EL AÑO EN QUE HABLAMOS CON EL MAR
Se puede recordar una historia comenzando desde el principio, extraviando el sentido lógico, desanudando una larga madeja de imágenes o con un rosario de oraciones unimembres arrumbadas con la potencia de un telegrama y el sonido mudo de un punto que oficia de stop.
Se puede recordar una historia, supongamos de amor, y repasarla una y mil veces. Agregarle cada vez un souvenir distinto a la valija narrativa y, como estamos hechos de detalles - ¿qué somos sino detalles del presente habitado con el pasado en la puta cara y un futuro por dibujar?- reconstruirla.
Andrés Montero cuenta las pendencias de los hermanos Garcés con un coro que emerge, en tiempos donde la memoria colectiva adolece de amnesia inducida, para recordarnos que existen tantas versiones de una misma historia como voces puedan contarla, y que estamos hechos de esos detalles que la constituyen y solo existirán -como el sonido del mar enfrascado dentro de un caracol- en caso que alguien quiera escucharla.
Separados por las dimensiones de sus propios mundos; uno nacido y dispuesto a morir en la tierra que decidió nunca abandonar, el otro con ganas de comerse con los ojos un mundo desconocido viviendo a través de las historias de los demás; pandemia mediante, se verán obligados a reencontrarse.
La genealogía fraternal se reconstruirá en un viejo barco transformado en bar, con las voces de los habitantes de ese pueblo que los vio crecer y pueden apuntar un recuerdo, una anécdota mínima, un detalle que se una como las piezas perdidas de un rompecabezas que se vuelve a ensamblar.
(Desde el mar, germen de todas las cosas, me puse redundante y leí El año en que hablamos con el mar, editado por -La Pollera Ediciones-).
Martina Kaniuka
Ig: martinakaniuka