El pueblo Mapuce: una Nación.

 

Reseña #999,999³- 

Contra el epistemicidio: El pueblo Mapuce, una nación


                                                    Por Laura Destéfanis y Mario Castells

Los hombres que conocen la sociedad y la historia son los mismos que hacen a la sociedad y la historia. Y por lo tanto el conocimiento de la vida social y la historia no es ciencia sino conciencia. Por eso, toda separación de juicios de valor y juicios de hecho, toda separación de la teoría y la práctica, del conocimiento de lo que es y de la aspiración a lo que debe ser, es irrealizable cuando se trata de la comprensión de la historia de la sociedad. 

Milcíades PeñaIntroducción al marxismo


Estamos con Peña: antes que ciencia, conciencia. El pueblo Mapuce: una nación, extraordinario libro de divulgación de los historiadores Silvio Winderbaum y Hugo Álvarez publicado por Pido la palabra en 2021, cuenta con el aval de la Confederación Mapuce de Neuquén y prólogo de Marcelo Valko, especialista en etnoliteratura. En su portada, la música ceremonial y el cielo envuelven dos figuras humanas fundidas entre sí, como quien convoca a la palabra sagrada, tan distante en su sentido de lo sacro como de lo sacralizado: sagrada en legitimidad, porque es la que enseñó durante incontables generaciones el cuidado recíproco de la vida en esta tierra, en el Wajmapu

La imagen cumple la función de umbral a este espacio simbólico que aloja un mundo, y va a estar presente a lo largo de la lectura en lo que constituye una decisión fundamental: el lenguaje verbal y el lenguaje visual, en este libro, constituyen un único texto, a la manera del libro-álbum. Este modo de tramar la comunicación mediada del texto es una valiosa herramienta didáctica para quien se acerca desde fuera de la cultura de esta nación, desde el español de la formación escolar impartida por el Estado genocida. Así, invita a recorrer un camino cuya lengua se desconoce: como las señales de la huella andina que orienta a lxs viajerxs, nos ofrece un lenguaje en común para transitar el descubrimiento de un modo de vida que está presente en nuestras sociedades a pesar de los desvíos conscientes e inconscientes y los ataques abiertos a lo largo de la historia de la educación en el país. Para hablar de esta cuestión central, el texto ofrece un concepto concreto: epistemicidio. 

El pueblo Mapuce: una nación es también, entonces, una forma de iluminar un conocimiento de mundo ancestral, el kimvn (arandu decimos en guaraní, sentir-reconocer el espacio-tiempo), sostenido por generaciones en condiciones de hostilidad sin tregua. “El lenguaje de las naciones originarias entraña en su contexto cósmico significaciones que anulan nuestros conceptos de temporalidad y espacialidad; forman constelaciones míticas en las cuales el sentido de la permanencia funciona no como petrificación del pasado sino como una estabilidad dialéctica que funciona de acuerdo con sus propias leyes”, explica Roa Bastos en Las culturas condenadas. Por esto mismo, comienzan a emerger en el libro las palabras que reponen esa manera de habitar el mundo, y que muy significativamente no tienen traducción en lengua española: no existen esos conceptos en un modo de vida que no los puede alojar. Nombrarlas equivale a nombrar un mundo; tramarlas, recorrer sus meandros conceptuales, implica reformular cartografías que han sido santificadas por la ley y la cultura del invasor con afán catastral. Las imposibilidades de traducir estas cosmovisiones no sólo se efectivizan a través del traslado de valores de una lengua a otra; cuando se trata de traducir cosmovisiones, perspectivas del mundo opuestas por el vértice entre sí, exigen un esfuerzo descolonizador a la vez que desesencializador.   

