Breve introducción a la narrativa paraguaya

 

Breve introducción a la narrativa paraguaya (I)

                                                                                                      Por Mario Castells

Sonámbula presenta la primera parte de este ensayo donde Castells nos acerca a una literatura tan brillante como poco difundida, aunque próxima. ¿Este fenómeno responderá acaso a su condición bilingüe, única en la historia independiente del continente? Bienvenidxs lectorxs a la literatura del Paraguay.

Aunque correcta, la apreciación de que la precariedad y tardía irrupción de la literatura en el Paraguay se debió a su avatar histórico, la otra cara de la verdad nos dice que muchos críticos literarios han exagerado para mal, de forma indolente, la preponderancia de estos hechos. Lo cierto es que también ha faltado en ellos, históricamente, el resorte de la curiosidad. Desde el comienzo, y a partir de posturas colonialistas-canonicistas, se ha obviado el rico acervo de la literatura oral, desde el cancionero y refranero popular hasta los relatos cosmogónicos de las naciones originarias, por no hablar también del exitoso ensayo de periodismo escrito en guaraní y castellano paraguayo durante la guerra contra la Triple Alianza, en Cabichuí Cacique Lambaré.

La literatura paraguaya, como cualquier otra de América, aunque nacida hacia mediados del siglo XIX, se nutrió de textos coloniales que le entregaron su aporte genético. Ese corpus ha sido profundamente importante y le dio su impronta de escritura colonial, siendo extensivo el calificativo a lo que hoy mismo se escribe en idioma español y guaraní. Las obras más importantes, todas las que provienen del «sacro experimento» de la Compañía de Jesús: los textos de los padres Montoya, del Techo, Lozano y otros como así también la de los catequistas indígenas, como Yapuguay y Ñeengyrú, o las cartas de los Cabildos indígenas durante la guerra de los siete pueblos, han sido abordadas más por antropólogos e historiadores que por críticos literarios. A su vez, aunque tosca e insípida, la literatura hecha por españoles paraguayos y criollos tuvo su relativa importancia (entre otros, con autores como Luis de Miranda, Ruiz Díaz de Guzmán o el revulsivo Arcediano de la Catedral de Asunción, Martín del Barco Centenera). No produjeron obras comparables a las del México o el Perú colonial. No tuvo el Paraguay la suerte de gestar a una poeta como Sor Juana o Del Valle Caviedes. Produjo, en cambio, el gran suceso histórico cultural del Barroco hispano-guaraní, del cual perduran, pese al saqueo y las depredaciones, obras de arte sublimes que aún hoy despiertan interés. Por contraparte, el mismo José de Antequera y Castro, juez pesquisidor de origen panameño y máximo dirigente del levantamiento de los Comuneros de Asunción, la primera manifestación revolucionaria de la América hispana que pretendía que la autoridad del común fuese superior a la del Rey (esto, a comienzos del siglo XVIII, antes de que Rousseau escribiera su famoso Contrato Social), legó a la posteridad un triste soneto dedicado al tiempo, en las vísperas de su ejecución, en 1731.

Cuando el Paraguay logró su independencia, en mayo de 1811, era ya entonces una nación de fisonomía espiritual claramente definida. El surgimiento del Estado nación aún hoy interpela a la sociedad paraguaya, generándole interesantísimas discusiones. “Entre los próceres de la independencia paraguaya figuraban hombres esclarecidos, capaces de interpretar al pueblo recién liberado y de sentar con lucidez intelectual las bases doctrinales para la instauración jurídica como entidad democrática autónoma”, sostiene Hugo Rodríguez-Alcalá, con quien disiento profundamente. “Ellos proclamaron en 1813 la primera República de América del Sur. Desgraciadamente el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, merced a sutiles intrigas, desplazó a los mandatarios de la Primera Junta y maquinó con éxito la captura de un poder unipersonal absoluto con el titulo de Dictador. Su dictadura absoluta se prolongó desde 1814 hasta 1840 y se caracterizó por ser, quizás, el primer estado totalitario en el sentido moderno de la palabra”, añade. Rodríguez-Alcalá asegura, además, que la caída de los planes culturales llegaron a una depresión tal que, en vez de propagarse los establecimientos de enseñanza superior, se suprimió el único que había legado la colonia: el Seminario. De resultas, asevera el autor, “el Paraguay, que hasta entonces había irradiado doctrinas, hombres y bienes hacia todos los ámbitos de América, rompió toda comunicación con el mundo exterior. Comenzó el fabuloso enclaustramiento que iba a durar todo lo que duró la vida del Supremo Dictador, artífice único (?) del notable experimento”.

