Entrevista.
Entrevista a Juan Pablo Fernández Bussy, cantante y
guitarrista de Acorazado Potemkin
Mario Castells*
–Vamos a empezar por donde empiezan los anhelantes,
por las conclusiones. Te propongo discurrir sobre arte y política. Las bandas
que integraste están marcadas hasta nominalmente por esta trama. ¿Cómo se
propició en tu proceso creativo este cruce?
Te voy a responder ésta y todas las demás preguntas con lo que pienso ahora,
que seguramente pueda cambiar en otro momento… o sea que lea distinto lo hecho
o lo que pasaba con lo que hacíamos. O bien te voy a responder con lo que fui
madurando, y como me fueron templando esas sensaciones al paso del tiempo. Si
yo te dijera que nunca quise estar del lado de los sicobolches, en términos de
discurso, de bajada de línea, del artista del partido, te diría que siempre
preferí estar lejos de ese lugar; después algunas cosas te van corriendo y
obvio, en los noventa, al lado de la movida sónica los Reincidentes, éramos re
sicobolches pero no lo podíamos evitar. Era el menemismo o nosotros, lo
vivíamos así. Y con Potemkin lo mismo, nunca fuimos K, pero con gusto quedamos
del lado del antimacrismo junto a ellos en varias situaciones que nos llevaron
a acompañar algunos reclamos. Después de la puerta para adentro de la sala de
ensayo yo no siento que haya cambiado esa forma de mezclar lo personal con lo
público, lo íntimo con lo social. Mil veces en la vida me pasó, a veces me di
cuenta a tiempo y otras no, que muchas de las cosas que me pasaban en lo
personal tenían que ver con una situación colectiva. Y viceversa, espejarse en
un problema colectivo era inevitable para entender lo que le pasaba a uno.
Entonces no querés ser un artista comprometido entre comillas, como se decía en
los setenta, pero vivís las cosas que están atravesadas por la política, las
relaciones de poder, la falta de guita, la ruptura del tejido social. Y bueno,
terminamos escribiendo letras que hablan de esas cosas también.
-El rock y el declive de su poética. Esto me lleva a
pensar metafóricamente en lo que acontece hoy con la música. Enchiquerada entre
el mainstream y el under veo en muchas bandas de rock esa alienación que me
hace acordar del hidalgo que mandaba a mendigar al Lazarillo. La pose. ¿Cual es
tu relación con el ambiente del rock? ¿Cómo convivís con lo que abominamos de
él?
¿Que sería la pose en este ejemplo? ¿que algo ya completamente mainstream se
disfrace de pobre para tratar de conservar una empatía con el público? Si
entiendo bien el ejemplo, me gusta y lo comparto. Una legitimación bienpensante
sería, y eso es muy común a que el rock, además de generacional, quedó enredado
en una industria cultural de clase media profesional, y ya no va a salir de
ahí. Pero como tanto movimiento artístico, el rock nos va a seguir sirviendo
para entender el momento y el lugar que nos toca vivir. Y eso va a ser siempre
un hecho activo, un hecho vital, y contrahegemónico de su propio kitch, de su
propio canon o clichè, y ahí entra mucho más la parte musical. Es más fácil
hablar de poéticas y explicar con palabras temas que uno quiere abordar en las
letras. Hablar de música es difícil. Por eso queda un territorio más
inabarcable y siempre fértil, cuando se rompen las fronteras de géneros
musicales, los cruces reales con músicos que son compositores también, siempre
termina apareciendo una subjetividad y terminan corriéndose las reglas del
juego o lo que se espera de lo que pase en el medio.
–Está claro que tu relación con la literatura es muy
estrecha y no meramente instrumental, como la de algunos letristas que se
fascinaron eventual y/o superficialmente con un libro o que despertaron al arte
pisando la mina de un intertexto. Pienso en tantos fans de Leonard Cohen o de
Bowie que se zambulleron en la poesía teniéndolos como su Virgilio. Contanos
tus vínculos con la literatura; hablemos también de la marca de Caín de la
poesía escrita para ser musicalizada, ya que entre otras actividades tuyas has
dado varios talleres de escritura de canciones, de letras.
