MANO A LA OBRA -Diario de un Albañil-

 MANO A LA OBRA

Del Kaso Ñemombe’u a la Talla, en Diario de un Albañil[1] de Mario Castells.

                                                             (escribe Humberto Bas)



Mario Castells publicó Diario de un Albañil, una recopilación de textos que con periodicidad taquicárdica posteaba en su muro de Facebook.

Diario de un Albañil: curiosa labilidad del título; como si una inestabilidad intrínseca la hiciera susceptible de mutaciones bajo el bombardeo de vocales.

Una a → descabezando la i de albañil la convierte en Diario de un Albañal, pero alojada en el corazón la transforma en Diario de un Albaañil.

Y lo curioso es que tanto con Albañil, Albañal o Alba Añil, el título da cuenta del meollo del diario; un ajuste de cuentas y justicia prosaica de ese albañal en el que se convierten las relaciones obrero/capataz, obrero/patrón y por qué no, obrero/obrero; como también, la puesta en texto de esos mismos vínculos al trasluz de la utopía abrazada por el escritor/albañil Mario Castells.

En otro sentido, Diario de un albañil señala una región de la existencia que parecía extinta para la escritura; ex tinta como ámbito de experiencia estética, como espacio de dimensiones poéticas. Un diario que a pico y maza de una prosa brutal y sensible tuerce la vista y airea la perspectiva monosilábica de la escritura imperante…

Pero… ni postales ni paisaje de esa otredad tan cercana como interna que podría ser nuestra relación con la albañilería, sino vivencia. Vivencia de las vivencias de migrantes paraguayos –en general campesinos reconvertidos en albañiles-; vivencia de fratachos y cucharas, pero con la motricidad de quien trabaja el material del lenguaje con la ductilidad del yesero, en un vaivén de estilos que bascula entre los Kaso Ñemombe’u y la escritura zen.

Revocando también se producen epifanías.

El extraño caso de los Kaso Ñemombe’u.

Si existiera algo llamado literatura paraguaya y esa literatura tuviera alguna característica, esa sería la de los Kaso Ñembombe’u.

No dudo sobre la existencia de la literatura en el Paraguay, sino sobre la categoría de literatura nacional: esa taxonomía tan argel que pretende parcelizar nubes con alambres electrificados.

El kaso ñemombe’u no es exclusivo en Paraguay, sino específico. Antes que un género, es la manifestación de un espacio de socialización que deviene en género. Tratándose del Paraguay, un espacio hegemónicamente masculino.

Al menos lo era…

Veamos su etimología. La palabra Kaso es la guaranización de la palabra Casos, que en su deriva paraguayizante implica a los Hechos, Episodios, Sucederes. Ñemombe’u, significa algo así como decir, contar, narrar. Otra acepción posible, y más potente: hacerse decir, hacerse contar, hacerse narrar… Claramente en esta acepción los casos adquieren la dimensión de sujetos que se hacen decir por sus narradores.

Ese espacio de socialización podría ser un fogón, que en Paraguay es el brasero alrededor de la paila (que no se dice sartén, que no) y la tortilla que se fríe… y la caña en corrillo, el vaso que circula… O cualquier otro espacio que cumpla con los requisitos de la quietud y la cercanía. De ahí la ronda y el silencio como configuración privilegiada para que, en la radialidad, la voz se propague equitativamente y el clima de sortilegios embadurne a los oyentes. Y en la voz surgen los Casos/Kaso extraordinarios que suceden a personas ordinarias. Casi siempre contactos con el más allá. El fantasmario paraguayo es pródigo en seres extraordinarios: el Jasyjatere, el Pombero, Mboi Jagua, Kurupi, la Malavisión, Pora, ere la erea (etc, etc.); estos seres, con sus aparecidas, protagonizan los Kaso con quien narra.

En la ronda, los Kaso se frotan y se animan, y en ese animar no será extraño que aparezcan las estrellas de estas rondas: las ánimas. Entonces el silencio ya no es el arrobador, sino aquel que lleva al aire hasta un punto crítico que vuelve áspero el respiro. Y ya no hay regreso desde estas regiones, quizá por eso, los Kaso de las ánimas surgen luego de agotar los Kaso Cachiaï que narran episodios de borracheras, peleas, la sombrereada (institución de los cuernos); y los que tienen que ver con la picaresca; suerte de vindicación oral contra los poderosos, por el camino trazado por Pedro Urdemales, que en el caso de Paraguay es Perúrimá…

Pero los braseros ya no están, tampoco sus pavesas; la paraguayidad campestre, en su incesante basculación osmótica, migró a otras ciudades y a las ciudades otros países, (argentinas especialmente), llevando entre sus petates su mundo cultural para practicarlos en espacios citadinos. Entonces la pregunta: ¿cómo y en qué recodos de estas experiencias se manifiestan los Kaso ñemombe’u?

