Antonio Gramsci

 


-Gramsci x Viñas-

22 de enero de 1891: nacía en Italia quien sería el gran pensador marxista del mito plebeyo y lo nacional-popular en el S. XX.

"Tentación vertiginosa, por cierto, la que me insinúa el paralelo ineludiblemente caricaturesco entre el Duce y el intelectual marxista a partir de los dos escenarios que marcan y definen, en lo fundamental, sus recíprocos significados políticos: el ademán espectacular del orador y el arrinconamiento del encarcelado. Se trata de hablar ante un público multitudinario o escribir en Soledad. Mussolini: fascinar frontalmente a la muchedumbre o ir tratando de convencerse a sí mismo para articular argumentos con sus pros y sus contras. La inmediatez considerada imprescindiblemente exitosa, la trágica asunción de la derrota a la que se empecina en conjurar apelando a la trascendencia. Y si el tiempo del jefe de la llamada Marcha sobre Roma actúa como un ya ansioso, la duración carcelaria finalmente borra hasta las presuntas marcas en la pared de la propia celda".
David Viñas, "Seis notas con motivo de Antonio Gramsci"
(Introducción a la biografía escrita por Giuseppe Fiori)

GRAMSCI: “ODIO A LOS INDIFERENTES"

"Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Tomo partido, estoy vivo, siento ya en la conciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo.”

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