Bueno, vos sos un escritor, y sabes que yo te leo y te
admiro, así que voy a tratar de responderte como si quisiéramos encontrar
respuestas comunes, frase a frase, puntos de entendimiento de algo que quizás
no tiene una respuesta clara. Sí siento que mi forma de escribir es de método y
no instrumental, está bien eso que decís. Yo sentí en un momento que me tenía
que hacer fuerte como letrista aún a riesgo de postergar un rato la poesía. Y
creo que hice bien. Pero tuve maestras en Claudia Prado y Diana Bellessi que me
hicieron acercar a la poesía de verdad, a la lectura personal y en taller, que
me han cambiado la forma de entender la literatura. Leo pocas novelas, me gusta
lo que escribís vos, Selva Almada, Claudia Aboaf, Dolores Reyes; en general
(como con la música) me interesan los de mi generación, años más años menos.
Como si entendiera, o pudiera entender por dónde van, qué se propusieron, y
disfrutar también, cuando rompen con los techos que tenemos. Y en poesía me
gustan siempre Claudia Prado, Paula Jiménez España, Sonia Scarabelli, Yaki
Setton, Eduardo Mileo, Gabi Franco, Martín Pucheta, Marcelo Cutró.
Una vez cursé de oyente Literatura del siglo diecinueve en
Puan y Américo Cristofalo contó una anécdota de que a Mallarmé se le acercan y
le dicen: “maestro le puse música a su poema”; “qué lástima que se tomó ese
trabajo porque ya tenía música”. Así que entiendo que haya algo pretencioso de
parte de uno de querer agregar algo a lo que se supone no está incompleto. Pero
bueno, pensémoslo en el ejercicio de llevarlo al formato canción; a mí me sirve
entender la forma de la estructura de un poema y traducirla a las secciones de
una canción. Y también a mí mismo me sirve salirme del yo, nombrar distinto lo
que nunca diré, ser otrx y por supuesto apropiarme al cantar de versos más
lindos que los que uno haría. Yo doy talleres y últimamente usamos “Batman” de
Viel Temperley y “Amor se fue” de Macedonio Fernández. Es increíble cómo cada
quién interpreta distinto y canta lo que quiere. Y es lindo, si uno lo hace con
humildad sabiendo que es algo que uno no podría escribir y llevarlo a como uno
haría una canción. En mi caso tiene un detalle extra, porque yo no escribo
antes de la melodía. Yo no musicalizo mis letras, mis letras se escriben sobre
la métrica de la melodía, las hago después. Por eso cuando encuentro poetas que
me gustan o textos que quiero que digan cosas precisas, los llevo al formato
canción como hice con Jose Saffiotti o Idea Vilariño o Gabi Franco.
-Hay un problema grave con las letras de rock. Cuando relevo ciertas poéticas de hoy me subleva el snobismo tanto como la estupidez proliferante; sin embargo, otras pocas me generan una tristeza y un sosiego uniduales, simétricos. Me hacen pensar, metafóricamente, en la caspa del ciruelo, esa belleza ínfima e intrascendente de las pequeñas flores que se despojan de su rama y caen. Digo esto y me refiero, en concreto, a poéticas como la de Palo Pandolfo o la de Gabo Ferro. Ambos, sin embargo, se autoexiliaron del rock durante un tiempo. ¿Qué relación tenés con otras músicas, con otras artes? ¿No sentís que te puede hartar el rock?
Diana Bellessi tiene un poema de los pétalos del ciruelo.