Del Kaso a la Talla y de la Talla al Marcante.

Paraguay es un país de tradición cristiana. Un país cristiano tiene por costumbre, entre tantas, el que sus habitantes lleven nombre del santoral cristiano.

Cumplir años en guaraní es aramboty, pero en el guaraní paraguayo es santo’ara: el día de tu santo. Suele ocurrir que una persona tenga dos festejos si su cumpleaños no coincide con el día de su santo; por ejemplo, llamarse Rita (22 mayo) y haber nacido un 14 de setiembre. Doble festejo.

En Paraguay puede suceder que no se identifique a los padres y madres en los padrones electorales. En general los nombres son apocopados en un bautismo pagano. Una tabula codificada con declinaciones nominales que convierte, por ejemplo, a Estanislao en Tani, a Teodora en Te’o, etc. Hasta ahí nada especial. Pero si el nombre proviene de un tallador, ese bautismo desplaza al de la tabula y al de las aguas bautismales.

Y en las rondas de los Kaso Ñemombe’u suele erigirse ese Tallador. Observador y escrutador agudo, el Tallador capta gestos, detalles, características, o en términos generales, lee el alma del prójimo que será tallado. Convertido en bufón y sacerdote, es el lenguaraz afilado que esculpe en palabras lo que percibe en el otro. Es además un sintetizador verbal extraordinario. El arco voltaico de su lengua logra unir heterogeneidades; asociar rostro, expresiones, el andar o cualquier aspecto del cuerpo con cualquier otro objeto o reino de la existencia

Talladores de toda laya surgen de estas rondas. Entre ellos la expresión cumbre de los talladores: el Formal. En el castellano paraguayo el formal es el terrible. Un tipo formal sería un bandido, un ladrón, un calavera… i formal con tekaka, es terrible como la mierda. Suprema expresión de elogio para quien se quiere loco, travieso o malo.

El Tallador cumbre es el más formal de todos, y en el proceso del bautismo nominal y vital es más que el juez de paz y que el cura; es el que te impone, no un nombre, sino un Marcante.

Quien talla, marca.

Tal el caso de Don Guaimí Reví, un anciano de mi pueblo. Guaimí Reví es, literalmente, culo de vieja (por extensión el cieno o pozones que succionan en los esteros). En todos los órdenes de la vida a don Guaimí Reví se lo llamaba Guaimí Reví. Como le va don Guaimí, solíamos saludarlo educadamente, y el anciano respondía con la solemnidad correspondiente. Y paradoja o revancha ecuménica, en la misa de su sepelio el cura revelará el nombre bautismal de don Guaimí Reví: Teobaldo Sanabria Lezcano.

De esta pintoresca anécdota nos importa el hecho de que el marcante Guaimí Reví es la obra de un tallador. Y digo obra, en el sentido de un cuerpo esculpido con palabras que será el sayo nominal que portará el tallado. Y como suele suceder en los andurriales del arte oral, la autoría se escabulle en el anonimato.

En el caso de don Guaimí Reví el tallador habrá captado cierta hosquedad o fruncimiento en la expresión del hasta entonces Teobaldo. Hosquedad y fruncimiento que, a juzgar por su serena expresión en la ancianidad, se disolvieron con el tiempo. Quizá a causa del marcante mismo. Pero ese cambio no le valió el cambio de marcante a don Guaimí Reví, si no su transformación semántica. Con cierta licencia podría decirse que Guaimí Reví, metáfora del cieno y por extensión de hosquedad y fruncimiento, terminó siendo sinónimo de serenidad e indulgencia.

Como vemos con este caso, el marcante se desprende de su referencia y se adosa al molde- corporal o espiritual-, para acompañar la suerte de sus transformaciones plásticamente.

Con el marcante el que se picha pierde. A quien no lo acepte, despellejarse le resultará más fácil que sacárselo de encima. Sin embargo, lo que ocurre es la aceptación, porque el marcante es como una emanación interpretada por el Tallador; un calce que tiene que ver más con el “uno mismo” que con la referencialidad externa que son los nombres del santoral cristiano.

