Carta a mis estudiantes

 


Carta a mis estudiantes

Hay frases que se escuchan en estos días, que son las mismas que escuché cuando era estudiante y, seguramente, también las escucharon mis docentes cuando fueron a su vez estudiantes. Y así podríamos seguir. La disputa por el conocimiento tiene larga data en el mundo. De hecho, hay muchísimos ejemplos a lo largo de la historia de la humanidad que muestran de qué manera algunos grupos se vinculan con el conocimiento y cómo entienden su circulación. Solo para recuperar un ejemplo clásico, podemos pensar en la difusión del conocimiento que durante siglos se realizó únicamente en latín, cuando la mayoría de la población no conocía esta lengua. Esta dificultad para que la gente de a pie accediera al conocimiento era una decisión tomada desde un lugar poder, sin dudas.

Con este ejemplo que parece lejano en el tiempo, quiero invitarlos a pensar en cómo nos vinculamos con los espacios de circulación del conocimiento científico hoy. Por supuesto que todo es mejorable, pero la propia existencia de universidades públicas, gratuitas y de calidad tiene un valor difícil de dimensionar. Atrás de cada detalle de nuestra vida cotidiana hay un trabajo colectivo que incluye a profesionales formados en universidades públicas. En esta ciudad —a la que podemos elegir llamar General Roca o Fiske Menuco (o Fvskv Menuko) gracias al trabajo de investigación histórica, lingüística, sociológica, etc. de profesionales que nos brindan argumentos para que podamos decidir hasta cómo nombrarla—, hay tres universidades públicas que se complementan y tienen un impacto central en la vida de la ciudad: asistimos a recitales y conciertos de la gente del IUPA, nos informamos con periodistas y pedimos asesoramiento legal a abogados egresados de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNCo y refaccionamos o construimos nuestras casas con la ayuda de arquitectos de la UNRN. ¿Podría ser mejor todo esto? Sí, por supuesto. Y es en la participación activa de los involucrados donde están las bases de esa mejora.

Es verdad que a la universidad la cuidamos entre todos cumpliendo a conciencia con nuestras tareas. Eso sucede con cualquier espacio. En el caso de los estudiantes, se les suele decir que la defienden estudiando. Pero estudiar es solo una parte del cuidado, como dar clases para el caso de los docentes es solo una parte también. Y estudiar sin una perspectiva colectiva, sin una proyección de futuro e impacto en la sociedad, sin buscar que las condiciones sean mejores para quienes vengan después, no es más que un acto de egoísmo. Preocuparnos solo por estudiar cuando los edificios no están en condiciones por la falta de presupuesto para su mantenimiento o mientras vamos perdiendo compañeros porque no pueden pagarse el bondi y el alquiler responde a la lógica del “sálvese quien pueda”. Solo estudiar cuando las condiciones salariales de los docentes les impiden seguirse capacitando, investigar y, en muchos casos, llegar a fin de mes es necio: esos docentes se van a ir a otro lado, produciendo un vaciamiento que será muy costoso recuperar, si es que es posible recuperarlo.

Hay momentos en los que solo estudiar a lo único que conduce es a la imposibilidad de seguir estudiando. Si eso no pasa es porque hay personas que deciden cuestionar y movilizarse. Y tomar esa decisión no implica dejar de estudiar. Por las aulas de la Facultad de Lenguas he visto pasar decenas de estudiantes aplicados que han tenido y tienen una participación activa en las discusiones sobre los espacios académicos. Hace muy poco, de hecho, se organizaron en asambleas y proyectaron distintas acciones para visibilizar, denunciar y ponerle freno a situaciones de violencia, marcando un antecedente histórico y un ejemplo para toda la comunidad universitaria. Por supuesto que estas cosas nos desarman la rutina y nos sacan de ese lugar cómodo de “solo cumplir con nuestra tarea”. Ese lugar artificial, como si no tuviéramos pensamiento crítico y el conocimiento fuera algo que se compra o se produce por generación espontánea. El conocimiento no se compra ni surge de la nada; se construye de manera colectiva y mientras más alejados estemos de esa construcción, más sesgado será ese conocimiento. Por eso, para defender la universidad pública, gratuita y de calidad, no basta con estudiar.

Y una última cosa, por si no quedó claro lo que intento decirles: nadie se salva solo.

María Mare (profesora en la Facultad de Lenguas, UNComahue)

#UniversidadPublicaSiempre

Entradas populares