Negacionismos, apologías y luchas por la memoria.
Negacionismos, apologías y luchas por la memoria.
Por Pablo Scatizza*
Siempre que tengo la oportunidad de participar de alguna charla abierta o clase pública, armo algunos apuntes como para no irme por las nubes. Breves machetes que me ayudan a seguir un hilo específico, más allá de las lógicas derivas que toda conversación implica y que vuelven sin dudas atractivos ese tipo de encuentros.
Hace un par de días, el 24 de marzo de 2024, pensando algunas
ideas para devolverle a Viento del Sur la generosidad de invitarme a escribir algo
para esta fecha, recaí en unos de esos apuntes que tenía guardados. La
propuesta había sido que volcara algunas líneas sobre dictadura y educación en
la región (Patagonia Norte), pero ante tanto espanto colectivo frente al avance
con prisa y sin pausa de la derecha destructiva en nuestro país, la cuestión
del negacionismo de aquella dictadura, la memoria y el presente coparon mis
pensamientos en una semana tan especial.
Ahí fue cuando recordé una clase pública sobre negacionismo
de la que había participado el año pasado en la Universidad Nacional del
Comahue, y busqué ese machete para revisar sobre qué habíamos hablado en
aquella oportunidad, y cuánto tenía aquello de actualidad en estos tiempos de
hoy.
Lamentablemente, todo.
Conversamos aquella vez de los entonces candidatos Javier
Milei y Victoria Villarruel, y sobre la importancia de complejizar sus dichos y
sus acciones para alejarnos del sentido común que nos llevaba a caracterizar de
fascistas (de “fachos”) a quienes negaran los crímenes de estado cometidos
entre 1976 y 1983, con el objetivo de analizar más detenidamente respecto a los
alcances reales de esas prácticas. Y sobre por qué creía necesario distinguir
entre negacionismo y la apología, que es el concepto que, a mi entender,
caracteriza mejor las prácticas de estos sujetos que hoy gobiernan el país.
El término negacionismo no se puso de moda ahora, aunque cada vez más se escuche y lea por doquier. Hace tiempo es un término que suena y resuena, sea por los negacionistas de la pandemia de COVID, por los negacionistas del cambio climático, por los terraplanistas, y sobre todo por quienes niegan que este suelo que pisamos sea el Wajmapu, el histórico país mapuche que fue expropiado como producto de una invasión genocida. Negacionismos a la carta sobre los que podríamos hablar por un buen rato, sin dudas, aunque acá quiero referirme a la cuestión del negacionismo y la apología de la última dictadura militar, y los procesos de memoria que se disputan en este presente tan particular.
Un tema recurrente
El tema del negacionismo volvió a ocupar espacio en los
medios y en la discusión pública en septiembre del año pasado, cuando Victoria
Villarruel organizó un acto en la Legislatura porteña para conmemorar a “las
víctimas del terrorismo”, en referencia a los militares y civiles que murieron
producto de las acciones armadas de la guerrilla previo al golpe de
estado de marzo de 1976; y se potenció con las declaraciones del propio Milei
sobre la dictadura en el debate presidencial. Acciones y declaraciones que, más
que negacionistas de los crímenes cometidos por el estado dictatorial, fueron
lisa y llanamente apologistas. Trataré de argumentar brevemente por qué.
(Nobleza obliga decir que muchas de las ideas que presento a
partir de aquí abrevan de algunos textos de la abogada y docente de la UBA
Valeria Thus, quien ha trabajado en profundidad estos temas relacionados con el
negacionismo y el derecho. Abrevan, subrayo, pero no necesariamente son las
suyas, por lo cual toda responsabilidad de lo que aquí se diga me corresponde.
Recomiendo, a quien le interese, buscar y leer sus interesantes escritos).
Ahora bien, básicamente, cuando se habla de negacionismo,
se alude a una serie de prácticas discursivas y no discursivas que dan cuenta
de un fenómeno político y cultural que implican la negación total o parcial de
hechos o acontecimientos históricos (o naturales, por supuesto) sobre los
cuales existe suficiente comprobación empírica de su existencia, y sobre los
cuales se han elaborado vastos estudios científicos y sentencias jurídicas. En
este sentido, declaraciones como las que en 2016 expresara el entonces
presidente Mauricio Macri quien se refirió a la década del 70 en términos de
“guerra sucia” e incluso de “horrible tragedia”, subrayando que no tenía “ni
idea si fueron nueve mil o treinta mil”, son propias de un discurso
negacionista.
Expresiones que niegan o relativizan el fenómeno dictatorial
y los crímenes cometidos por el Estado, donde supuestamente se enfrentaron dos
formas de terror que terminó padeciendo una sociedad inocente. Es decir, donde
se propone, en el mejor de los casos, la teoría de la “guerra sucia” y la de
los “dos demonios” como clave explicativa de lo que significó la última
dictadura argentina. Teorías, no está de más subrayarlo, que ya han sido
suficientemente refutadas y que hoy están perimidas, a la luz de una gran
cantidad de rigurosos trabajos de investigación histórica y jurídica cuyas
interpretaciones posibles no habilitan -o no deberían habilitar- discusión
alguna sobre la gravedad ni la magnitud de la masacre perpetrada por el estado.