Posibles interpretaciones de esta transmutación. Quizá rémoras del modo de nombrar de los guaraní. Quizá solo una forma de pudor o de rebeldía al verses “bautizados” en un nombre extraño o ajeno, o tal vez la batalla interna de un proceso lingüístico: la diglosia operando su revancha con una pronunciación guaraní-secularizada contra del santoral cristiano.

Tallar es Tallar.

No es de maldad la pulsión que anida en el tallador, sino la malicia. La Talla es malicia encantadora. Un cosquilleo de lengua. Como si su práctica fuera la sublimación verbal de ocultas contiendas. Y pienso que esa impronta tiene que ver con un estado beligerante; herencia de la latencia guaraní en su relación con los colonizadores-evangelizadores. Quizá también…y más que Tesis es una conjetura: que la Talla sea la puesta en acto de una práctica estética, de un género no particular, sí particularizado en el Paraguay; un género expresivo que, por la gratuidad, el placer implicado en la concreción de un algo -oral en este caso- que excede, cobra dimensiones estéticas.

Y corolario de esta conjetura es que la Talla, como una de las manifestaciones de los Kaso Ñemombe’u, es la que mejor se adaptó a las dramáticas transformaciones sociales: migración, no solo territorial sino también lingüística (del guaraní campesino al guaraní citadino y al castellano, etc); cambios laborales; el campesino agricultor vuelto albañil, etc. Por ende, un género que se puede vislumbrar tallándose en los escenarios del Diario de Castells.

La Talla, como manifestación particular de los Kaso Ñemombe’u, pareciera ser irreductible a la escritura. Pues, en la oralidad es una cosa, pero la chispa en la escritura es otra cabeza y se raspa distinto. En cierto sentido, escritura y oralidad, reclaman para sí especificidades intransferibles, al menos desde una intervención externa. Esto, en términos de literatura, como ocurre en Paraguay, pone en entredicho, desborda lindes y redefine el concepto occidental de literatura, incluyendo a regañadientes una serie de manifestaciones que se pueden englobar bajo la Oratura, “un término que implica una utilización literaria de las formas de la oralidad”, como sostiene Carla Benizs[2]. Y he aquí el gran meollo de la cuestión; el intento de institucionalizar una experiencia ágrafa. Un abrevar en fuentes orales para tomar aspectos y aglutinarlos sin fusión. Y pareciera que Castells asumió, no tanto el desafío sino el quebranto de construir esa síntesis de formas…; de una escritura que se haga cargo de la insolubilidad entre la cultura letrada y oral, y las trascienda; como también, de esa relación subsidiaria del guaraní respecto al español en la diglosia paraguaya; de la presencia o permanencia de estas formas en la experiencia del exilio y en los cambios que más allá de lo territorial y cultural, implica la materialidad del cambio de vida, como el ya señalado pasaje del campesino al albañil.

¿Acaso Diario de un Albañil logra esta especie de teoría del campo unificado?

Responder esto es meterse en camisa de 11 vergas.

No. Dado que son logros de formas estéticas, nadie puede escrutarlos. Es decir, no hay un punto de llegada que permita la referencia para el cotejo; tampoco jueces para sentenciar. No hay teleología, sino proceso. Y en tanto proceso, tenemos pistas.

Si en términos bajtiniamos consideramos a la oralidad y a la escritura como esferas coexistentes en el tiempo y espacio, podemos decir que ambas configuran un todo mecánico mientras estén unidas por una causa externa; es decir, si la unidad que los moviliza es exterior a una o a ambas. Carecen de sentido interno. Es quizá el motivo del fracaso en los intentos por hallar una síntesis a estas dos culturas. Los intentos de apropiarse desde una esfera a la otra. Una exterioridad mutua.

Cuando el hombre se encuentra en el arte, no está en la vida, y al revés. Entre ambos no hay unidad y penetración mutua de lo interior en la unidad de la personalidad. ¿Qué es lo que garantiza un nexo interno entre los elementos de una personalidad?, se preguntaba Bajtín en 1919. Y se respondía: debo responder con mi vida por aquello que he vivido y comprendido en el arte, para que todo lo vivido y comprendido no permanezca sin acción en la vida.[3]

Mutatis mutandis, se podría plantear la inversa: debo responder por aquello que he vivido y comprendido en la vida, para que todo lo vivido y comprendido no permanezca sin acción en el arte.

Quizá en esta respuesta esté la clave del dilema. La implicancia mutua de una ética y una estética. Una implicancia que se puede encontrar tanto en el autor como en este Diario.