Por supuesto, el crítico se abstrae  y tergiversa la historia. Sin dudas, el proyecto político que forjaron primero Francia y luego Carlos Antonio López, aunque no emparentados por el mismo régimen de gobierno, estuvo ligado irremediablemente a un proyecto de cultura nacional independiente, aunque marcado este por un embate profundamente castellanizador. En realidad, si hubo una figura descollante en la intelectualidad paraguaya del siglo XIX, fue el Dictador Francia. “El análisis de la vasta producción escrita del dictador paraguayo”, escribe Nora Bouvet, “muestra que el territorio autónomo no es un sentido previo de lo que el Estado nacional debe ser sino que este se va conformando -adquiriendo forma- en la práctica constructiva del discurso autónomo (…)”. El bestiario liberal se nutre, además y oportunamente, de figuras odiosas como la bête noir Francisco Solano López y de la voz tutelar de Domingo Faustino Sarmiento, quien eligió ir a morir al cementerio que gustó cimentar. “La teoría y la práctica de la asimilación cultural está basada sobre una falacia y tiene como efecto una situación exactamente contraria a la teóricamente proclamada. La falacia consiste en suponer que el modo y la cultura del colonizador son en todo superior. Todo lo que está fuera de esa civilización es barbarie, de tal suerte que el colonizador tiene el deber de imponer el paso de la barbarie a la civilización y perseguir, aún con la guerra, a quien o quienes se resisten al cambio”, plantea Bartomeu Melià en Un país, dos culturas. Los vencedores de la Triple Alianza lograron con éxito, como sabemos, su obra civilizadora.

Más allá de esta catástrofe de recuerdo y de la postura política tomada respecto del Paraguay, no solo en relación al Mariscal López, debemos decir que desde los orígenes del Estado nación todos los gobiernos paraguayos independientes fueron pro-castellanizantes; así mismo debemos decir que el exilio paraguayo surgió con el nacimiento de la patria. La literatura paraguaya tiene como marca de Caín una doble vertiente: la escrita en el país y la elaborada en el destierro. El gran crítico Raúl Amaral divide el romanticismo paraguayo en tres etapas: una etapa precursora, una etapa romántica y una post-romántica. Algunos de los intelectuales y poetas que la integraron fueron parte y otros opositores del proceso de conformación del Estado nacional paraguayo. Entre ellos contamos a Mariano Antonio Molas y Juan Andrés Gelly o a Natalicio Talavera, que fue el poeta más importante de la generación del Mariscal, pero además el principal cronista de guerra, muerto en Paso Pucú. También podemos destacar al Mariscal Francisco Solano López, autor de Cartas y proclamas, además de fundador de los dos grandes hitos inaugurales de la literatura guaranítica paraguaya moderna: Cabichuí y Cacique Lambaré, pasquines aparecidos durante la guerra. El padre Fidel Maíz, ex-juez de sangre del Mariscal durante la Triple Alianza, fue autor de Etapas de mi vida, sus memorias, y Juan Silvano Godoy, el principal redactor de la constitución liberal de 1870 destacó en sus biografías noveladas sobre el general Díaz. Pero la figura descollante de toda esta etapa, escritor injustamente ignorado fuera de Paraguay, a pesar de su talento superlativo, es el coronel Juan Crisóstomo Centurión. Fue estudiante del Aula de Filosofía, educado en Inglaterra y Francia, joven de origen campesino, intelectual políglota, diplomático progresista y miembro de la escolta del Mariscal. Centurión escribió Memorias o Reminiscencias históricas sobre la Guerra del Paraguay, un libro excepcional, mucho más que el Facundo de Sarmiento o Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla. Empero, fue con su nouvelle Viaje nocturno de Gualberto, escrita en Nueva York en 1877, cuando, podemos decir, surgió la narrativa de ficción en el país.

Luego de esa hecatombe -Paraguay es “un país que nació de un mar de sangre”, Barrett dixit- los primeros años del novecientos fueron una etapa de transformación tan extensa y caótica como casi ninguna otra. Con la imposición del liberalismo sarmientino en el país y la teoría del cretinismo secular del pueblo paraguayo elaborada por Cecilio Báez, aparecieron los supuestos creadores de la literatura del país: los argentinos José Rodríguez Alcalá, Martín Goicochea Menéndez, el políglota español Viriato Díaz-Pérez, autor de Las piedras del Guairá La Revolución de los Comuneros del Paraguay, y, por último, el más importante de todos, el activista anarquista español Rafael Barrett, que con sus libros El dolor paraguayo y Moralidades actuales revolucionó las letras nacionales.