Tiene varios de ciruelos, pero uno habla del círculo en el piso de los pétalos
que cayeron. Y habla de un colibrí que atraviesa esa pared imaginaria. Yo ese
poema lo uso en el taller para dar un ejemplo de cómo la poesía logra romper
los ejes de lectura, la sintaxis tradicional, sin quebrar las lógicas del
pensamiento. Es como ese efecto de la película Matrix en que encontramos esa
caspa y la congelamos y la movemos hacia arriba y hacia abajo y cambiamos el
punto de vista para entender mejor y agregar capas de sentido sin perder el
asombro por esa abstracción inicial, que queda congelada, eternizada. Y no es
habitual encontrar poetas como Gabo o Palo que logren generar esos recortes, que
vean ciertos detalles. Hay muy poco. Han sido los más grandes compositores de
nuestra generación, y son deudores de la poesía también, de las síntesis y de
contraponer cosas que parecía que nunca podrían estar juntas. Son buenos
ejemplos también desde lo musical, ya que nunca se atuvieron a géneros. El rock
yo lo tomo como coartada, no hay casi un rock definido, no hay estilos, no es
un género musical fijo. Por eso Palo y Gabo siempre trataron de mezclarlo con
la música popular. Hay algo de la forma musical, cuando se rompe, que te obliga
a escribir distinto. No escriben en octosilabos rimados. Aparece otra cosa. Y
sí, ellos se hartaron del rock y yo también. Cuando estábamos en los
Reincidentes, el rock eran los Ratones y Memphis, y el rock chabón, obvio,
entonces nosotros decíamos que no hacíamos rock. Porque era un plomo estar en
esa bolsa, pero bueno… qué sé yo, ya es generacional, es una forma de trabajo
también. Vos fijáte que el Cuarteto Cedrón tiene un formato y arreglos para
viola y bandoneón y guitarra que es siempre igual variando los músicos y los
temas, eso es de banda. Y el rock se hace en banda.
–Hablemos de la angustia de las influencias y de la
furia epocal que nos recortó generacionalmente: los noventa. Fuimos la juventud
de la redota, digo yo tomando el emblema artiguista, y usándolo para definir el
mambo negro neoliberal. Quiero que hablemos de Pequeña Orquesta Reincidentes y
sus letras, al menos de las que escribiste vos. En ellas destacan, una línea de
continuidad en los tópicos, el realismo social (Tren blanco, El camión), la
poesía objetivista, un cruce entre Raimondi y Nick Cave. ¿Qué leías en aquellos
años? No te pregunto qué escuchabas porque es más claro y has respondido en
otras entrevistas.
Bueno, qué sé yo, es raro, porque capaz no tiene nada que
ver, porque en esa época estudiaba inglés y leía muchísimo esa camada de
novelistas ingleses: Barnes, Ishiguro, Amis, Kureishi. La frase Sticks
and stones may brake my bones… es de un libro de Julian Barnes. Así
que leía todo eso en las traducciones de Anagrama y también conocí en un viaje
a Perú al poeta José Watanabe, al que publicamos en la revista Ricardito,
en el 2001. Watanabe me abrió un mundo hermoso, un cruce raro entre el campo y
la ciudad, la cultura japonesa y la peruana. Fusión, cocina fusión, de vuelta
ahí podríamos poner lo de los géneros musicales bastardos, cruza de una cosa
que no es del todo pura o clara y el resultado es otra cosa que no se parece a
nada y ya no tiene explicación. Puedo seguir con ese juego de palabras, el
zambo es el hijo de india y negro. Eso también me traje de Lima, un cassette
del Zambo Cavero y Oscar Avilés. Lo sigo escuchando. Pero lo que sí me importa
decirte es que el “Tren Blanco” sale de un ensayo fotográfico de Sol Aramendi,
precisamente sobre el tren. Fuimos juntos a hacer todo el viaje que hacían los
cartoneros cada noche y no me lo olvidé más. Esas dos letras que nombrás, o
“Sin dinero” o “Siempre”, hablan un poco de lo mismo. Alguien que no puede
distinguir entre el deber y el deseo, el laburo y el amor, alienado por llegar
temprano al trabajo de vender corbatas, por sostener el cotidiano de lo que
creemos que nos hace bien, se convierte en un ritual obsesivo que se quiebra
cuando olvida darle un beso a su compañera. O alguien que deja un camión,
porque dice no puedo más, no puedo seguir más si la extraño, voy a volver a
buscarla porque me parece que la vi sobre tal puente en tal camino. Para mí
eran el antídoto frente al menemismo que trajo el todo vale por la guita y
terminó de romper el tejido social que empezó la dictadura. Haber vivido esa
época es crucial, Cutral Có, hay cosas que nos han marcado, en la derrota como
decís vos, pero con los ojos abiertos, los vimos a todos, veíamos todo.