La gesta de este libro se produjo, cuentan sus autores, en los días en que el cuerpo desaparecido de Santiago Maldonado movilizaba a toda una sociedad reprimida por el Estado desaparecedor. La escritura se desarrolló en la espera de justicia por el asesinato de Maldonado y de Rafael Nahuel, deuda que sigue abierta con el pasar de los años. (Como sigue abierta también, mientras escribimos estas líneas, la de Jorge Julio López, a quince años de su desaparición). Las habladurías que por entonces circularon acerca del pueblo Mapuce encendieron la necesidad de dar a conocer esta realidad desde otro punto de vista. Hace unos días, durante la presentación de su libro El fetichismo de la marginalidad (2021), César González ponía el acento en la necesidad de mostrar otra representación de los barrios pobres, de las villas, sobrerrepresentadas bajo la égida exógena de los medios de comunicación de masas y las ficciones burguesas. A cumplir el mismo afán acude este libro. Como subraya Marcelo Valko en el prólogo, frente a la necrologización de este pueblo, el libro se yergue para dar cuenta de su vitalidad, subrayada por la hazaña de haber sobrevivido a siglos de agresión sistemática. El énfasis en destacar que se trata de un pueblo vivo y que se ha sobrepuesto a catástrofes de recuerdo es su estrategia mayor (el pueblo selk’nam habla de “narrativa de la extinción” para mencionar ese mismo fenómeno). Un pueblo vivo, desmuseado a fuerza de luchas, de reivindicaciones territoriales. 

El carácter denuncialista de este libro no apela solo a la acusación sino que contrapone en concreto, en la descripción del cotidiano de los colectivos sobrevivientes, un sistema de valores opositor, anticapitalista. “Nos oponemos a la cultura de la muerte, inteligimos, porque nuestro modo de ser se prueba distinto”. El pueblo Mapuce… se concentra en las relaciones entre el Estado argentino moderno y la nación Mapuce, nunca reconocida como nación histórica. Ariete contra el etnocidio, el libro emprende sus golpes contra el emblema museificador  de los invasores: la necrópolis epistemicida del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde también estuvieron recluidos hasta su muerte Inacayal y los miembros de su familia, Archivo del Terror que es todo un símbolo del morbo de los que hicieron de la mortificación de los vencidos la loorificación del Estado nacional. El pueblo Mapuce… recoge documentación examinada sintética pero exhaustivamente, recaba fuentes etnohistóricas pero también las absurdas presunciones de los vencedores. Mientras leemos las cartas de Sayhueque pensamos en el diario de Baigorrita, mientras ojeamos el absurdo de la denuncia del roquismo en un editorial de La Nación, donde se narra una matanza de hombres desarmados y amontonados en un corral, nos salen al encuentro, fantasmáticos, los relatos familiares que toma Liborio Justo, Quebracho, en Pampas y lanzas de su abuelo el General Bernal, o los documentos que David Viñas presenta en Indios, ejército y frontera, donde también plantea la lectura del genocidio en Patagonia como etapa superior de la Conquista de América. Crímenes de lesa humanidad, imprescriptibles. Podemos dimensionarnos, en ese mismo segmento, la talla genocida del perito Moreno, el coleccionista de cráneos, y recordar que también allí estuvieron los huesos de Damiana Kryygy, la niña guajaki que fue esclava de la familia Korn en sus últimos días, y de la ciencia después de muerta.

Tal como describe Augusto Roa Bastos, interpelando una praxis habitual entre los cientistas sociales, “se pueden elaborar conocimientos sobre los procesos de deculturación y de muerte de las parcialidades indígenas, y la ideología dominante permite estos análisis e interpretaciones, porque sabe que de hecho estos datos permanecerán fuera del manejo y de la toma de conciencia que a partir de ellos podría tener el grupo indígena; se supone que el grupo indígena nunca o casi nunca tendrá acceso a la explicación del proceso de su extinción; el antropólogo, frente a la tribu indígena, vino, vio y se fue -y escribió generalmente en otra lengua. Pero si un historiador o un sociólogo hace un análisis de la desestructuración de una nación, mostrando los mecanismos de dominación política, económica y cultural, se sabe que sus datos corren el peligro de ser divulgados y comprendidos por el pueblo, el que podría entrar en un proceso de toma de conciencia de su realidad y eventualmente llegar a una acción política y social liberadora. Muchos científicos sociales aceptan entonces las reglas del juego de la ideología dominante: hay libertad de planteo y de análisis cuando no existe peligro de comunicación -es el caso del antropólogo que estudia las culturas condenadas de los indígenas y sus datos permanecen exteriores a los sujetos estudiados-; hay reservas, hay inhibiciones, hay sofisticación verbal, cuando la investigación social puede ser comprendida, es decir, asimilada y potenciada por un pueblo”. Por estos motivos, la identidad de los mapuce, como la de los selk’nam actuales, no es algo dado: debe ser asumida y reivindicada, promover el conocimiento y el orgullo, propósitos para los que este libro es una valiosa herramienta.  