La generación del Novecientos es la primera generación de intelectuales del Paraguay. Durante esta etapa también, en 1889, se creó la Universidad Nacional y, con ella, la nueva intelligentzia: Cecilio Báez, Ignacio A. Pane, Manuel Domínguez, los hermanos Juan Segundo y Juan José Decoud, Blas Garay, Juan E. O’Leary (máximo exponente del culto a los héroes desde un perspectivismo hagiográfico y utilitario para con la ideología del Partido Colorado) y Manuel Gondra, entre otros, son sus nombres más destacados. Es también en esta generación que consiguen emerger por primera vez las narradoras: Concepción Leyes de Chaves y Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez-Alcalá.

Hacia fines de la década del 20, “la palabra Vanguardia en Paraguay, lejos de designar una tendencia artística enmarcada en la ruptura y la innovación”, comenta Jorge Boccanera en el prólogo a la obra poética de Augusto Roa Bastos, fue “el nombre de un fortín boliviano incendiado por tropas paraguayas en el marco de una tensión que conllevó seguidamente a la ruptura de relaciones entre ambos países”. La Guerra del Chaco no suscitó en el país una narrativa comparable a la que inspiró en Bolivia, pero proporcionó el primer sacudón para la renovación de las letras. Dos autores solamente pueden mencionarse, con obras si bien interesantes, no del todo maduras. Por un lado, el largo poema de Arnaldo Valdovinos El mutilado del agro y, por otro, José S. Villarejo, con su volumen de cuentos Hooohh, lo saiyoby. De todos modos, lo mejor de la producción de este momento se da en las tablas, con la creación del teatro guaraní, por Julio Correa. Este autor de obras hoy clásicas, emprendió con la creación de su teatro una de las aventuras más importantes y anónimas de la cultura latinoamericana. Correa enriqueció la dramaturgia con la inclusión de personajes campesinos en papeles de importancia y significación. Sus propuestas de teatro militante lo empujaron a llevar la escena al encuentro de las masas campesinas. De su copiosa producción teatral -cerca de unas veinte piezas–, cinco muy conocidas son Sandia yvyguyGuerra ahaTereho jevy fréntepe, Karu poka y Pleito rire, todas en guaraní. Su obra poética y narrativa, editada tardíamente, es muy menor comparada con su teatro popular de vanguardia.

Mas si por “literatura actual” entendemos la producida a partir de finales de la década del 30 hasta el presente, entonces el entorno temporal coincide con otro período no menos terrible para el país. Comenzando por la Guerra del Chaco Boreal con Bolivia (1932-1935), a la que sigue luego sigue una década de «revoluciones» (pugnas que desangraban al país desde principios de siglo y que no distaban mucho del proceso que el resto de los países de la región había sufrido a mediados del siglo anterior) que desemboca en la guerra civil de 1947. Dice al respecto Josefina Plá, en sus Apuntes para la historia de una cultura:

La guerra del Chaco primero, con su intensa repercusión al nivel popular; la agitada posguerra con la contingente movilidad demográfica; la inestabilidad política, la inquietud interna con sus alternativas en los años siguientes y la guerra europea que sobrevino a poco, apartando -entre otros factores importantes- contactos internacionales decisivos en múltiples sentidos; la guerra civil de Concepción, finalmente, aportan a este periodo elementos cuya influencia en la configuración de nuevos módulos de vida intelectual y social ha sido enorme.

Tan diversas, complejas y opuestas circunstancias han contribuido a la desaparición acelerada de los módulos de vida tradicionales y la adopción progresiva de formas cosmopolitas, de las cuales – como es lógico en tales procesos – los primeros en adherirse son los aspectos superficiales, externos. El cine se instituye costumbre popular y arraigada, la radiotelefonía se extiende y alcanza poco a poco los rincones más apartados del país, los diarios se modernizan y agilizan su difusión, la comunicación adquiere – por tanto – radio más amplio y ritmo acelerado. Asunción se ha convertido en el cruce de líneas internacionales aéreas numerosas: hemos visto llegar la televisión. Al propio tiempo, la necesidad de encarar la circunstancia económica, cada vez más compleja y exigente, moviliza crecientemente las energías individuales y colectivas. No puede sorprender que en los últimos tiempos la vida de hogar, el sentido arraigado de las relaciones personales un tanto estático y riguroso, haya experimentado los efectos; hoy se vive mucho más fuera de casa. La vida social encuentra numerosos centros de reunión informal a todos los niveles. Como consecuencia de todo ello ha experimentado también transformación, no siempre positiva o favorable, la escala de valores espirituales que sirvió de norma a esa vida social hasta épocas no tan lejanas, como la de la guerra del Chaco.

(El artículo concluye la próxima semana)

 


La imagen de portada es un fragmento de “Canchita Sport-Novillo” óleo sobre tela de Enrique Collar.

*A partir del 16 de agosto, Mario Castells también estará dictando un seminario de 8 encuentros sobre «150 años de narrativa paraguaya». Más información en el link.

https://sonambula.com.ar/breve-introduccion-a-la-narrativa-paraguaya-i/

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