro.
1- Pitanza Nocturna, Gonzalo Marrón, Alameda Editorial, Neuquén, 2023.





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