–Ya en Acorazado creo que tus letras cambiaron la
paleta, encendieron los colores, se desportuarizaron y se tiñeron del litoral.
Aparece una cierta fascinación por el río. Uno sabe que por allí está Bellessi,
está Juanele. Y aún en las continuidades, pongamos las canciones dedicadas al
mundo laboral (La carbonera), se percibe una nueva sensibilidad. ¿Crees que
pasa algo de eso?
Yo creo que ahí, en Acorazado, apareció lo que te decía, que
en un momento me sentí más asumido, más plantado como letrista. No me importó
más si tenía poemas o un proyecto de novela, nada; todo tenía que caber en una
canción. Entonces empecé a jugar con los distintos yoes. Algo tipo que empezó
en la letra de “Peluca”. Y después aparecen formas más caprichosas que después
se contienen por la estructura de la canción. Y sí, claro: el agua, el río,
pero no como portadores de una magia persé, si no como dice Paula Jiménez, algo
que se mira con otro al lado. Para soñar cruzarlo y volar aunque los remolinos
nos tiren para abajo, o para el contrabando y los vínculos al paso de Santo Tomé.
Siempre es con la gente, el amigo, el hermano, la persona que amamos, con quien
cruzamos y nadamos esos ríos.
–Téster de violencia. Téster de nuevas sensibilidades. ¿Cómo ves el lastre del machismo en el rock? Hablo también de ese machismo llorón que practicamos asiduamente, el del gesto Pavese.
El otro día me saqué un gusto y fui a ver una charla de
Laurie Anderson en ocasión de que vino al FILBA. Y contaba, hablando de no sé
qué, de una reunión de artistas, que se encuentra hablando con un señor de
entre cincuenta y setenta años… patriarcal, dijo. Ya está, estaba todo dicho
para ella simplemente con la edad. Hay una definición generacional, es así. Los
privilegios patriarcales hay que asumirlos, son un lastre y hay que hacer un
esfuerzo para que mueran con nosotros y no bajen a nuestrxs hijxs. Y lo del
machismo llorón de Pavese, también lo ves acá en Favio, el hombre tierno que
grita su sensibilidad y quiere que su compañera lo escuche y se lo reconozca. A
mí me encanta Favio pero eso es patriarcal también, ni hablar. Por suerte no es
del rock, atraviesa todas las músicas y las artes, hay que seguir con el
téster, controlándonos. Y oíme, ¿no te gustan las novelas de Pavese tipo La
casa en la colina, esas de jóvenes, amigos? Eso es lo que más me gusta. Esa
época es muy linda, me imagino que en diálogo con el Primo Levi de El
sistema periódico o los primeros de Natalia Guinzburg, ese espíritu
libre que anuncia al fascismo que vendría después.
–La depresión. Los consumos problemáticos. ¿Cómo ves
esta situación en la que nos debatimos un poco como pesimistas revolucionarios?
El otro día un amigo me dijo: la somatización es un lujo que
ya no me puedo permitir. Me encantó; como el de Riff Raff que
dice: no me puedo deprimir porque mañana a las siete entro al trabajo. Desde el
lugar del arte, cuanto más cerca del trabajo, del oficio, más libre para mí va
a ser la obra y la obra es lo único que nos hace independientes y hace andar la
rueda y uno se encuentra con su público y con otros artistas. Para la
revolución no nos va a alcanzar con el pesimismo, pero bueno, haremos guerra de
retaguardias para aguantar contra las formas más retrógradas, fachas y
autoritarias, y confiemos en que las generaciones nuevas construirán otra cosa
en la vanguardia, en la punta de la flecha.