Así, se puede ser negacionista, en este caso de la última
dictadura, sin necesariamente se apologista de la misma. En otras
palabras, creo que es posible negar la magnitud, los alcances, objetivos y
proyecciones a futuro de la masacre perpetrada por el estado dictatorial, sin
que ello implique de manera necesaria una defensa explícita de dichos crímenes.
No estoy diciendo que siempre sea así, pero puede suceder.
Pero no es así a la inversa. Quien hace apología de un proceso histórico como este, es sin dudas, también, negacionista del mismo. Con la apología, el rey queda desnudo. La finalidad queda a la vista de todo el mundo y expresa una reivindicación del fenómeno en cuestión, sin vueltas. En el negacionismo lo que interesa es lo que se dice entrelíneas, aquello que está oculto, lo que no se menciona cuando se niega lo ocurrido o se minimiza la gravedad de lo ocurrido. Con la apología, la intención se revela, queda expuesta. Me animo a pensar incluso que, con un negacionista, en ciertos casos y en determinadas circunstancias, se puede discutir, debatir ideas… con un apologista no.
Y en este sentido, expresiones como las de Milei, Villarruel,
e incluso videos como el publicado por la Casa Rosada este mismo 24 de marzo de
2024, son lisa y llanamente, apologistas del gobierno dictatorial. En el caso
de la ahora vicepresidenta, aquel acto que organizó por la memoria de “las
víctimas del terrorismo” -cuya legitimidad no discuto: considero que todo el
mundo tiene derecho a llorar y rememorar a sus víctimas y nadie debería
discutir o negar el dolor que puede sentir un familiar de una persona
asesinada- fue mucho más que eso que dijo ser en su momento. Fue un espacio
donde se reivindicó el accionar de la dictadura y se justificaron sus crímenes,
justamente a partir de los actos violentos en los que sus familiares perecieron
y que allí rememoraban. Aquello, fue apología además de negacionismo.
Lo mismo en el caso de Milei, quien cada vez que puede hablar del tema se refiere a los “excesos que cometieron las fuerzas del estado” en el marco de una guerra contra ese supuesto terrorismo. No Milei, no fueron excesos. Fue un plan sistemático planificado y ejecutado desde el Estado por las Fuerzas Armadas, para exterminar y desaparecer de manera clandestina a quienes cupieran dentro de su caracterización de “subversivo”. Tampoco se trató de una “guerra”. Para 1976 las organizaciones guerrilleras estaban prácticamente diezmadas, y la “subversión” contra la que supuestamente guerreaban no era una institución o grupo con entidad e identidad estable, con control de territorio, de comunicaciones y toda una serie de condiciones (estudiadas y teorizadas suficientemente ya) que podrían permitir que se tratara de un enemigo equiparable con el Estado dictatorial.
Y ni que hablar del mencionado video oficial del gobierno cuya mendacidad, datos falsos y tergiversaciones lo vuelven una pieza que, si bien podríamos decir que no resiste el menor análisis, creo que sería importante estudiarlo -especialmente en los colegios- para poner en evidencia cómo se construye un relato falso y apologista de la última dictadura. No solo se niegan allí los crímenes de estado cometidos entre 1976 y 1983, sino que de manera falaz, mentirosa y alejada de cualquier atisbo de rigurosidad analítica, justifican el golpe de estado y sus consecuencias. Las “víctimas del terrorismo” a las que aluden en ese video tuvieron justicia y no lo mencionan. Nada dice que los responsables del homicidio de Viola y su hija fueron llevados a juicio y recibieron condena a cadena perpetua, y que estuvieron detenidos hasta el Indulto concedido en 1989 por el entonces presidente Carlos Menem, que liberó tanto a militares como guerrilleros que estaban detenidos. Menem, el mismo ex presidente que tanto idolatran hoy desde el gobierno nacional.
¿Qué hacer ante este tipo de prácticas? ¿Es la penalización
una solución? Desde hace un tiempo hasta esta parte han sido presentados no
pocos proyectos de ley para penalizar declaraciones de ese tipo, referidas a
delitos de lesa humanidad o genocidios probados histórica y/o judicialmente. Es
una de las formas posibles de combatirlas, sin dudas. Pero no la única; ni creo
que sea la mejor. Considero que es un tema que merece una seria y honesta
discusión, especialmente hacia el interior de los espacios de quienes
condenamos no solo la dictadura y el accionar estatal, sino también las
expresiones negacionistas y apologéticas sobre los mismos. Es un dato
interesante tener en cuenta que actualmente hay una veintena de países en
Europa que criminalizan el negacionismo del Holocausto, por ejemplo, y que no
son pocos los cuestionamientos sobre ello que hay por parte de académicos/as
(especialmente historiadores/as) respecto a esa manera de combatir esas
actitudes y discursos. Y por mi parte, tiendo a estar entre este último grupo.