Porque quien escribe, Mario Castells entra dentro de ese fenómeno sociológico de la diáspora paraguaya. Nacido rosarino, hijo de una pareja paraguaya en exilio, mamó la cultura paraguaya en la basta comunidad aglutinada en los alrededores de su ciudad; en su juventud vivió 10 años en los esteros del Ñeembucú, Paraguay, donde se impregnó de la cultura campesina, además de volverse un  estudioso de su literatura, su cultura…es decir, vivencio ambas esferas (oralidad y escritura) con igual intensidad y pasión, y con igual intensidad y pasión produjo dentro de ambas esferas, y de algún modo se apropió de esas preocupaciones y quizá, los tomó como quebrantos…

Sin embargo… Lejos estoy de afirmar que la de Castells sea una escritura programática. Más bien es la metabolización de un desafío por lograr una narrativa transculturadora[4], aunque en este caso no en guaraní, sino en ese inasible género de los Kaso, que es la Talla.

Castells cuenta casos. Cada entrada a su modo es un Kaso; es una miscelánea de desventuras, bajezas y grandezas en la escala cotidiana; una reflexión, un expurgo, una denuncia, una diatriba, una evocación afectiva que juega con la idolatría y la fascinación… “El jopói es un trabajo mancomunado, un espacio de reciprocidad que compromete a los amigos, parientes, vecinos a prestar ayuda a un miembro de la comunidad, pero en beneficio de todos. El jopói paraguayo, como todo ritual, se pagaba con un buen asado y unas cervezas terminada la tarea. Una forma económica del amor que perdura, que sustenta lo mejor de nuestra colectividad. Changa Paraguay de los fines de semana, de los feriados, de los amigos. Changa que desata la talla. Así hice mi ranchito…[5]”

Si en los Kaso Ñemombe’u hay un descenso de lo extraordinario para el encuentro con lo ordinario (un duende o un ánima que se le presente a cualquiera), en este Diario es lo ordinario que busca elevarse hacia lo extraordinario, un rescate animoso, casi de salvación del olvido de los seres ordinarios, camino a la mitificación… “Mi tío, el mejor Kasero de Ñeembucu”. Y Castells lo hace con una escritura cercana al habla; habla al que no mimetiza, ni reemplaza con artificios de escritura. Lo hace desde la inmediatez de aparente transparencia verbal, que sin embargo lleva sobre su pescuezo la carga para que, desde la lectura, se pueda vivificar como si se estuviera compartiendo un corrillo y escuchándolo hablar; y ese corrillo, devenido ronda, nos, me remite a la ronda de los Kaso Ñemombe’u… ese mascarón de proa de lo que es la oratura en el Paraguay…

Todos los personajes que pululan estas páginas son literaleños, de una u otra ribera; es decir, personajes impregnados de un aire lingüístico y de una cultura fronteriza por partida doble o triple: lingüística, territorial y también de oficio.

Y lo que parece ameritar para Castells, es que estos personajes rescatados tienen algo de esa malicia de lenguaraz de los talladores, ya difuso o mezclado con la de los de compadrito, pero con la placenta previa de esa cultura de origen.

Los personajes aparecen, pasan, con sus menudencias distintivas de carácter o temperamento en cada episodio; regresan a veces e hilan esas menudencias con otros episodios. No hay construcción de personajes en esa tipificación que requiere cierto realismo…los envuelve el aire evocador del narrador; si están ahí no es por lo que son, si no por lo que sus presencias generan en el ánimo del diariante.

En su registro escrito de los Kaso, aparece la escritura como experiencia. Los Kaso se vuelven por momentos epifanías, reflexión y expurgo, sentencias y moralejas, porque no es un púlpito desde el que se enuncia y amonestan, sino un lugar de enunciación personal, de alguien que da testimonio de un mundo por haber participado de él. Una praxis extendida y cotidiana, en la que el lenguaje constantemente se saca chispas; más allá de las valoraciones, es instancia de creación de sentido y de expresión; y espacio de socialización (eminentemente masculina, hasta ahora) y quizá su característica sea el grotesco.

A modo corolario de esta excursión al diario de un Albañil.