–Quizás estas preguntas sean capciosas, no es que
quiera atrapar, como Hamlet, en ellas, la conciencia del Rey, pero sí intento
ver las reformulaciones de una subjetividad poética, algo sumamente
distinguible en el repertorio de Acorazado, en poemas como Mundo lego de
Josefina Saffioti.
La letra de Josefina es todo de ella, toda su subjetividad y
Acorazado la toma y ojalá pase a ser nuestra subjetividad. Ojalá esos juegos
del yo narrativo tengan que ver con un patrón de reformulaciones de cajas que
se abren. Que seguro van a hablar de una cosa permeable, algo vivo, una
estética en movimiento, en constitución, pero también va a hablar de nosotros
tratando de aprender y entender lo que hacemos. Creo que es una de las cosas
que más nos preocupa es no darnos cuenta de lo que vemos alrededor, y por eso
pretendo dar cuenta de eso. El registro de lo que se vive… de cantar y contar
lo que nos pasa y por eso que cada disco, cada canción sea una muestra de eso.
Podrá salirnos mejor o peor, pero la canción va a ser hija de lo que estamos
viviendo.
–Volvemos a mordernos la cola: hablemos del socialismo
y sus verosímiles. En tus canciones hay una apuesta que reincide en estas
prédicas… Sin embargo, prima, aun entre muchos compañeros, un escepticismo
fisheriano. ¿Cómo ves el futuro?
Ya me han dicho que tengo que leer a Fisher, yo no tengo la
formación política que tenés vos, o que tienen amigos míos que militan o
militaron en la izquierda, pero veo ese escepticismo que ves vos en todos lados
y uno va a seguir escribiendo canciones que conectan con el sentido íntimo de
cada micro batalla. Hay un historiador inglés que dice que hay que tener
cuidado con decir que todo es político porque después nada lo es. Hay que
construir pequeñas sintaxis melódicas de sentido, y en esos relieves estarán
los mojones que le den un color político a una letra o a una canción. También
la edad del rock, que no hemos hablado de eso. La mayoría de los que vimos
crecer al rock o al punk somos grandes, con hijos, responsabilidades, y en el
mejor de los casos, con suerte podremos transmitir las experiencias de lo
hecho. Así que puede ser que el pesimismo sea una forma de mirar de reojo, no
ver nuevas soluciones o construcciones. Aún así, creo que van a seguir dándose
luchas hermosas en lo sindical y por supuesto en el movimiento de mujeres o la
marea verde
Juan Pablo Fernández.
Guitarrista y cantante. Miembro fundador de Pequeña Orquesta
Reincidentes, disuelta en 2008. Algunos álbumes: “Tarde” (1994), “¿Qué sois
ahora?” (1998), “Miguita de pan” (2003) y “Traje” (2005). “Capricho” (2007)
Integra Acorazado Potemkin, power trío fundado en 2009,
junto al baterista Luciano Esain y al bajista Federico Ghazarossian.
Discografía: “Mugre” (2011), “Remolino” (2014), “Labios del río” (2017) y
“Piel” (2019).
Publicó “Peluca” (2020), libro que recopila su producción
poética (“letras para canciones”, subtítulo del libro), Tinta Roja Ediciones
del Sur Siglo XXI.
Mario Castells (Rosario, 1975) mariocastells75@gmail.com
Escritor, traductor y editor argentino-paraguayo. Entre
otros libros, publicó Diario de un albañil (Caballo Negro,
2021), Bala pombero (Arandurã, 2018), Aparatchikis (Caballo
Negro, 2017), Trópico de Villa Diego (emr, 2014) y El
mosto y la queresa (emr, 2012).