Franca
Era diciembre, estaba egresando de la escuela secundaria. A pesar de haber pasado una ingente cantidad de horas durante mis años adolescentes entre esas paredes, no tenía claro que decenas de compañeres de esa casa de estudios estaban desaparecides. Poco después conocería que más de cien. Por mi madre supe que intentaban, entre profesoras (todas mujeres, en el relato que heredé), retenerles cuando les buscaban para ser interrogades bajo la excusa de que estaban en examen. Así, hasta que llegara la otra profesora. El interventor había sido Maniglia, "La Bestia": conservo una carta dirigida a su persona de parte de un conjunto de profesores que es un documento, una hábil exposición de inquietudes, que cierra con un irónico "lo saludan con el respeto que usted merece" o algo por el estilo. Pero aquel casi verano del egreso aún no se hablaba de nada paredes adentro, como si los micrófonos del terror estuvieran aún encendidos. Otra época: el rector era Sanguinetti, luego al frente de la cartera de Educación de De La Rúa en la ciudad. Capítulo aparte.
Sin embargo, aquel diciembre del '96 el claustro central apareció instalado: en las viejas carteleras de madera se mostraban historias de vida de jóvenes de nuestra edad, desaparecides veinte años antes. Recuerdo una foto que me atravesó tanto que no pude dejar de mirarla. Permanecí de pie con la mirada fija durante un tiempo tan largo que finalmente se acercó Vera, su mamá, sorprendida por mi estupor, para contarme un poco más acerca de ella. Lloré a mares ni bien conseguí llegar a casa, con angustia. Desde siempre había sabido la historia colectiva pero conocer la mirada de Franca me colocó un espejo que de algún modo cristalizó en la memoria generacional que nos une.Hoy es el día de los treinta mil. Me detengo ahora en el momento en que conocí la historia de Franca como cada día frente a las baldosas, en las esquinas, en las lecturas, en este tiempo que nos atraviesa. Nuestra identidad también es esta memoria, de un modo fundacional.
