Darío y Maxi.

 


Darío y Maxi.

por Mariano Pacheco

Para quienes fuimos parte de la movilización que el 26 de junio de 2002 se dirigió a Puente Pueyrredón nunca más ese día, y el anterior, serán un día más del año. No sólo por "las políticas de la memoria", las "luchas por justicia y contra la impunidad" respecto de los asesinatos de Kosteki y Santillán, "la reivindicación del legado militante de Darío y Maxi", y de toda aquella experiencia "piquetera" del movimiento popular, sino porque hay algo en nuestros cuerpos mismos que se dispone de otro modo en estos días.
Desde hace años me la paso hablando: conduciendo programas de radio, haciendo entrevistas para revistas y como parte de investigaciones de algunos de los libros que he escrito, coordinando talleres de formación política y cursos de filosofía o participando de simples reuniones como uno más.
Así y todo, no te tengo la práctica de "orador de masas".
Por eso cuando Flora Tristan me pasó esta foto quedé paralizado: en general, cuando me veo pibito en alguna imagen de aquél tiempo, me reconozco enseguida: el lugar, el contexto. En ésta me sentí perdido: ¿Es Avellaneda o Zanón?
-- Avellaneda, me confirmó Flora.
La fecha tiene que ser esa que figura en la placa (junio de 2004) que hicieron entonces las y los obrerxs de la fábrica ceramista de Neuquén, recuperada al calor de las luchas de 2001. Placa que aún permanece allí, en la ahora Estación de trenes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Esa que recuperamos para el pueblo, ingresando a patadas derribando la puerta con candado que la empresa había puesto para prohibir su acceso. Esa que rebautizamos con persistencia durante años para que dejara de llevar ese nombre gorila de Avellaneda. Esa que ni hoy ni mañana, por primera vez en 18 años, no visitaremos: porque priorizamos esta otra política de autocuidado colectivo frente a la pandemia.
Miro la fotografía y en algún punto no me reconozco. Casi que podría decir: es Marianito de La Verón, un pibito militante animándose a hablarle en un acto de masas.
No sé si alguna vez volveré a vivir una experiencia tan intensa como fue en aquellos años hablar en un acto, aunque la tarea más gris y silenciosa que intento sostener hoy esté atravesada por la misma pasión y convicción, la adrenalina de ver desde un escenario a miles de personas que están por escuchar lo que decís es insustituible. Sobre todo si tenés veinte, o veintipico de años.
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