Haroldo Conti.
“Haroldo conoce como pocos este mundo del delta. Sabe cuáles son los buenos lugares para pescar y cuáles los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las mareas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente. Sabe andar por el delta como sabe viajar, cuando escribe, por los túneles del tiempo. Vagabundea por los arroyos o anda días y noches por el río abierto, a la ventura, buscando aquel navío fantasma en que navegó allá en la infancia o en los sueños; y mientras persigue lo que perdió va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen. Triste, solo y manso, Haroldo vive al ritmo del río, que corre sin apuro. Cuando llega la violencia, le sube de a poco, como crece suavemente el agua, pero que se cuiden los hijos de puta: la corriente alzada arranca árboles y casas: lo he visto embestir y le conozco las furias”.
Eduardo Galeano
A veces pienso en mi viejo. O es un barco que parte o esa gente vagabunda que trae el verano o simplemente una luz en el río. Entonces me siento en la costa y pienso en mi viejo.
Para todos, para mí mismo, la historia comienza el día que hizo volar en pedazos al Raquelita, en el 28. (…) Un día, pues, encendió el cigarro de acuerdo con sus procedimientos y fue como si encendiera el mundo entero de una punta a otra. Instintivamente, el viejo alargó una mano hacia el carburador pero ni el carburador, ni él estaban más allí dónde debían estar. Sin saber cómo, se encontró en medio del agua con el cigarro todavía en la boca. El Raquelita, por su parte, o lo que quedaba de él, aparecía a unos diez metros. Después de todo, nunca había lucido tan bien, ni tan espléndido aquel barco de por sí oscuro. (…) Eso ocurrió cuando mi padre tenía cuarenta y cinco años, apenas uno después que apareció en las islas. El recuerdo de los de la costa y mi propio recuerdo arrancan de ahí. Nadie tuvo noticias del viejo hasta el 28 y la verdad es que con lo que hizo o deshizo desde entonces hasta su muerte, en el 37, hubo de sobra. (Y con todo, también a él, tan denso y macizo, tan único, se lo llevó el tiempo. ¿Quién recuerda ahora a mi padre?) Antes del 28, según parece, estuvo transportando pólvora desde Pernambuco hasta Río Grande do Sul a bordo del Isla Madre de Dens, que voló también en su tiempo entre el faro Mostardas y Solidao, sin faro por aquel entonces. (…)”
En “Todos los veranos”
Carta de rechazo de Conti a Stephen Schlesinger y a la Fundación Guggenheim (28-02-1972)
“(…) Con el respeto que ustedes merecen por el solo hecho de haber obrado con lo que se supone es un gesto de buena voluntad, deseo dejar en claro que mis convicciones ideológicas me impiden postularme para un beneficio que, con o sin intención expresa, resulta, cuanto más no sea por fa talidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina. No es sólo ni principalmente cuestión de la beca Guggenheim en sí misma, sino de la política de colonización cultural de la que forma parte, en la que el imperialismo norteamericano no escatima esfuerzos de organizaciones estatales, paraestatales y privadas.
Los antagonismos entre ese imperialismo y nuestros pueblos son profundos y violentos en todos los frentes, incluido por supuesto el de la lucha cultural, y en este momento han llegado a una etapa de grandes definiciones en toda la extensa nación latinoamericana. Esto impone la claridad y la coherencia como deberes ineludibles del intelectual latinoamericano, cuya condición de ninguna manera entraña un privilegio sino una entera y exigente militancia.
No soy un hombre de fortuna, como tampoco lo son la mayoría de mis compañeros, porque en Latinoamérica ser escritor es casi sinónimo de ser pobre, pero me parece inaceptable postularme para un beneficio que proviene del sistema al que critico y combato y que, por otra parte, y eso es lo más grave, de alguna manera me complica con él. No niego que, en el orden personal, habría significado una gran oportunidad para mí, ni critico por otra parte a quienes careciendo inclusive de las oportunidades que yo tuve aceptaron esa beca. Yo entiendo que no puedo hacerlo y que mi gran oportunidad en este momento es América, su pueblo, su lucha, la enseñanza y el camino que nos señalara el comandante Ernesto Guevara.
Por lo demás, yo he sido jurado de la Casa de las Américas en 1971, el mismo año en que usted me escribe, y considero que esa distinción que he recibido del pueblo cubano es absolutamente in compatible con una beca ofrecida por una Fundación creada por un senador de los Estados Unidos, o sea, no un hombre del pueblo norteamericano, sino del sistema que lo oprime y nos oprime. Atentamente, Haroldo Conti”
Carta de rechazo de Conti a Stephen Schlesinger y a la Fundación Guggenheim, a propósito de la beca que la fundación otorga. La carta está fechada el 28 de febrero de 1972 y puede leerse en Haroldo Conti, alias Mascaró, alias la vida, Buenos Aires, Ediciones del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti y Colihue, 2008, pp. 296-297.