Y si en este Diario hay rastros, volutas en proceso de simbiotizarse con la cultura anfitriona, es porque quien lo plantea lo hace desde la vivencia, aporta ese nexo o unidad desde su hábitat. Unidad que se da, paradójicamente, en el abandono; en ese cese de persecución intencionada, como resulta de estos textos escritos para la eventualidad de una publicación no libresca… Quizá el formato de intervención cotidiana -los posteos-, hace que tengan cierta contención, planteos de posiciones políticas y reflexiones con algún dejo moralino. Todo ello, no obstante, hacen a la expresión espontánea y pensada, por sobre la consecución de una obra, que en la mediatez y en la disolución del yo autoral a favor del yo enunciador, hace de su impunidad la fortaleza del decir. Justamente esta espontaneidad es lo que deja traslucir ese aire de los Kaso Ñemombe’u, un género que se hace en fragor del decir y volver a decir, consciente de que el sustrato del habla es el aire.

Aunque emergente en el seno de los Kaso Ñemombe’u, la Talla se particulariza en la posibilidad practicarse en cualquier momento y espacio; en la ruralidad: carneadas, carpidas y corpidas, cosechas de algodón; en los potreros mientras se juega al piky vóley, torneos de futbol, y ni hablar que en los juegos de cartas (el truco puede ser la Scala para este género). En la urbanidad, en los espacios abiertos y activos… pues es el vocifero del tallador en medio de cualquier actividad… Un vendedor ambulante en la terminal te puede sacar la ficha en un relojeo y vociferar tu marcante para jolgorio de pasajeros y transeúntes.

Esta característica quizá sea la razón de que perviva y se practique en lugares tan lejanos como Rosario y Buenos Aires, como se consigna en el Diario de un Albañil de Mario Castells… Un diario de tallas y de marcantes y de Kaso fusionados… en el que aparecen y hacen mutis lenguaraces que imparten Tallas, dejando esa impronta personal como marca oral y escrituraria…

Lo que logra Mario es extrapolar un género eminentemente oral al escrito y eminentemente guaraní paraguayo al español kureparosarino, y lo hace justamente porque conoce y tiene encarnado las claves de ambos registros. No es alguien que transcribe sino que habla y escribe en ambos mundos, y los puede encarnar… y entonces, su texto, su escritura no se detiene en la recreación, sino también da cuenta de cómo es esa práctica tan paraguaya en un mundo, también tan paraguayo, como el exilio; la paraguayidad, masculina, en el mundo de la explotación kurepa; las derivas identitarias, las nuevas personajizaciones emergente en ese mundo; y quizá este aspecto sea la clave que, además de la furia con que arremete su justicia poética, no esté soslayado cierto dulzor tributario, momentos epifánicos que en la escritura se alcanza porque, también, se habita las claves que posibilita pulsar dichos resortes.

Diario de un Albañil o diario de un amanecer añil.


[1] Caballo Negro editora, 2021

[2] Carla Benisz, La oratura y los lindes de la literatura en el Paraguay, Homenaje a Elvira Arnoux. Estudios de análisis del discurso, glotopolítica y pedagogía de la lectura y la escritura, Tomo I. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras. Roberto Bein, Juan Bonnin, Mariana Di Stéfano, Daniela Lauría y María Cecilia Pereira (eds.) (2017)

[3] Mijaíl Bajtín, Arte y responsabilidad, Nota de Prensa, Antología Día del Arte, Nevel, 13-9- 1919.

[4] Carla Benisz, Literatura Paraguaya, Transculturación y Polémica: las Formas de una “Literatura Ausente”, Revista Chilena de Literatura, n° 87, Departamento de Literatura, Univ. De Chile, noviembre 2014.

[5] Mario Castells, Diario de un Albañil, Caballo Negro Editora, 2021.

Mario Castells (Rosario, 1975)

Publicó, El mosto y la queresa (Editorial Municipal de Rosario), novela ganadora del Premio Provincial Ciudad de Rosario en 2012. Trópico de Villa Diego (crónica, Editorial Municipal de Rosario, 2014). Lenguajes, poesía en idiomas indígenas americanos (con Liliana Ancalao, Juan Chico y Lecko Zamora/ Festival de Poesía de Córdoba, 2015). Aparatchikis (nouvelle, Caballo negro, 2017); Bala pombero (relatos, Arandurã, Paraguay 2018), y la plaquette Poemas de alma feroz / Ñe’ë pochy ñe’ëty (poemario bilingüe) como parte de un Proyecto de Cátedra de la Carrera de Diseño Gráfico de FADU-UBA (2018). Obtuvo la beca José Martí, de la Biblioteca Nacional Argentina, con su tema: “Carlos Martínez Gamba, la lengua guaraní del exilio”. Co-dirigió las editoriales La Pulga Renga y Cachorro de luna.

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