"Archipiélago" Mariana Enriquez.

 

No estudié Letras, nunca fui a un taller literario y no conocí escritores hasta que yo misma publiqué una novela. Mis conexiones, mis viajes entre islas literarias, se dieron por medios menos convencionales. Llegué a libros por el rock y el cine, y a veces por comunicaciones entre ambos y la literatura. Cuando vi la película Gothic de Ken Russell -porque se trataba del origen de Frankenstein en la Villa Diodati de Lord Byron, con Mary Shelley como personaje central, y porque la protagonizaban dos de mis actores favoritos, Gabriel Byrne y Julian Sands-, me obsesioné con Byron y Percy Shelley. En la biblioteca de mi casa había una colección de poemas de Shelley, muy breve, pero nada de Byron. Salí en su búsqueda. Cuando vi a Patti Smith con una remera de Rimbaud, fui corriendo a averiguar quién era el poeta de ojos azules, y cuando lo conocí se convirtió en mi dios de adolescencia. Gracias a Nick Cave y sus continuas citas al góticosureño le di una oportunidad a William Faulkner, que me parecía dificilísimo, aunque cuando leí por primera vez El sonido y la furia algo de ese calor, de ese dolor de cabeza, de esa angustia, me fascinó. También me propuse encontrar los cuentos de Flannery O’Connor, la otra favorita de Nick. En los fanzines y revistas que leía, como Resistencia o Cerdos & Peces, se nombraba seguido a William Burroughs: El almuerzo desnudo, y esto es asombroso, estaba en la colección de Club Bruguera.

La secundaria y la universidad también fueron importantes. Mi profesora de literatura de tercer año de la secundaria, cuyo nombre no recuerdo pero sí sus ojos verdes y el pelo largo y canoso, comprendía que el programa de lecturas tenía que modificarse un poco o los chicos moriríamos de aburrimiento, de modo que con Antígona Vélez de Leopoldo Marechal (que después me gustó, pero entonces me pareció imposible), nos dio la más delicada y pop Antígona de Jean Annouilh. Y gracias a Annouilh y la profesora me atreví a leer las tragedias griegas. En la facultad de Periodismo tuve como docente a Martín Malharro, también escritor, macho indómitoy tierno, que nos hacía leer novela negra -Chandler, Hammet- y se salía de programa con algunos textos sugeridos como la desoladora Acaso no matan caballos de Horace McCoy. También nos hacía leer a Hemingway, nos explicaba la teoría del iceberg y decía que Fitzgerald no era tan grande como su rival, con lo que yo (y muchos) fuimos corriendo a leer a Fitzgerald. Todavía conservo fotocopias de algunos de los cuentos que nos dio de Ambrose Bierce, Ring Lardner y Sherwood Anderson. Recuerdo su picardía para provocar y su obsesión por Carver, a quien amaba o criticaba según la clase y el día.

extraído de Pag 12 3 de agosto 2025


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