Discurso que pronunció Haroldo Conti el 7 de febrero de 1971 en la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba. Transcribimos a continuación un fragmento.
(…) “En realidad, mi aprendizaje, con aquel y otro inconveniente, comenzó hace más de diez años a remolque de la Revolución naciente que cada día proponía (y propone) perspectivas nuevas. Pero imagínense con qué trastornos y despistes si ustedes, los intelectuales cubanos, todavía en el 69 tratan de aclarar el papel del escritor dentro de la Revolución
(…) Por extracción, formación, simpatía o lo que sea, yo he escrito sobre vagos, solitarios y marginados, es decir, determinados vagos, solitarios y marginados que de alguna manera tienen que ver con la miseria. Nuestra confortable miseria (…) A través de mis personajes soy yo el que me vivo. Me vivo en historias que fueron o pudieron ser, no importa su correspondencia afectiva en el tiempo porque después de todo el tiempo sin nosotros es nada. Y todo lo que pretendo, porque queda por ver si efectivamente lo he logrado, es que otros, la mayoría de los cuales no llegaré a conocer, se vivan a partir de esa minúscula sucesión de signos que mientras alguien no los anima, apenas son un trazo de tinta. De este modo la literatura deja de ser una forma graciosa de la inteligencia y se convierte en una oportunidad de la vida, no ya en el arte por el arte sino en la vida por el arte. (…) Lo que quiero señalar es que, con ligeras variantes, es todo un grupo de la literatura argentina y por lo tanto en mayor o menor medida, un sector de la realidad argentina lo que queda en el margen de los libros, lo cual se parece bastante a un símbolo. La desubicación de este grupo dentro de nuestra literatura y, a su vez, la desubicación del grupo con respecto al país, es consecuencia de un desencuentro todavía más grande dentro de esa gran abstracción que es la Argentina. (…) La Argentina, en todo caso, es una suma de realidades, a menudo incomunicadas entre sí, en perpetuo cambio todas ellas, lo que genera nuevas realidades. Esos autores connados (a veces salteados) en notas y prolongaciones a un realismo según los valores al uso y cuyas obras, en función de esa irrealidad, aparentan un valor tan solo anecdótico son justamente la expresión más el de esas solitarias realidades que por destino político componen el país e irónicamente el realismo más valioso, para no decir el único posible. Por lo mismo, todos ellos se inscriben, en mayor o menor grado, en esa literatura de la vida, reacia a los esquemas y simplificaciones y que si con todo sobrevive a las modas y los desencantos es porque precisamente la asumen no como una especie literaria sino como una forma de vida, con los sinsabores y la plenitud de la vida. (…) Hablar de ellos como de un grupo ha sido tan solo una comodidad porque cada uno vive aislado espiritualmente y aun, como en el caso de Daniel Moyano o Antonio Di Benedetto, geográfica mente. Este aislamiento geográfico no es peor que el aislamiento en la gran ciudad, Buenos Aires, donde la mayoría de ellos viven como forasteros, porque salvo alguna excepción que meramente supongo provienen todos del interior. El hecho de vivir en Buenos Aires no los aproxima, lo cual no sé si sería una ventaja. Más bien los extravía, esa es la precisión.
Buenos Aires es políticamente la capital de la República Argentina, pero esa es otra abstracción. Buenos Aires, en realidad, es otro país. El país de la soledad. Yo, que vivo ahí, sé que entre sus 6 millones de habitantes vive un tipo que se llama Jorge Luis Borges, pero jamás lo he visto. He viajado aquí con David Viñas, a quien vi un par de veces, pero sé que cuando volvamos allá lo perderé de vista. Quizá sea esta la forma de encontrarnos, por n, en la Revolución. Desde esa soledad nosotros tratamos de recuperar la soledad más familiar y hasta más doméstica de nuestros pueblos, que es donde nos reconocemos. Y si hablamos de Buenos Aires es siempre con la perplejidad del recién llegado. A quienes, como ustedes, buscan una literatura objetivamente revolucionaria y realmente operativa, funcional, a favor de los intereses mediatos e inmediatos de las clases revolucionarias –para usar las palabras de Roque Dalton–, esta obra literaria, insuflada de individualismo, resulta con más evidencia que para nosotros una expresión de la pequeña burguesía. Así y todo yo la considero una literatura prerrevolucionaria o, mejor, porque eso no quiere decir nada o quiere decir mucho, pararrevolucionaria porque, sin llamarse a engaño sobre una realidad que no existe, nos desnuda por partes, descubre las confusiones, limitaciones y frustraciones de un país que todavía no se ha encontrado a sí mismo y que solo a partir de ahí, cuando toque fondo, podrá enarbolar las mismas banderas que levantaron ustedes y alumbrar un día nuevo para el hombre nuevo.”
Fragmentos del discurso pronunciado por Haroldo Conti el 7 de febrero de 1971 en la Casa de las Américas (La Habana). Publicado en revista Primera Plana, Nº 437, Buenos Aires, 15 de junio de 1971, pp. 34-35.