Haroldo Conti

 

Premio o Condena

A propósito de Mascaró, el Cazador Americano, de Haroldo Conti.

un texto de Humberto Bas


Es extraño el itinerario de Mascaró, El cazador Americano, quizá la mejor novela de Haroldo Conti, y más quizás aún, una de las mejores novelas publicadas en la década del 70. Una novela asiduamente leída, que estaba llamada para conformar un clásico, desaparece de repente de la consideración de nuevos lectores/as, y simplemente queda en la retina de quienes la leyeron cuando entonces.

Intentar comprender este fenómeno, implica intentar comprender el itinerario o los modos en que en diferentes épocas se lee o se vivencia la actividad artística.

Si existe algo que pueda llamarse Política de la literatura, ese algo debe ser diferente de la Política de la política, pues cuando ambas Políticas se funden, una de las dos, o ambas se neutralizan.

Algo de eso quizá fue lo que sucedió con el Mascaró… de Conti.

Publicada en 1975, corazón de los años 70, y premiada en el mismo año por Casa de las Américas, la novela estuvo condenada a no ser leída de otro más que políticamente. A eso contribuyeron la militancia política del autor y cierta peculiaridad de la trama de la novela.

La cuestión aquí, no es rechazar una lectura política de la literatura, sino objetar que la misma se agote en la búsqueda de alegorías y de mensajes constructivos, como si la razón final de la literatura fuera el de aportar argumentos “más bonitos” para ciertas causas. Tal como hoy ocurre con el uso abusivo de los textos de Galeano. Como si Galeano fuera el libretista de los argumentos político de la militancia.

Esta concepción, acorde con la idea de “la literatura al servicio de…” reduce a la experiencia literaria en una práctica mecánica y a los libros en una especie de manual prescriptivo de la acción.

He ahí donde la Política de la política (la de izquierda) se funde con la Política de la literatura y la fagocita. No se hace otra cosa cuando se contrabandea la pregunta típica de los programas partidarios y de las asambleas a la lectura del libro: ¿cual es la propuesta?

Uno, puesto en el lugar del libro, se desconcierta. Tartamudea, y se plantea: ¿acaso tengo que proponer algo?, o peor aún, ¿no era obvia la propuesta? Cualquier libro que se precia de ser libro se niega a responder preguntas por fuera de su ser libro. Un libro explicado es un libro a medias, y un libro a medias es cualquier cosa, menos Libro.

Se escribe en una época y se lee en varias. Conti escribió en esa época donde, en muchos casos, la tensión del escritor era la tensión del militante. Algo quizá desconocido para un escritor de nuestra época. Y rastros de esa tensión se nota en Mascaró... Se lo puede ver en la gestualidad concesiva, guiños que a la luz de una lectura actual (también epocal) resultan innecesarios. Allí está Oreste, el personaje principal, cambiando su historia, dejando todo atrás, fundándose a si mismo en ese pueblo costero de Arenales, esperando la llegada de un barco llamado El Mañana, que lo llevará a otro lugar; está el Circo del Arca y su deriva por pueblitos ignotos dejando a su paso esperanzas y rebeliones. Seguramente episodios y escenas en el que el lector epocal puede vivenciar sus expectativas por interpósitos personajes. Está, en ese fraseo puntilloso y preciosista de Conti, como al boleo una que se repitió hasta el hartazgo en las citas: Si uno se suspende en la punta de los pies el mundo se alarga unos metros.

¿Cual es la Política de una Literatura entendida así? Acaso la realización de los sueños en la fantasía, acaso el encuentro de nosotros con nosotros mismos (hoy sería de uno con uno mismo) en un escenario donde ya está todo dado y sólo habrá que alcanzar el final que es la conciliación. ¿Y si fuera así, en qué se diferencia esta Política de las tan menospreciadas telenovelas venezolanas?