Considero que sería un gran riesgo dejar a disposición los gobiernos de turno
un arma jurídica tan poderosa como la de poner en jaque a la libertad de
expresión y criminalizar determinadas declaraciones con las que no acordamos.
Podría considerarlo, quizá, para el caso de funcionarios públicos de alto
rango, pero insisto en es un tema que debería discutirse seriamente.
La memoria (ni la historia, más allá de sus diferencias) no se puede imponer por ley. Y el acto de recordar experiencias colectivas implica necesariamente acciones políticas (léase bien: hablo de acciones políticas, no partidarias), y forma parte de luchas, de tensiones, de combates sobre los que, creo, no se debería legislar. Además, la memoria se construye siempre desde el presente (así como la historia). No recordamos hoy de la misma manera en que lo hicimos ayer, ni vamos a recordar mañana de la misma manera en que lo hacemos hoy. Por eso no es posible reificar la memoria, especialmente con leyes que sienten precedentes riesgosos para la libre expresión de ideas.
Frente a esto, creo que presentar batalla en el plano
memorialístico se vuelve imprescindible, y una herramienta para ello es hacer
un uso ejemplar de la memoria. Como ha planteado Tzvetan Todorov, frente
a la “memoria literal”, que se centra en preservar los hechos pasados tal como
ocurrieron, la “memoria ejemplar” extrae lecciones del pasado para aplicarlas
en el presente, convirtiéndose en un principio de acción. En este sentido, se
vuelve imprescindible hablar de lo que pasó en aquel entonces a la luz de lo
que hoy está sucediendo. A la luz de esta avanzada apologética -y por ende,
negacionista- del gobierno de turno, de sus voceros mediáticos y su ejército de
trolls. Y hacerlo en función del proyecto de país que proponen (que a todas
luces es de más capitalismo extractivista y neoliberal, de exclusión y
represión), para dejarlo en evidencia y combatirlo.
Porque si la memoria se construye desde el presente, el
pasado se reelabora a partir de un determinado proyecto de futuro. O dicho de
otra manera, los futuros posibles encuentran anclaje en las memorias colectivas
que se construyen sobre el pasado. Por eso lo importante sería pensar hoy qué
significa que el Estado haya cometido semejantes crímenes, y por qué hay no
solo funcionarios de gobierno que los justifican de mil y una maneras, sino una
gran parte de la sociedad que avala sus discursos.
Analizar las posibles respuestas merecen otro texto, sin
dudas. Pero entre ellas veremos, como decía, que una posible respuesta está en
la proyección de futuro que tienen quienes justifican esos crímenes; en cuál y
cómo es el futuro que imaginan y proyectan para nuestra sociedad, para este
país. Quiénes están involucrados y de qué manera son pensados en ese futuro.
Y frente a ello, ponernos a pensar colectivamente qué futuro
proyectamos quienes nos oponemos a aquel.
*Pablo Scatizza es licenciado en Historia por la UNCo y Doctor en Historia por la Univ Torcuato Di Tella. Entre 2008 y 2014 formó parte de la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía Federal de Neuquén, como investigador en la instrucción de las causas por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. Su campo de investigación es la violencia política y las formas de represión en la historia reciente, con énfasis en las décadas del ’60 y ’70. Tiene en prensa la publicación de su tesis doctoral referida a la implementación del plan represivo dictatorial en la Norpatagonia, y ha publicado numerosos artículos (en revistas científicas y de divulgación) referidos a las modalidades represivas que caracterizaron a la decada del setenta, así como sobre la violencia política y sus representaciones.
En su libro publicado en el año 2016.; Un Comahue violento : dictadura, represion y juicios en la Norpatagonia Argentina, Pablo Scatizza nos ofrece un estudio minucioso del accionar represivo de la última dictadura militar en la Patagonia Norte. Sin embargo, antes que una mirada de cómo operó la represión en el Comahue, esta obra nos induce a observar tal accionar desde dicha región, aportando significados novedosos a los relatos ya conocidos sobre el período dictatorial. La reducción de la escala de observación le permite al autor atisbar las prácticas, la lógica, y la organización de los perpetradores en toda su complejidad. Su enfoque indaga a la historia de abajo hacia arriba. Y por esta vía, sus investigaciones obligan a reformular ciertas tesis y ciertos lugares comunes generalmente aceptados, tanto en el plano de la historia argentina general como de la historia local.
La erudición, la rigurosidad y la atención al matiz se fusionan en Un Comahue violento con una gran claridad expositiva y una vibrante tensión dramática. Del mismo modo, la precisión conceptual se conjuga con compromiso político y social. Los lectores y las lectoras de este libro encontrarán la más detallada información disponible hasta el momento sobre la represión militar en la Patagonia, pero también incisivas y honestas reflexiones teóricas, tanto como comprometidos análisis políticos.