Sin pretensiones de esencializar la cultura de las naciones originarias como si se tratara de un solo pueblo, nos vimos tentadxs de traducir y/o cotejar conceptos pertinentes, conocimientos guaraníes o quechuas que habilitan la escena comparativa. La crítica al antropocentrismo nos abre paso a una enumeración y descripción prolífica y clara, al menos en sus estrategias culturales. Desde las instancias del sistema de administración de justicia, el Nor Feleal, que responde a una filosofía del derecho de base comunitaria, hasta el sistema de valores de su filosofía ancestral y su economía de reciprocidad. Kimvn (sabiduría) y rakizuam (pensamiento situado) apuntan al cuidado de la ixofijmogen (totalidad/diversidad de la vida); se oponen de raíz a la idea antropocéntrica y civilizatoria del “recurso natural” que abre la puerta ideológica al extractivismo, al fracking/ecocidio, a postular que lo vital es expugnable, vendible.

Particular interés brinda el génesis etiológico del pueblo Mapuce. Desde el mito universal de la gran inundación -común a todas las cosmogonías del mundo- comunicada por los epew (cuentos), estos relatos nos comunican su filosofía anti-individualista y fuertemente situada: la importancia que la totalidad, ixofijmogen, tiene sobre el ce, la persona. Varias formas de medir el tiempo, siempre regido por la naturaleza, dan cuenta de ello: no hay una linealidad ni un pasado atrás sino memoria del futuro. Eso que en nuestra traducción parceladora llamamos “artes” nos muestra sus rasgos de culturaleza: el purun (danza) de agradecimiento en el Wiñoy Xipantu (Inti Raymi), la comunicación mediante el pewma en el gijatun, el kmve felen (sistema de vida) que también podemos cotejar con el tekoporã o el sumak kawsay. El kvme felen deviene anticapitalista porque es modo de vida comunitario y entiende al lof (tekoha) no como propiedad sino como espacio de vida. Teko’aýva ndaipóri teko, dicen lxs guaraníes: sin comunidad no hay vida. La lucha por la tierra, no bajo el signo de la reforma agraria sino en el marco de la recuperación de las comunidades campesinas, es un debate de primer orden en nuestras sociedades latinoamericanas que pocxs compañerxs se han animado a fomentar.

El pueblo Mapuce… no hiperboliza la denuncia manipulando la verdad, kitsch de la farsa de ciertos indigenismos estatalistas. Es un texto que apela al picikece: la pedagogía que abreva en la fuerza de la oralidad para transmitir todo lo que implica el cuidado de la vida, también presente en este libro sin edad, que integra lenguajes para asegurar la transmisión intergeneracional. Se despega del fundamento humanista occidental para establecer que el equilibrio y la unidad son claves en la concepción de la salud, que es a la vez física, mental, espiritual y social. La medicina mapuce no actúa sobre el síntoma, sino sobre el origen: en lugar de bloquear la manifestación o el efecto, busca la causa. Igual enfoque postulamos para sostener la vida en este mundo dañado: esta concepción del cuidado de la salud del ixofijmogen nos parece la metonimia más significativa de un programa político que debemos tener bien presente, que nos queda por aprender de quienes comprenden lo que desconoce la sociedad occidental de la que somos parte. Un aporte significativo para debatir, despojadxs de la pedantería de lxs privilegiadxs, aún de lxs que se manifiestan pregonerxs del socialismo, para superar la crisis cultural y la barbarie capitalista. 

El pueblo Mapuce: una nación

Autores: Silvio Winderbaum y Hugo Álvarez

Editorial: Pido la Palabra

fuente: http://www.solotempestad.com/


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