Y qué hay de esa sensualidad festiva, esa dilución amorosa del narrador en el paisaje y en los personajes, esa levedad que inunda la escena y sobrecoge desde un estilo propio (¿diletante?)?, ¿qué es de esa prosa que prioriza los sentidos, que hace brotar sensaciones raspando letras, donde la música y el olfato y el gusto trasiegan la experiencia de lectura?, ¿qué hay de ese pueblito lumpen como Arenales que vegeta en armonía con el mar, de Cafuné cuya vida es soplar y soplar la flauta de hueso, de la sensual Pila de entrepiernas aquiescentes, qué de todo ese batifondo en el que deviene el Circo del Arca, una alquimia altisonante en el que los que ya son desparraman el querer ser de los que aún no llegaron a ser?

Mascaró no se agota ni en esta ni en ninguna lectura. Lejos de las inmediateces que imponen los contextos, queda cierta “esencialidad” de la práctica literaria, aquella que es irreductible a la simplificación de la Política de la política, y en la que resuelve su propia Política, o sea, su peculiar forma de ser revolucionaria.


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Cuando yo sea hombre

 entonces seré un cazador. 

INDIOS KWAKIUTL

 

Prólogo

 Mascaró se me apareció hace cosa de tres años. Yo estaba vacío y triste, después de haber publicado En vida, y como ocurre siempre, pero en este caso muy especialmente, pensé entonces que no volvería a escribir una sola línea en todo el resto de mi vida. No me sorprende ahora haberme equivocado, a tal punto que en esos tres años escribí dos libros, aparte de otras cosas, porque eso me ocurre generalmente. Salvo los premios, no acierto por lo común en nada. 

Bueno, yo estaba vacío y triste cuando un buen día escuché de un auténtico vagabundo la increíble historia del Príncipe Patagón. Me gusta escuchar a la gente. Creo que eso me salvó. Pegué un salto en el aire. Ahí tenía mi próxima novela. Tan clara la tenía que me abalancé sobre un papel y escribí de un saque el plan. Fue la primera vez que tuve el plan del principio al fin. Sirve tanto como un plan económico o el pronóstico del tiempo. Fue tan sólo un punto de partida, una especie de compromiso. Mascaró tenía que madurar dentro de mí. Eso me llevó su tiempo. Nunca me apresuro en esos casos. Sucede que llega un momento que la historia empuja tanto dentro de uno que sale afuera por sí sola. Así fue. Mascaró me hacía señas desde un costado de mi vida llamándome a su loco camino. 

Pues bien, tanto empujó, que otro buen día, para cortar amarras, salté de golpe al camino, me marché inclusive de mi casa, abandoné todo y ahí empezó mi vida con Mascaró, es decir, empezó la novela que para mí es siempre un auténtico modus vivendi. Resumirla en un par de líneas no tiene sentido. Podría intentar una especie de comentario conceptual que, en definitiva, puede aplicarse tanto a Mascaró como a la Imitación de Cristo o a un libro de Napoleón Primero. Eso le corresponde, en todo caso, a los críticos. Contar la historia sin encarnadura sería falsificarla. Y contar la historia tal cual aconteció sería narrar la novela de nuevo. Porque aquel plancito creció y creció como un árbol y así entraron en esa historia desde mis más sencillos amigos, como Tony Beck o el capitán Alfonso Domínguez, alias “Cojones”, hasta esta tierra de lucha y esperanza que se llama América. 

Mascaró daba para todo. Creció y creció como un tremendo canto, y yo era a medias el cantor porque se juntaron tantas y tantas voces, que Mascaró realmente no me pertenece.

Ahora, a diferencia de esas otras veces, no he quedado triste y vacío, porque Mascaró sigue vivo. Y me demanda nuevos caminos. Siento, eso sí, la breve tristeza de despedirme de él para que comience a compartir su camino con otras gentes. Aquí estamos, pues, a un costado de ese camino diciendo los adioses y estrechando su firme mano. Pero yo sé que volverá. Yo sé que volverá. Yo sé que volverás, compadre. Por eso te digo hasta siempre. No te olvides de mí ni de mi compañera, los que tanto te amamos. Volvé pronto para que podamos seguir viviendo y amando, oscuro jinete, dulce cazador de hombres. Mascaró, alias Joselito Bembé, alias la Vida. 

HAROLDO CONTI

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